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Desde el decreto del Estado de Emergencia, la región de Tigray es un pozo negro donde no se sabe qué está ocurriendoEFE

Un año de conflicto bélico

Etiopía, entre la guerra y la hambruna: «La gente muere en la calle ante la indiferencia de los demás»

Etiopía ha pasado de ser uno de los países africanos con mejor Índice de Desarrollo Humano (IDH) en 2019 a estar asolado por el hambre y la guerra, especialmente en el norte del país. La Iglesia, a pesar de todo, sigue con su labor caritativa y apostólica

Desde el estallido del conflicto en la región norteña del Tigray en noviembre de 2020, el FPLT ha cortado las comunicaciones internas y externas en esta provincia donde viven más de 7 millones de personas, convirtiéndose en un pozo negro del que se sabe muy poco salvo que el hambre, la miseria, las violaciones indiscriminadas, los asesinatos por cuestión de etnia y la falta de esperanza son el pan de cada día de una población que no tiene más salida que coger su bártulos e instalarse en los países fronterizos para acabar en campos de refugiados huyendo de la guerra.

El suministro de alimentos está sometido a constantes registros y detenciones, tal y como denunciaba el pasado 10 de noviembre la ONU, donde 70 conductores contratados por Naciones Unidas y otras ONG internacionales, fueron arrestados cuando se dirigían a Afar, otras de las zonas del norte del país donde se ha expandido la violencia. 

Las fuerzas armadas de la República de Etiopía durante una marcha militarEFE

El gobierno etíope, por su parte, ha establecido un control férreo hacia todo lo que se publica dentro del país y, el Estado de Emergencia, decretado hace unos días, les da manga ancha para hacer y deshacer a su antojo, acometiendo ultrajes a los derechos más fundamentales. 

Por otro lado, la situación en Etiopía, sufre de una problemática entre etnias que, en función de tus apellidos, del lugar en el que has nacido, puedes o no optar a un trabajo, a ayudas públicas lo que puede ser, en algunas regiones del país, la diferencia entre la vida o la muerte.

Hablamos de un Estado que hasta hace menos de tres años encabezaba el IDH de África y que ahora se ha convertido en uno de los focos calientes del mundo. 

Hablamos con dos misioneros que están trabajando en el Cuerno de África y sobre el papel de la Iglesia acompañando a los más necesitados. 

El sacerdote diocesano de Bilbao, Díaz-Guardamino, ahora es párroco en San José de Jijiiga, EtiopíaRDG

«Aquí no hay proyectos de vida que vayan más allá de unos días»

Su espíritu misionero ha estado siempre ahí. Kazajistán,  Ecuador, India... Hasta recalar en Jijiga, capital de la región de Ogaden, a pocos kilómetros de Somalia. 

Desde que llegó por primera en 2017, el sacerdote Ramón Díaz-Guardamino,  supo que era ahí donde Dios le pedía estar, acompañando espiritualmente a una minoría religiosa como son los católicos en Jijiga, donde apenas llegan al 0,2 %  de los 70.000 habitantes. Esto son unos 400 feligreses. 

En su día a día, trabaja, además de atendiendo sus obligaciones pastorales en la parroquia, junto a las Hermanas Capuchinas de la Madre Rubatto, que regentan un centro escolar que atiende a una mayoría de alumnos de otros credos.

«A mí, lo que me empuja, es esta comunidad que responde. Me siento querido y útil. Veo que tenemos ganas y, sobre todo, ver que me siento llamado por Dios y saber que estoy donde tengo que estar». Sobre el origen de ese convencimiento le preguntamos a don Ramón: «La vida de oración es donde se cuecen estas motivaciones».

Ordenación sacerdotal en rito etiópico a comienzos de octubre en la Iglesia de San FranciscoRMG

Faro de luz

«Lo que más me lacera –prosigue Díaz-Guardamino– es ver que damos dos pasos para atrás y uno hacia delante. Etiopía llevaba unos cuantos años de desarrollo sostenido pero ahora, con la guerra, no se sabe qué va a pasar. Como poco es un gran retroceso aunque podría llegar a catástrofe».

Sobre las diferentes realidades de Etiopía, este sacerdote nos contaba que se trata de «un mosaico de pueblos donde la etnia importa más que la religión».

