No, Francisco no va a Lesbos por política
Francisco no necesita que nadie le alabe, ni ganar unas próximas elecciones. No tiene una estrategia cortoplacista, como ocurre con la mayoría de los líderes políticos. La Iglesia ocupa un primer plano en la acogida a los inmigrantes en todo el mundo. Y el Papa Francisco, con este viaje a Chipre y Grecia, lo ha reafirmado
Es lógico que quienes no tengan fe, como es el caso de muchos periodistas, transmitan las actuaciones y discursos del Papa Francisco en clave política, cuando no es lo esencial de su mensaje. Lo que es triste es que algunos cristianos asuman como cierta esa visión reductiva ante eventos como el reciente viaje a Chipre y Grecia.
El obispo de Roma, a sus 84 años, no se sube al avión, se desplaza cientos de kilómetros en cuatro jornadas agotadoras y escucha a decenas de inmigrantes, en un rincón olvidado del Mediterráneo, por hacer campaña política. Francisco no necesita que nadie le alabe, ni ganar unas próximas elecciones. No tiene una estrategia cortoplacista, como ocurre con la mayoría de los líderes políticos.
Frente a las crisis migratorias en la frontera entre Polonia y Bielorrusia, entre México y EE.UU. o entre África y Europa en el Mediterráneo, el Papa se limita a predicar el mensaje cristiano. Está convencido de que Jesús, si viviera hoy, miraría a los ojos de quienes han tenido que abandonar su hogar y su entorno para salir adelante, de quienes han sido explotados. Algunas de las personas que hemos visto en el campo de refugiados en Lesbos estaban marcadas por el sufrimiento y el desarraigo.
Lo único que pide el Papa es que los políticos no apelen al miedo a quien viene de fuera y que trabajen las soluciones
De cara a la tragedia particular de cada uno de los migrantes, el Papa no ofrece una solución política, porque no la tiene. Lo único que pide es que los políticos, como toda la sociedad, no apelen al miedo a quien viene de fuera y que trabajen para ofrecer soluciones. Es muy fácil rechazar lo que no se conoce y presentar al extranjero como amenaza. Y eso es lo que el Papa considera contrario al Evangelio y lo que trata de combatir.
Fuera de cualquier planteamiento ideológico, el discurso cristiano del Papa se centra en ver esta crisis como una oportunidad. Lo dijo claro en su primer día en Atenas, ante las autoridades civiles del país, al considerar que la inmigración «más que un obstáculo para el presente, representa una garantía para el futuro, de modo que sea signo de una convivencia pacífica para cuantos se vean forzados a huir en busca de un hogar y de esperanza». Ve una oportunidad para una Europa más generosa, acogedora y no atrincherada en su consumismo y comodidad.
Acierta el Papa Francisco al denunciar que «en varias sociedades los conceptos de seguridad y solidaridad, local y universal, tradición y apertura se están oponiendo de modo ideológico». Parece que aceptar la llegada de inmigrantes es una cuestión de izquierdas, que quieren así debilitar las tradiciones conservadoras. Frente a ello, el Papa exige dejar de lado las ideologías y «partir de la realidad», especialmente de la de los niños y las personas más débiles que sufren.
La Iglesia ocupa un primer plano en la acogida a los inmigrantes en todo el mundo. Y el Papa Francisco, con este viaje a Chipre y Grecia, lo ha reafirmado. Consciente de que hay que «enfrentar las causas remotas, no a las pobres personas que pagan las consecuencias», tal y como hemos visto recientemente en Bielorrusia.
En su día, cuando Juan Pablo II clamaba contra la guerra en Irak, muchos lo tachaban de ingenuo y de no entender la realidad política. Años después hemos visto las consecuencias de ese conflicto. También hoy, con Francisco se utilizan los mismos calificativos. La realidad es que el mensaje cristiano no parte de los números, de la estrategia o la ideología política, parte de la dignidad de la persona que cada uno tiene enfrente.