El taller del orfebre
Teología del cuerpo: la revolución del amor conyugal
El taller del orfebre no es sino un preludio teatral de su teología del cuerpo, que supondrá una inmensa novedad en el magisterio de la Iglesia y que pondrá de relieve la importancia crucial del amor, la sexualidad y la relación esponsal
El titular sería el siguiente: un grupo de jóvenes, siguiendo las directrices de un cura, hablan sobre el amor humano mientras empuñan un fusil. Dejándolo aquí, bien podría ser el inicio de una crónica que tuviera como protagonista instigador a Camilo Torres o a cualquier otro cura guerrillero, de esos que llevaron al límite los postulados de la teología de la liberación en Latinoamérica. Pero si bien en el tiempo podría haber cierta coincidencia, no así en el lugar, ni en los medios, ni en los fines. Aunque a decir verdad, sí que había un instigador. Y además era un cura. Los jóvenes también eran jóvenes. Del amor se habló, y tanto que se habló. Constantemente. Las directrices del cura eran un texto escrito a máquina, una breve obra teatral. Y el fusil era la palabra. La palabra, y nada más.
El contexto de nuestro titular es el de una nación arrasada, Polonia; una nación abierta en canal, profundamente herida, que se desangraba entre espasmos de dolor. Primero fueron los nazis, que llevaron a cabo no solo una guerra militar, sino un intento radical de exterminio de la cultura polaca, cerrando universidades, asesinando intelectuales y prohibiendo la propia lengua. Posteriormente, serían los comunistas los encargados de eliminar cualquier atisbo de identidad nacional y religiosa, en una especie de homogeneización férrea bajo un cielo de hormigón. Y fue en aquel contexto donde Karol Wojtyla, el sacerdote instigador del que hablábamos, ya desde su juventud, desarrolló un amor por el teatro como arma de defensa cultural y antropológica. Pero no un teatro cualquiera. Era un teatro clandestino, interior, un teatro de la palabra, rapsódico, donde no importaba el decorado, el atrezzo o el artificio, sino el texto, la idea, la palabra. La palabra, como si fuera un arma de creación masiva; un arma, como diría Celaya unos pocos años después refiriéndose a la poesía, cargada de futuro. Un teatro, al fin y al cabo, de la palabra viva, donde el verbo, era capaz de alterar lo que el mundo consideraba como inalterable, siempre que esa palabra se proclamase con fuerza y con verdad. Una palabra que pudiera hacerse carne. Hacerse cuerpo.
Posteriormente, nuestro cura dejó su grupo de teatro clandestino para ingresar en el seminario (también clandestino) en 1943, pero su relación con el arte dramático se irá consolidando hasta que, en 1956, escriba su última pieza teatral (la que representaban los jóvenes de nuestro titular, los que hablaban del amor fusil en mano), en la que cristalizará no solo su sensibilidad artística, sino toda una antropología (y teología) que llegará a desarrollar como nadie años más tarde, convertido ya en Papa, con una serie de catequesis pronunciadas todos los miércoles durante cinco años. Por ello El taller del orfebre, una meditación sobre el sacramento del matrimonio, expresada a veces en forma de drama, no es sino un preludio teatral de su teología del cuerpo, que supondrá una inmensa novedad en el magisterio de la Iglesia y que pondrá de relieve la importancia crucial del amor, la sexualidad y la relación esponsal en lo referente a la cuestión antropológica de cada ser humano.
¿Por qué no hablar del amor en el parlamento? ¿Porqué la oposición no cuestiona al presidente sobre qué es aquello que éste ama?
¿Y qué tiene que ver hoy? ¿Por qué El taller del orfebre puede seguir considerándose como un manual de resistencia activa en defensa del hombre y de su ser más profundo, de su vocación original de amar y ser amado? Ciertamente asistimos, en la actualidad, a una cierta denostación del concepto de amor, como si éste hubiera sido secuestrado implacablemente hacia la superficie de la vida y de la existencia. Parece ser como si se hubiera relegado a un mero sentimiento, a la sola pasión de un instante, a un ideal adolescente que no tiene cabida en el mundo real, en el mundo adulto, en el terreno de las cosas serias. Y esto no es más que un síntoma de la disociación que ha hecho el pensamiento posmoderno de la integralidad de la persona humana, fragmentando las dimensiones y convirtiéndolas en lugares estancos sin relación alguna entre ellos. Pero ¿no es el amor, en el fondo, en última instancia, lo que mueve al hombre en su ser más íntimo? ¿Por qué no hablar del amor en el parlamento? ¿Porqué la oposición no cuestiona al presidente sobre qué es aquello que éste ama?
Todas estas cuestiones referentes al amor serán abordadas por Wojtyla en esta obra sobre el amor humano, que encuentra su figura específica en el matrimonio como elemento configurador de la existencia, poniendo en juego su significado y su destino, pudiendo traspolarse a la vida misma, en todas y cada una de sus facetas. En este sentido, se pone de relieve el matrimonio como misterio repleto de realidad, haciendo referencia directa a su procedencia última: el amor humano proviene de Dios, que se ha hecho humano, por lo que tan sólo en Él podrá encontrar su sentido pleno. Así, la relación esponsal la abordará Wojtyla como un drama, no concebido como algo peyorativo, sino como un hecho que implica, necesariamente, la confrontación explícita de dos libertades, de dos personas que se entregan mutuamente, con toda su complejidad, su fragilidad, su maraña interna, su profundidad abismal. Un drama, al fin y al cabo, que vale inmensamente la pena, ya que como dirá el propio Wojtyla, «crear algo que refleje la Existencia absoluta y el Amor es la más hermosa de las tareas».
Para desarrollar esta idea, la pieza teatral se desarrolla en tres actos, protagonizados por tres matrimonios distintos, reflejando cada uno distintas caras del prisma que constituye la realidad esponsal. Y será precisamente el combate, la lucha que subyace en cada una de las escenas, el sentido agónico de la existencia, una especie de elemento vertebrador que otorgue a la realidad del amor una profunda dimensión de sentido y de futuro; una dimensión por la que, lejos de estancarse en un final en sí mismo, se presente como un medio por el que la historia personal de cada uno se entreteje de manera armónica, insertando el amor en la realidad vital de los personajes. La clave de todo esto residirá, por tanto, en batallar dicho combate «no como dando golpes en el vacío» (1 Cor 9, 26), sino en aprovechar el combate, la crisis, como una oportunidad para obtener el premio verdadero, la «corona incorruptible» (1 Cor. 9, 27).
De nuevo la palabra, que se hace carne. He ahí el fusil, dispuesto para el combate. He ahí el amor mismo, que debe, necesariamente, hacerse carne, sin olvidar que, como dirá uno de los personajes de la obra «al otro lado de estos amores nuestros, que nos llenan de vida, está el Amor».