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Obesos y santos

Se puede ser obeso y santo, pero no se puede entrar en el cielo con un cuerpo atlético y un corazón no arrepentido y lleno de soberbia. No olvidemos que santo Tomás de Aquino y Chesterton eran dos gordos muy gordos

Existe todo un entramado legal, tributario y policial que persigue los azúcares, el tabaco y el alcohol.

En las marquesinas vemos anuncios que dejan el azúcar al nivel de los peores asesinos en serie. La cantidad de impuestos que gravan el tabaco lo convierten en algo más prohibitivo que la prostitución o la pornografía. Y uno no puede tomarse una cerveza tranquilo en el parque sin miedo a ser multado por un agente de la autoridad.

El Estado nos dice que está muy comprometido con la salud de las personas, cosa que nos cuesta creer. Y que todo esto lo hace por nuestro bien.

No quiero entrar ahora en las bondades o no del azúcar, del tabaco y del alcohol, que creo que ya despachamos en la anterior columna, sino que hoy quiero reflexionar sobre esta mirada tan pobre sobre el hombre que tristemente han asimilado tantos.

Asumimos sin rechistar todo tipo de prohibiciones que tienen que ver con una supuesta salud corporal. Y ciertamente la salud no es algo de poca importancia. El cuerpo que nos ha sido dado debemos cuidarlo y es bueno que el Estado permita y favorezca ese cuidado.

Una cosa es favorecer que los hombres podamos cuidar del envoltorio y otra muy distinta imponer una visión calvinista del hombre en la que todo lo que alegra el cuerpo es malo

Pero una cosa es permitir y favorecer que los hombres podamos cuidar del envoltorio y otra muy distinta imponer una visión calvinista del hombre en la que todo lo que alegra el cuerpo es malo. Y eso es todavía más triste cuando quien impone esas medidas no cree en el alma, pues obliga a una renuncia corporal sin otro fin que la renuncia en sí misma.

Nosotros creemos que el mejor modo de cuidar el cuerpo es tener una jornada laboral humana, una vivienda digna, una buena comida, un vaso de vino que ayude a bajar los alimentos y un puro para la sobremesa. El mejor cuidado del cuerpo es el que permite tener el alma sana. Y sin embargo, mientras perseguimos todas las sanas alegrías del cuerpo, dejamos que campen a sus anchas los enemigos del alma.

Ya no se persiguen como antaño las grandes herejías. Ni siquiera en el mundo católico se ven como un problema social. Y estaría bien recordar que poco importa lo fuertes que tengamos los músculos y lo saludables que sean nuestros hábitos si tenemos el corazón podrido. De nada sirve favorecer la salud corporal si al mismo tiempo favorecemos la perdición de las almas. No olvidemos que santo Tomás de Aquino y Chesterton eran dos gordos muy gordos. El primero ya está en el cielo y el segundo probablemente también esté disfrutando de los manjares celestiales, que seguramente incluyen un buen vino y buenos dulces.

Se puede ser obeso y santo, pero no se puede entrar en el cielo con un cuerpo atlético y un corazón no arrepentido y lleno de soberbia. Harían bien los gobiernos favoreciendo y promoviendo los bienes corporales y persiguiendo y prohibiendo los males espirituales. Pero claro, para hacer esto, hay que creer que morimos para vivir eternamente y que lo de ahora es solamente la antesala de lo que vendrá después, que es mucho mejor.