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Entrevista al cofundador de Els Joglars

Albert Boadella: «Ahora estoy más coaccionado que durante la dictadura»

Arte, fe, belleza, verdad y cancelación cultural. En el contexto del Congreso Católicos y Vida Pública hablamos con el dramaturgo catalán sobre los obstáculos a los que se debe enfrentar el artista hoy

Tras estar catorce años bajo la lupa del censor de turno durante la dictadura, Albert Boadella asegura que la autocensura  por el miedo al escarnio público en redes sociales, junto a la coacción de los teatros que no están dispuestos a asumir que una obra `políticamente incorrecta´ se estrene ante el público, suponen un grave peligro para la libertad artística. 

Con motivo de la vigesimotercera edición del Congreso Católicos y Vida Pública, conversamos con él para conocer  de primera mano la vinculación entre el teatro y la realidad. 

–¿De qué manera la cultura de la cancelación afecta de lleno a las distintas expresiones culturales?

–Estamos en un momento en el que las leyes y normas que afectan a la libertad y a la libertad de expresión son las más abiertas que habíamos tenido en nuestra historia. Ahora bien, hay una contradicción extraordinaria, y es que, entre la libertad que existe sobre el papel y la libertad que practica la ciudadanía, hay una distancia importante. El mundo de la cultura, que es el que conozco, está atenazado por la autocensura, por el miedo a ser masacrado públicamente en las redes sociales. Es algo que nos afecta a todos los que estamos en el ámbito artístico.

–A su juicio, ¿de qué manera la falta de libertad puede afectar al arte? Porque a lo largo de la historia, aún en las peores circunstancias, los creadores han encontrado huecos para poder llevar a cabo sus obras…

En épocas donde la Inquisición estaba muy trabajadora, hubo grandes artistas y, seguramente, con un cierto sentido de la libertad. El problema de los artistas hoy es la falta de mecenas cuando siempre han estado bajo el patrocinio o protectorado de algún duque, príncipe o rey. El problema es que actualmente las administraciones públicas se han convertido en los nuevos mecenas, lo que supone cierta dificultad a la hora de establecer una legislación independiente de la moral política del momento. Estamos en una sociedad que monta tabús mensualmente. A cada rato hay un tabú nuevo con una legislación que los protege. Por lo tanto, los artistas están en esta especie de coacción constante, de no poder enfrentarse a los tabús imperantes. 

Albert BoadellaPaula Argüelles

–¿Por qué cuesta ver un arte que rezume trascendencia hoy en día?

–Ha habido una desvinculación, una desconexión, del carácter rítico, pero no solamente en los artistas. Es difícil encontrar a un artista profundo, no solamente que produce obras de consumo, acérrimamente ateo. Básicamente porque toca cosas intangibles donde la sola búsqueda de la belleza ya tiene estos elementos, introduciendo también la duda sobre el sentido. Los espectáculos, las artes escénicas, buscan provocarnos unas emociones que van más allá de la pura materialidad. Por ello, sería lógico que la Iglesia católica, en definitiva, todas las iglesias y todas las confesiones religiosas, tuvieran una mayor cercanía a los artistas. ¿Por qué? Porque hay algo en común en todas ellas. Pero bueno. Ahí está esa inmensa contradicción de hoy en día, donde se propone el alejamiento de la belleza como algo que eleva el espíritu de los hombres. 

–¿Qué ocurre cuando se le da la vuelta a un urinario, se plasma una firma y se dice que el creador ha hecho una obra de arte?

Estamos en un momento de una gran confusión en el mundo del arte. En primer lugar, porque se utiliza el término creador para referenciar al artista, algo que no se había utilizado nunca. Creador, en todo caso, hay uno, que es el crea a partir de cero. Que yo sepa, un artista no puede hacer nada a partir de cero. En mi propio oficio, el teatro tiene 2.500 años de historia conocida y puede que sean muchísimos más. Con esto quiero decir que el artista está vinculado de una forma absoluta al pasado. Ahora hay una vertiente que venimos adoleciendo desde la Segunda Guerra Mundial, y es ese empeño de acabar con la memoria, de reinventar el arte desde cero, desde mí mismo. Ya no se trata de una comunicación con una colectividad, sino que yo me lo guiso y yo me lo como, dicho vulgarmente. 

