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Fotograma de la afamada serie Breaking Bad

Fotograma de la afamada serie 'Breaking Bad'Netflix

Series y trascendencia

'Breaking Bad' y la redención

La verdadera metástasis de Walter White siempre fue la moral. El mal no es algo con lo que puedas pactar los miércoles y viernes, pensando que los jueves su estela te dejará en paz

La redención es uno de los más hondos asuntos humanos. Y, por ende, artísticos. Crimen y castigo, ofensa y perdón, culpa y redención. Frente al determinismo trágico, la libertad de las segundas oportunidades y la esperanza de la reconciliación. Son preguntas antiguas, cardinales: ¿se puede remontar el mal? ¿hasta qué punto es posible purgar los pecados más terribles? Procedente del latín, redemptio es la «acción y efecto de librar a una persona de una obligación, librar de la esclavitud o secuestro a cambio de un precio». ¡Un precio! Una deuda que hay que saldar. ¿Cuál es la factura que detalla Breaking Bad?

No es casualidad que una serie cuya grandeza residía en estampar una y otra vez al espectador contra el muro de su conciencia, escenifique un agónico desenlace moral. ¿La última cima? La posibilidad de Walter White por redimirse. Porque la crónica de su descenso a los abismos toca fondo, vaya si lo toca. Ya lo anticipaba el escalofriante poema recitado por Bryan Cranston que servía de tráiler para la última temporada: «Rodeando la decadencia de estas ruinas colosales, interminables y desnudas, se extienden a lo lejos las arenas llanas y solitarias». El orgullo conduce al crimen y el mal, como el cáncer del protagonista, se propaga sin descanso, infectándolo todo. En la recta final de la serie contemplamos a nuestro antihéroe en un océano blanco, nevado, incapacitado para moverse, rumiando su resentimiento. Derrotado. Solitario.

Walter White, protagonizado por un soberbio Bryan Cranston, en la última temporada

Walter White, protagonizado por un soberbio Bryan Cranston, en la última temporadaAMC

La mayor mentira de Walter siempre fue convencerse a sí mismo de que sus desviaciones eran por el bien de su familia. Una ética maquiavélica en la que la metamorfosis en Heisenberg era un medio como otro cualquiera para alcanzar un fin noble: dejar una situación desahogada para los suyos cuando la enfermedad lo devorara.

Ja, qué ingenuo. O qué falso.

La verdadera metástasis de Walter White siempre fue la moral. El mal no es algo con lo que puedas pactar los miércoles y viernes, pensando que los jueves su estela te dejará en paz. No. Al contrario. Siempre reclamará más sangre. Por eso, el verdadero golpe de timón se titulaba Ozymandias, el antepenúltimo episodio. Skyler agarra el cuchillo y se enfrenta al monstruo; Flint la defiende, como si fuera un tigre luchando por defender su camada. «¡Somos una familia!», grita Walt. Pero su mujer y su hijo ya lo ven como un extraño, alguien enajenado, transformado, ese Heisenberg que ha destrozado lo que supuestamente ansiaba defender.

Por eso la cifra de la factura es astronómica. Y la mayor –más vertiginosa– apuesta de Breaking Bad era la de cómo lidiar con el pago. Ahí es donde resuena una lectura que entronca con el humanismo cristiano, valga la redundancia. Tras todo el daño causado, Walter acomete una titánica tarea de restitución: liquida sus deudas. Es decir, acepta las consecuencias de sus actos. Podía haber abrazado una muerte dulce, lamentándose en su aislada cabaña de New Hampshire. Pero no. Vuelve a casa.

Y lo hace para enderezar sus errores: desvela el paradero de Hank y Gómez, deja un fortunón a sus hijos y logra que Skyler salga indemne de toda la trama criminal. En esa mítica escena con su mujer también Walter se reconcilia con la verdad, como si se tratara del sacramento de confesión: «Lo hice por mí. Me gustaba. Era bueno en ello. Y estaba realmente... estaba vivo».

¿Qué falta para que las cuentas cuadren? Liberar a Jesse y vengar a los hijos de perra de los nazis. Y Walter sabe que para lograrlo ha de inmolarse en el intento. La muerte tenía un precio y él acepta sufragarla. Su sacrificio, además, cobra un sentido de aire girardiano: con su propia destrucción acaba definitivamente con el ciclo de violencia que durante dos años él mismo había desatado. Herido en el costado, lo último que vemos de Walter White es su satisfacción al contemplar ese laboratorio que, presa del orgullo desmesurado, le permitió creerse un dios.

Quizá por eso muere con los brazos en cruz: para remarcar su condición humana, esa cuya libertad permite ejercer el mal, sí, pero también la misma que nos habilita para salvar a los demás entregando nuestra propia vida.

Walter White

Walter WhiteAMC

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