Volcán de La Palma
La iglesia que se convirtió en refugio durante la erupción de La Palma
El sacerdote del municipio de El Paso, Domingo Guerra, ha abierto las puertas de la institución las 24 horas desde el inicio de la emergencia. El espacio ha servido de punto de encuentro para quienes por fe o necesidad necesitan un techo o un servicio
Al llegar al aeropuerto de La Palma todos preguntan cómo llegar al mirador de Tajuya. Algunos trastean con el Google Maps, otros prueban con los residentes o son guiados por excursiones planificadas. La cara este de la isla se ha convertido en el «mirador del volcán». Así lo describe el sacerdote del edificio religioso que corona esta plaza en el municipio de El Paso, Domingo Guerra. La iglesia de Tajuya es ya una parada obligatoria en la ruta de la erupción. También un centro de historias paralelas que se han cruzado por la emergencia.
Los primeros en llegar fueron los locales atraídos por la panorámica hacia el volcán. También los periodistas y cámaras televisivas que aterrizaron en la isla y decidieron grabar desde allí sus directos. Entre selfies y vídeos, los afectados se abrían paso con los prismáticos en la mano. Querían saber si su vivienda resistía o no al avance de la lava. Muchos de ellos han pasado por el lugar para ver de cerca cómo su casa se perdía sin poder hacer nada. «Algunos venían por la noche y cuando volvían por la mañana ya no había nada que ver», relata el sacerdote. Después de saber que han perdido su hogar, unos lloran, otros deciden entrar a la ermita para pedir fuerza por lo que queda por llegar.
Abrir las puertas de par en par
Domingo Guerra se acercó a la iglesia en la misma tarde de la erupción movido por la curiosidad. No tardó mucho tiempo en darse cuenta de que debía abrir sus puertas las 24 horas para quien por fe o necesidad pudiera requerir un techo o un servicio. Además, también ha prestado ayuda a las empresas de telefonía móvil y la catedral ha servido de torre para las antenas afectadas por las coladas. Desde ese día y tras dos meses, el edificio no ha cerrado ni una sola vez desde que comenzó la emergencia. «Bueno una sí, por un terremoto, con todos los equipos de prensa dentro y fueron a buscarme a la una y media de la madrugada para reabrirla», bromea.
«Dios respeta nuestra libertad, pero nos espera siempre con los brazos abiertos y los templos deben ser un reflejo de eso», defiende el cura. Guerra no solo ha abierto sus brazos hacia quienes le han pedido ayuda, sino que además ha dejado las puertas abiertas y las luces encendidas todo este tiempo. Sentado en un banco cerca de la mesa desde donde da la misa, saluda a todas las personas que como rutina acuden al baño de la iglesia. A su espalda, una cafetera Nespresso, una cápsula de Nesquik y un paquete de galletas sin gluten forman parte de la normalidad reciente del templo. Los enchufes del interior están ocupados por equipos fotográficos, móviles y otros enseres. Esa ha sido la forma de este cura palmero de arrojar luz a sus vecinos.
La única norma que el sacerdote pensó en establecer fue no fumar en el interior del recinto, pero no ha tenido que planteárselo a nadie. A pesar de estar abiertos por la noche, no ha habido ningún otro incidente. Ni robos ni perjuicios. Pensar en eso le hace llorar.
«Ni la iglesia ni yo preguntamos a nadie de dónde viene o a dónde va. Da igual el color de la piel, la religión o la raza, aquí siempre tendrán un lugar»
Han pasado más de 60 días
Hace dos meses que los movimientos sísmicos pusieron en vilo a toda la isla. El reloj marcaba las 15:12 cuando la tierra se abrió y el magma comenzó a salir al exterior. Hasta ese instante, nadie se esperaba que aquel domingo 19 de septiembre de 2021 pasaría a ser parte de la historia de nuestro país. Han pasado más de 60 días, 7.000 personas han sido desalojadas y más de 2.570 edificaciones destruidas y nadie se atreve a predecir el final. Cientos de personas de diversos países han pasado por La Palma para ver de cerca el volcán y Tajuya ha sido el punto de paso de todos ellos.