Ese instinto de liquidación del pasado está afectando al conjunto de la sociedad

Por lo tanto, este artista, el artista de hoy, está vacío de esencias. Esto lleva a una endogamia, a una incapacidad de irradiar a los demás que,  para mí, es muestra de una falta de generosidad muy evidente. Es un egoísmo interno que dice: `yo voy a contar lo que sucede en mis tripas´ y en mis tripas, la verdad, además de ser muy aburridas, suceden pocas cosas. En general, lo que es importante es lo que sucede alrededor de ti. Esta desconexión con todo lo que significa el contenido más allá de lo puramente material, como la espiritualidad que hay en los artistas, tiene que ver con esto que está pasando. Ese instinto de liquidación del pasado que está en todo, no solamente en los artistas o en la política, está afectando  al conjunto de la sociedad.

–¿Qué tiene de Verdad el arte?

–Sin duda alguna, el arte, o sea la búsqueda de la belleza, no la tenemos que entender como simplemente una belleza plástica o la belleza de los sonidos de una pieza musical. La belleza también es la propia verdad. Cuando construyes una obra y esta obra tiene que ver con uno, con una cierta verdad, con una verdad intensa que tú cuentas, se da la belleza. Es lo contrario a la mentira, a la que se puede poner una pátina por encima, pero su estructura no posibilita el encuentro con la belleza.

–¿De qué manera el teatro nos ayuda a ensanchar la realidad?

– El teatro es un arte realista, así como podríamos entender que la música es un arte abstracto. El teatro entra por los sentidos; por la cabeza y por el pecho. El teatro tiene una vinculación con la realidad epidérmica de las cosas y al mismo tiempo tiene el cometido de ir hasta el fondo, a sus profundidades. Es un arte que tiene una conexión muy profunda y rápida con el que lo recibe, que al llegar al patio de butacas da por entendida la ficción y sabe que no hay que ir a un juzgado de guardia a denunciar a Otelo por sus crímenes, sin embargo, al mismo tiempo, hay algo sobre las tablas que es más vida que la propia vida. Una muerte en teatro es más impresionante que en la vida real. Consigue estos efectos, si está muy bien hecho y muy bien interpretado, que nos da una impresión de la vida muy superior a la vida real. Eso sucede también con la música y sucede con la pintura. Pienso en Goya, Rubens o Las Meninas de Velázquez, que, estoy convencido, es más sorprendente en el cuadro que si viéramos, detrás de una cortina, a la familia de Felipe IV. Este es el poder de la realidad poética que se concentra en el teatro.

–En este clima de libertades en peligro, de corrección política, de cultura de la cancelación… ¿Cómo se puede hacer para que el arte prevalezca independientemente de las circunstancias?

–Es una cuestión de calidad. Cuando una obra es buena, es muy difícil que no tenga alguna salida. Aun así, tengo que decir que yo viví catorce años de censura durante la dictadura y he de decir que creo que ahora estoy más coaccionado que en aquella época.  En la dictadura, la censura era otra cosa, incluso más soportable. Porque tú sabías, de primeras, que no podías adentrarte en ningún tema comprometido. Y eso te forzaba a buscar la manera de hacer un trabajo entre líneas, buscando la correspondencia y afinidad con los espectadores, donde ellos entendían perfectamente lo que querías decir. Durante aquella época, de una forma más o menos explícita, pude contar lo que tenía que contar. Ahora no es igual. Ahora hay ciertas cosas en las cuales en  temo entrar. Hace tres años abordé un obra lírica en la que tocaba el tema feminista, donde había unos personajes, unas mujeres, un poco enloquecidas frente a un director de orquesta. Bien. Después de un rifirrafe, nadie contrato esta obra en toda España y he de decir que es una de las mejores que he hecho en mi vida.  Estamos en un momento muy grave porque los programadores aplican este tipo de censura porque tiene miedo que el concejal de turno o la asociación feminista con el pecho al aire, le monten un show. Ese miedo a la corrección política se ha instalado en todas partes. La forma de censura de `dejo de programarte´ es la más terrible. Es mucho más perversa que los cortes que te hacían en la dictadura o que te dijeran que no se publicaba. Pero al menos era más clara.  Ahora la gente está con miedo. Además, estos discursos del odio, este un mal que se está legislando, esta creación y protección de los nuevos tabús de esta sociedad emergente, importada de Estados Unidos, es el colmo. 

El dramaturgo Albert BoadellaPaula Argüelles