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¿Los puentes hay que construirlos o destruirlos?

A los tendipuentes católicos se les reconoce porque tienden puentes muy anchos a las personas más beligerantes con la Iglesia. Cosa que está muy bien siempre que su propósito sea que crucen a la orilla correcta

Hay palabras que asustan solo escucharlas. A mí me pasa con «tolerancia» o «inclusividad». Suelo oírlas cuando alguien quiere que me trague un sapo muy gordo. Usar esas palabras es el camino más rápido para evitar cualquier tipo de debate que cumpla unos estándares mínimos de razón y lógica exigibles a cualquier persona sensata.

Y todas las palabras que han conseguido hacerme aborrecer (que no son pocas) las han inventado una especie de homínidos que prolifera entre nosotros. Son peligrosos, tanto que considero importante consagrar si hace falta una vida entera para destruirlos: los tendipuentes a tiempo completo, que son lo más parecido a lo que el Señor dijo que vomitaría de su boca.

Entre el bien y el mal no hay un punto intermedio al que tenemos que llegar cruzando un puente para encontrarnos todos en medio. Entre el bien y el mal hay una distancia abismal que solo hay un modo de salvar: los malos tienen que cruzar en son de paz el puente que los buenos han construido. Si no, los buenos tienen que destruirlo para proteger a los suyos.

Los tendipuentes no creen demasiado en nada pero construyen sin ningún filtro

Para los tendipuentes el fin es el puente en sí mismo. Lo que hay a cada lado no es relevante. Ellos solo se dedican a tender, sin preguntarse ni preocuparse por quién cruza y a qué lado. Es una raza que prolifera entre nosotros y que es si cabe más peligrosa y molesta que el mosquito en verano. No cree demasiado en nada pero construye sin ningún filtro. Luego otros tienen que pagar sus platos rotos.

A los tendipuentes católicos se les reconoce porque tienden puentes muy anchos a, por ejemplo, las personas más beligerantes con la Iglesia. Cosa que está muy bien siempre que su propósito sea que crucen a la orilla correcta. Pero esos mismos puentes tienen una peculiaridad, cuando el que hay al otro lado es beligerante, por ejemplo, contra lo que el mundo considera aceptable, el puente empieza a estrecharse hasta convertirse en imposible de cruzar. Y lo que era una autopista para el tipo beligerante a favor del aborto, se convierte en un camino apenas perceptible para el tipo beligerante contrario al aborto.

Es como una suerte de complejo de inferioridad que les obliga a hacerse perdonar el gran pecado de ser católicos. Y para eso tienen que despreciar a los suyos.

A los tendipuentes de derechas también se les reconoce porque hace años que ya han comprado el marco mental y el lenguaje a los que están al otro lado del puente. En los temas esenciales piensan igual. Lo que es creer no creen en nada. En nada más allá de lo posible y lo rentable, claro. Los temas de fondo no los discuten, los rumian y se los tragan. Por eso luego sólo son capaces de excretar una inmensa cantidad de alfalfa. También tienen complejo de inferioridad y se intentan hacer perdonar por no ser considerados progresistas aunque de facto lo sean. Ambos tendipuentes resultan igual de cargantes. Tan preocupados por agradar que al final resultan hasta desagradables.

No tienen nada que ofrecer porque en vez de buscar el bien del vecino de enfrente, lo que estaban haciendo era buscarse a sí mismos a través del aplauso del mundo 

Se piensan no solo que hay que cruzar al otro lado del puente si es necesario, sino que para hacerlo hay que ir soltando cosas por el camino para que en la otra orilla les reciban mejor. Y claro, ¿qué pasa? Que cuando llegan al otro lado lo hacen con las manos vacías, sin nada que ofrecer. Y no tienen nada que ofrecer porque, en vez de buscar el bien del vecino de enfrente, lo que estaban haciendo era buscarse a sí mismos a través del aplauso del mundo que les observaba.

No hace falta ser muy avispado para darse cuenta de tamaña tontería. Ya lo dijo un sabio español: si hay que cruzar el puente se cruza, pero cruzar para nada es tontería. Por eso, cuando el puente está mal construido es mejor destruirlo. Y por eso, para que la gente pueda cruzar a la orilla correcta es importante construir un buen puente.

Algunos habrá que destruirlos, otros tendremos que levantarlos. Nunca nadie en su sano juicio puede oponerse a que se construya un buen puente que pueda sacar a la gente de la orilla oscura. Por lo menos un católico no puede oponerse a ello. Debe defender su construcción con la misma fuerza con la que debe trabajar para destruir los que no están edificados sobre roca firme.

Así que lo que necesitamos son menos tendipuentes y más obreros que sepan construir. Porque «la mies es abundante y los obreros, pocos».