Al sacerdote palmero le han entrevistado de medios de Qatar, China, Japón o Finlandia. Una muestra de su lectura de la religión y de su realidad como sacerdote. «Ni la iglesia ni yo preguntamos a nadie de dónde viene o a dónde va. Da igual el color de la piel, la religión o la raza, aquí siempre tendrán un lugar», reflexiona.
Cada noche, si puede hacerlo, este sacerdote se pasea por los alrededores del edificio eclesiástico. Allí más de una vez se ha topado con visitantes que no tenían donde pasar la noche. Guerra ha abierto las puertas de su campanario para que muchas de estas personas durmieran allí con un saco. También las de la sacristía para una madre con dos niños que se refugiaba del frío. «La iglesia existe no para sí misma. Los lugares de finalidad cristiana deben ser un lugar de encuentro, para compartir y ser testigos del amor de Dios», afirma. Su vertiente de pensamiento es similar a la del Papa Francisco y alude a él tantas veces como puede durante la conversación.
«Aquí ha pasado todo el mundo»
Entre el ajetreo, algunos voluntarios llegados desde todas partes se han quedado a dormir en otro de los espacios de la iglesia. Allí una pareja de uruguayos que vivía en la calle fue acogida por el sacerdote en un edificio de la institución desde el pasado agosto. «La casa antes fue un colegio y hasta ese momento estaba vacía, por eso pensé que sería una buena idea», explica. «Ahora puedo decir que ha sido un gran regalo».
La pareja prepara de forma altruista las habitaciones para los que vienen y van. «Aquí ha pasado todo el mundo, durante la pandemia fue refugio para quienes vivían en la calle, luego espacio para personas migrantes llegadas en pateras. Ahora este espacio es refugio de quienes han perdido su casa o están desalojados y para gente que ha venido a colaborar». Familias sin otras alternativas conviven en las habitaciones del antiguo colegio y las aulas de catequesis se rehabilitan para poder acoger a más. Una situación que se prolongará cuanto dure la emergencia.
Hasta entonces, la edificación religiosa y la plaza que estaba a su lado pasaban desapercibidas. Una iglesia y un mirador en un barrio canario
Otro salón parroquial de El Paso es lugar de acogida para los transeúntes que llegan a La Palma de todas partes para ayudar. Desde el País Vasco, Lanzarote o Fuerteventura, mucha gente se ha desplazado a la isla bonita para prestar una mano y ofrecer ayuda. «Ningún edificio de la iglesia es propiedad de nadie, es propiedad de quienes lo utilizan». En la misma iglesia durante la entrevista, tres personas permanecen sentadas en la última fila trabajando.
De un mirador más, al mirador del volcán
Después de la erupción han aumentado las celebraciones de sermones de dos a cuatro días en semana. «Me he llevado la sorpresa de muchos reencuentros de la gente con la fe», confiesa Guerra. Con una infancia complicada, marcada por la falta de medios y por la sequía, este religioso recuerda las dificultades con las que afrontó la erupción de San Juan en 1949, en contra de la creencia popular de que los volcanes palmeros son `amables´ porque no habían hecho mucho daño hasta entonces. Con siete años vivió su primera erupción, las consecuencias del éxodo que sufrió la isla por la escasez, la falta de medios y de comida. «Los palmeros, la mayoría, tuvieron que emigrar fuera para poder salir adelante», relata un joven de 79 años, como a sí mismo le gusta describirse.
Después de pasar por el municipio de Güímar en Tenerife se convirtió desde hace 18 años en el sacerdote de El Paso. Allí se topó con la ermita de Tajuya, que fue construida años después, hace seis o siete. «Se comenzó a construir en 1972, la gente con esfuerzo, risas y viajes fue pagándola poco a poco hasta que pudo terminarse», explica. Hasta entonces, la edificación religiosa y la plaza que estaba a su lado pasaban desapercibidas. Una iglesia y un mirador en un barrio canario. Ahora, esta iglesia y su plaza reúnen a cientos de personas a diario, ataviadas con cámaras de fotos, gafas y mascarillas de protección, y de las más pintorescas poses para sellar el recuerdo del paso del volcán. A sus vecinos, Guerra manda un mensaje de esperanza: «Si nos mantenemos firmes, el futuro lo podemos reconstruir».