Entrevista
Enrique Bonete: «Resulta increíble que a nuestros alumnos nadie les hable de que algún día van a morir»
La muerte, el gran tabú de nuestra era, es desentrañada con prosa ligera, amable y profunda por el catedrático de Filosofía Moral y Política de la USAL Enrique Bonete en su última obra
Si filosofar es pensar sobre la muerte, Enrique Bonete (Valencia, 1959) se ha ganado a pulso el título de `El Filósofo´ con el que su alter ego dialoga en Con una mujer cuando llega el fin, editado por la BAC. Con un punto de partida autobiográfico, en el que el autor recuerda cómo sufre una angina de pecho en su casa y el traslado al hospital, repleto de pacientes con coronavirus, el profesor Bonete (catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Salamanca) nos hace un regalo en forma de conversación íntima, ideal para desenvolverlo en estos días de frío, tal vez al calor de una chimenea. Poco más de un centenar de páginas le servirán de fuelle para avivar las brasas de una vida que parece apagarse.
–Con una mujer cuando llega el fin es una conversación íntima. En este sentido, ¿es también su libro más personal? Se intuye mucha vida en él, muchas lecturas …
–Bueno, la mayoría de mis libros son de estilo académico, diseñados para alumnos, profesores o personas dedicadas a la filosofía. Sin embargo, este librito manifiesta de modo sencillo una serie de reflexiones muy personales, suscitadas, sin duda, con el trasfondo de mis lecturas sobre el morir y la muerte de muchos autores (clásicos y contemporáneos) que han meditado al respecto y con quienes he alimentado mi espíritu durante décadas. Pero sí, esa conversión íntima con la mujer enigmática que he escrito en este librito ofrece mis particulares inquietudes, que considero coincidentes con las de muchas otras personas de hoy que piensan a fondo la vida.
–Cuando llega el fin hay una misteriosa mujer que le concede el privilegio de una última y reposada conversación, sin embargo, esta mujer, como «metáfora» de la muerte, no es la única que tiene un papel decisivo en la historia, aparece también, de forma luminosa, Clara...
–Es verdad. Clara, mi esposa, tiene un protagonismo llamativo, tanto al comienzo como al final. Si bien converso con la misteriosa y sabia mujer que ha venido a llevarme con ella, también me encuentro en los últimos momentos en compañía de mi amada Clara, que es la `metáfora´ de lo mejor de mi vida, de lo más doloroso que hay que despegarse y despedirse cuando La Muerte señala con el dedo. Y así lo experimenté. Solo me daba pena imaginarla sin mí. Todo lo demás me pareció en aquellos momentos secundario.
–Esa muerte «personificada» sufre y se sobrecoge con el sufrimiento humano, especialmente cuando es inesperado, cuando asalta a los inocentes. En este sentido, hablar de la muerte es hablar también del mal (moral, físico e incluso metafísico).
Sí, sí. Quiero resaltar ese aspecto, aunque sea de modo breve. Tantas veces somos los propios humanos los que provocamos dolores, sufrimientos y muertes violentas, lo cual constituye un escándalo que asombra a la sabia mujer, aunque es resultado de la libertad humana, que podríamos ejercer para realizar el bien, para evitar sufrimientos y muertes crueles. A ello dediqué, hace pocos años, mi libro La maldad.
–En un tiempo en el que tendemos a esconder la muerte, habrá quien diga, al estilo más juvenil, que qué mal rollo, que él no quiere leer una propuesta tan inquietante. ¿Por qué debería vencer los reparos y meterse de lleno en esta conversación?
–Estamos en un contexto cultural en el que es difícil hablar de la muerte. He tenido no pocos alumnos que cuando les he explicado en clase lo que denomino Tánato-ética experimentan un tremendo desasosiego y malestar. Nunca nadie les había hablado de modo tan directo y claro de la muerte. Se sobrecogen, se asustan. En el sistema educativo jamás se habla de nuestra realidad mortal. Se vive hoy como si nunca fuéramos a morir. Algunos alumnos míos, según me han contado, se quedaban absolutamente anonadados cuando su abuela, su padre o un hermano muere. Están varios meses inactivos, desorientados. Les resulta algo increíble… Como bien decía Montaigne, meditar a fondo en nuestra realidad mortal contribuye en gran medida a ser más felices, dichosos, positivos, a gozar de la vida buena, de los instantes irrepetibles, de las personas estimadas que nos rodean… Meditar en nuestro final (que con toda seguridad se producirá) contribuye a serenar nuestro espíritu y a actuar con mayor responsabilidad en la vida. Por eso, todos los jóvenes (y maduros) deberían de entrar en este librito, inquietante, pero igualmente sensato y esperanzador. Les podría ayudar a descubrir qué es «lo mejor» de la existencia.
Si Dios no es, la muerte mantiene un dominio absoluto contra la vida humana. Pero si Dios es, cabe una esperanza razonable…
–Habrá también quien le acompañe de mil amores en la propuesta ética, pero no dé el salto mortal (nunca mejor dicho ni más paradójico) de echarse en brazos de «El Eterno Viviente»...
–Ya. Puede ser. Y, de hecho, algunos amigos agnósticos o increyentes que lo han leído me han felicitado por la agilidad del librito y por las cuestiones que planteo. Y aunque no acepten lo que afirmo de «El Eterno Viviente», consideran que es una posición intelectual razonable. Eso justamente quiero señalar. La mujer enigmática con la que conversé, por así decir, me fue conduciendo a través de argumentos éticos al anhelo que habita en todo corazón humano de que las personas amadas de verdad no sean aniquiladas como animales. Y desde ahí, gradualmente, la mujer me fue llevando a la gran «revelación». ¿Y por qué? Pues porque si Dios no es, la muerte mantiene un dominio absoluto contra la vida humana. Pero si Dios es, cabe una esperanza razonable… El no creyente que lea el libro con esmero al menos podrá reconocer que la «revelación» final de la mujer mantiene una especial fuerza de seducción, que no es algo absurdo y fantasioso, sino que hay una cierta base histórica de que algo «extraño» debió acontecer en aquel judío tras ser colgado de la cruz, que ha marcado la historia de la humanidad.
–Se intuye en usted un enorme respeto a la misteriosa señora, incluso se atisba un cierto miedo a la muerte –tan humano– a lo largo de su vida... No sé si esto es realmente así y si después de este encuentro, que nos reserva una sorpresa final, al menos ese miedo ha menguado y ha crecido la esperanza...
–Mantengo un recuerdo muy vivo de que al poco de llegar a Salamanca, a mis 17 años, para estudiar la carrera me compré varios libros de Unamuno y los devoré. Me impresionaron muchísimo. Alcancé una alta percepción de mi mortalidad, con no poco temor... Tengo que decir que tras darle vueltas a esta temática en mi mente –y corazón–, sobre la que he escrito ya centenares de páginas (hace un par de años publiqué una extensa obra bajo el título El morir de los sabios) solo me ha confortado y me ha quitado el miedo la «histórica» esperanza que se desvela al final de nuestra íntima conversación… Aunque parezca extraño, cuando releo yo mismo esas páginas del último capítulo (y a veces lo he hecho en voz alta, como en una obra teatral), experimento un profundo convencimiento de que es muy posible que «El Eterno Viviente» sea la única garantía de que la vida humana es un prodigio, de que tras cerrar los ojos entramos todos en una nueva dimensión en la que nos encontraremos con «Alguien». No será «la nada» la que nos devore. Sí, tras haber visto de cerca la muerte y haber podido escribir este librito, ha menguado en mí el irracional miedo que a tantos aplasta y deprime.