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No eres el centro del universo

Esa es la gran tentación del hombre moderno que ha eliminado lo invisible y absolutizado lo que cree ver con claridad. Piensa que la salvación del mundo depende de que limpie los mares de plástico, construya escuelas en África y salve a los refugiados del mar. Piensa que la salvación del mundo depende de él

Quizá piensas que por escribir cinco ensayos, una novela y un cómic para adultos, la gente está obligada a escucharte, porque tienes cosas muy interesantes que decirle. O que por viajar a Irak para conocer la realidad de los cristianos perseguidos, la gente tiene que darte las gracias por tu entrega, valentía y testimonio. O peor, quizá piensas que por hablar bien, o por tener cierto sentido del humor o una pizca de ingenio, la gente tiene que aprender de ti y admirarte. Como si todo eso no fuese un don recibido más que un arte aprendido. Piensas que se te deben muchas cosas, que te has ganado otras tantas, y que en el fondo el mundo es un poco mejor gracias a tus virtudes, incluso a tus defectos.

Hasta aquí estaba hablando de mí. No se asuste el lector, nadie escapa a la lucha diaria contra la vanidad. Ni siquiera un feo engreído como yo. «Vanidad de vanidades, todo es vanidad», leemos en el Eclesiastés.

Cuando uno contempla el belén y ve al Hijo de Dios tan pobre y humilde siendo tan grande y majestuoso, uno no puede más que escuchar cómo la realidad le sonríe y le dice: no eres el centro del universo, atontado

Y esa es la gran tentación del hombre moderno que ha eliminado lo invisible y absolutizado lo que cree ver con claridad. Piensa que la salvación del mundo depende de que limpie los mares de plástico, construya escuelas en África y salve a los refugiados del mar. Piensa que la salvación del mundo depende de él.

Por eso es tan importante la Navidad, porque cuando uno contempla el belén y ve al Hijo de Dios tan pobre y humilde siendo tan grande y majestuoso, uno no puede más que escuchar cómo la realidad le sonríe y le dice: no eres el centro del universo, atontado.

El Centro es sufrido, es benigno; el Centro no tiene envidia, el Centro no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

Nosotros somos puntos imperfectos de la periferia, llamados continuamente por el Centro para que nos acerquemos a Él. La mayoría de las veces no hacemos ni caso, pero no por eso deja de llamarnos. Nunca es tarde para comenzar de nuevo. Hasta en el lecho de muerte seguirá reclamando nuestro amor. Esto es lo que nos recuerda la campaña de Navidad que ha lanzado este año la Asociación Católica de Propagandistas

Ojalá también nosotros lo tengamos muy presente esta Navidad. Y además, cuando uno lo vive, se le quita una gran responsabilidad y un gran peso de encima. Es una alegría descubrir cuál es nuestro papel en esta vida. Y no es el de Batman, sino el de la ciudad de Gotham, miserable y pecadora, que tiene que ser rescatada por su redentor.

Nos tiene que quedar grabado a fuego que no somos el centro del universo. Por muchas cosas que hagamos y por muy buenas que sean, caen todas en la mayor de las irrelevancias cuando contemplamos a Dios hecho Hombre en el portal de Belén.