A esto cabe añadirle que las distintas etnias etíopes, donde los oromo, amhara, somalí y tigray forman más de las tres cuartas partes de la población, «cada provincia, cada gobierno regional, tiene sus propias milicias. Hay guerras entre unas y otras. Lo que hay ahora es un salto cualitativo en este último año de guerra», señalaba Díaz-Guardamino.

Desde el cambio de gobierno en 2018, las cosas han ido de mal en peor, a pesar de algunos gestos notables como el intento de incorporar ideas nuevas, mayor respeto a los derechos humanos o firmar la paz con Eritrea. Las materias primas han subido, la dieta prima se ha empobrecido y la desproporción de la renta es abismal entre los estrato sociales y la `clase media´ etíope. 

«A la gente le duele que su país se esté desangrando, pero ya está acostumbrada a ciertos atropellos y abusos de la autoridad, o violencia que a nosotros nos pondrían los pelos de punta». «Mi misión principal es guiar a la gente por el camino del Evangelio y sumar al perdón, la paz, la reconciliación y la convivencia. Yo no tengo ningún influjo –concluía don Ramón–, pero creo que, si la comunidad fiel vive según el Evangelio, al final se convierte en un faro de luz, en un punto de referencia para la paz».

Esther Hernández Durán es logopeda en un colegio y un orfanato que atiende a niños con deficiencia mentalE.H.

«Aquí en Addis Abeba ves a un pobre cada diez metros»

Aunque a la capital todavía no ha llegado el conflicto, hay una situación de tensión entre los habitantes. Esther Hernández Durán, de 22 años, lleva desde julio de este año trabajando como logopeda en un colegio de las Misioneras de la Caridad en Asko y como voluntaria en un orfanato para niños con problemas psicomotrices y mentales muy graves. 

«La labor de las misioneras se basa, principalmente, en rezar. Los trabajadores etíopes no tienen ninguna formación concreta. Ninguno de ellos son médicos o enfermeros. Tenemos a dos fisioterapeutas, pero sus conocimientos son muy limitados». «Fue un día, con una niña, que no podía tragar la comida que le daba que me di cuenta que tenía que aplicar prácticas logopédicas en la alimentación. Y me puse a investigar y desarrollar técnicas para ello. Estoy muy agradecida de que Dios me iluminara en este aspecto», dice esta joven española. 

Conoció este proyecto gracias a las misiones humanitarias del V.A.S. (Voluntarios por la Acción Social), y ahora se ha instalado en Etiopía con la incertidumbre de qué va a pasar de ahora en adelante.  Se muestra prudente a la hora de hablar de la situación política porque según nos indica, la presión y persecución del Gobierno es alta y ya ha recibido advertencias por parte de los Misioneros Combonianos que deben cuidar lo que dicen en sus redes sociales, por las aplicaciones de mensajería o por teléfono. 

EtiopíaRDG

«Desde el primer momento que entras al país, el gobierno está pendiente de tus movimientos. Solamente hay una red telefónica y cuando hay conflictos, cortan el internet en todo el país. Se ha llegado a estar seis meses incomunicados».  Sobre este control le preguntamos a Esther, que nos indica que «las cosas importantes las hablamos en persona». «En Instagram hay que tener cuidado con lo que posteo, doy like o a la cuenta que sigo», nos dice antes de comentarnos».

La realidad de la capital, aunque no se está viendo del todo afectada por el conflicto, sí que adolece una tasa abrumadora de pobreza según nos cuenta lo que ve en su día a día Esther. 

«Aquí, en Addis Abeba, ves a un pobre cada diez metros. Hace unas semanas me pasó que yendo en un coche, en la acera de al lado, había un hombre tirado en el suelo, sufriendo un ataque epiléptico. Le pedí al chófer que parase, que atendiéramos a aquel hombre y llamásemos al teléfono de emergencia. Y empezó a reírse de mí. La gente pasaba al lado y ni le miraba.  No pude hacer nada. Días más tardes supe por las Misioneras que aquel hombre había fallecido».

Ante esta situación, Esther se muestra preocupada por lo que pueda pasar. Su pareja es de allí y teme que la guerra, en caso de llegar al núcleo neurálgico de Etiopía, pueda suponer una separación forzosa y tener que abandonar su trabajo allí. «Lo que me ayuda son las Lecturas  de cada día y ofrecerle este sufrimiento a Dios. Porque por mí sola, no puedo. Vivir en Él me enseña a vivir más en el amor». 

Imagen de Jijiga al atardecerRDG