El Papa llama en Lesbos a detener el «naufragio de la civilización»
Francisco carga contra las ideologías y nacionalismos que «con guantes de seda condenan a muerte a quienes están en los márgenes»
«El Mediterráneo, que durante milenios ha unido pueblos diversos y tierras distantes, se está convirtiendo en un frío cementerio sin lápidas. Esta gran cuenca de agua, cuna de tantas civilizaciones, ahora parece un espejo de muerte». Son las duras palabras del Papa Francisco durante su visita de este domingo al campo de refugiados de Kara Tepe, en Lesbos. Allí viven unas 3.000 personas, la mayoría de ellas afganas y muchas de ellas con cuadros de estrés postraumático y depresión tras pasar más de dos años varados.
La vuelta del Papa a Lesbos es el evento más esperado de su viaje a Chipre y Grecia. Ya estuvo en el campo de refugiados de Moria en 2016, aunque esta vez no pudo volver allí porque en 2020 fue pasto de las llamas. Entonces 13.000 personas, cuatro veces la capacidad oficial del recinto, se vieron sin refugio después de que un incendio provocado quemara las pocas pertenencias que habían salvado desde sus lugares de origen. «Les suplico: ¡detengamos este naufragio de civilización!», pide Francisco.
Cinco años después de aquella visita junto al patriarca ecuménico Bartolomé y el arzobispo ortodoxo Ieronymos II, Francisco hace balance: «Hemos comprobado que poco ha cambiado en el mundo respecto a la cuestión migratoria». La presencia de la Presidenta de la República, con quien Francisco comparte sensibilidad por la cuestión migratoria, no le ha impedido ser crítico con algunas posturas que ha visto en la cuna de Occidente. «Debemos admitir amargamente que este país, como otros países, está atravesando actualmente una situación difícil y que en Europa sigue habiendo personas que tratan el problema como un asunto que no les incumbe», ha dicho.
Contra los nacionalismos
Aunque Francisco es la cabeza de la Iglesia católica, no todos sus referentes son de esta confesión. Rodeado por refugiados, este domingo ha citado al judío Elie Wiesel, superviviente del Holocausto, quien dijo al recoger el Nobel de la Paz: «Cuando las vidas humanas están en peligro, cuando la dignidad humana está en peligro, los límites nacionales se vuelven irrelevantes». También lamenta que «los egoísmos personales y nacionales se convierten en medida y criterio de todo». «Ruego a cada hombre: superemos la parálisis del miedo, la indiferencia que mata, el cínico desinterés que con guantes de seda condena a muerte a quienes están en los márgenes», ha añadido.
De acuerdo con el diagnóstico de Francisco, «en varias sociedades los conceptos de seguridad y solidaridad, local y universal, tradición y apertura se están oponiendo de modo ideológico». Es algo de lo que advierte siempre que puede, pues considera que a menudo las ideologías eclipsan a las personas que las siguen y les impide vivir el Evangelio. Propone un remedio sencillo: «Más que sostener unas ideas, puede ayudar partir de la realidad». Exige rebajar el tono hacia el prójimo y subirlo para «hablar de la explotación de los pobres, o de las guerras olvidadas y a menudo generosamente financiadas». «Hay que enfrentar las causas remotas, no a las pobres personas que pagan las consecuencias de ello, siendo además usadas como propaganda política», insiste.
La otra solución que propone Francisco pasa por los más jóvenes: «Si queremos recomenzar, miremos el rostro de los niños. Hallemos la valentía de avergonzarnos ante ellos, que son inocentes y son el futuro». El Papa anima a interpolar a nuestras conciencias y preguntarnos qué mundo les queremos dar. Algo que implica urgentemente dejar de «escapar rápidamente de las crudas imágenes de sus pequeños cuerpos sin vida en las playas». El Vaticano ya lo ha hecho y, en su vuelo de vuelta, el Papa se llevará a 50 refugiados de Chipre.