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Lo importante son los títulos

Lo verdaderamente importante son títulos que recibimos sin merecerlos. Nuestro cometido no es ganarlos sino hacernos dignos de ellos

El otro día en un artículo que titulé Cosas grandes planteé dos preguntas a los lectores: «¿Qué te alegra?» y «¿Qué te entristece?» Y claro, muy a pesar mío, no he tenido más remedio que plantearme también yo estas cuestiones. La respuesta te da una pista de dónde tienes puesto tu corazón y no siempre es en el lugar adecuado. Y es un tema serio, pues en función de eso puedes tener una vida profundamente alegre o ser un perfecto desgraciado.

Ha habido en redes estos días una muy interesante discusión sobre si escribir triste o alegre. Yo, que soy un espíritu de contradicción, suelo escribir alegre, pero también cuando el ánimo está decaído. Y hoy lo hago con una mezcla de ambos estados. Responder a estas dos preguntas me ha entristecido. Pero, ¡qué alegría el descubrimiento que he hecho a raíz de meditar sobre el asunto!

Me ha entristecido porque he descubierto que mi corazón está más de lo que quisiera en el dinero que tengo, la poca fama que me queda y los contados éxitos profesionales conseguidos. Y claro, como ya decía, tener el corazón en cosas tan pequeñitas es la antesala de tristezas muy grandes. Pero, ¡oh, gran alegría!, cuando he descubierto algo que me gustaría compartir con el lector. Las cosas grandes que tenemos en esta vida ni son nuestras ni nos pertenecen. Son títulos que tenemos gracias a terceros. ¡Qué descanso!

Y es que no hay mayor alegría que responder a los títulos que por sangre, por amor o por misericordia hemos recibido: Ser hijo de. Ser hermano de. Ser esposo de. Ser padre de. Ser amigo de. En definitiva, ser de.

Poner nuestro corazón en estos títulos implica sacarlo a la intemperie y arriesgar pues no existe otro modo de amar y de ser amado

El que responde honestamente a estos títulos no necesita (aunque a veces tenga) vano honor del mundo, ni deseo de riquezas ni miedo a las humillaciones. 

Poner nuestro corazón en estos títulos implica sacarlo a la intemperie y arriesgar, pero no existe otro modo de amar y de ser amado. Pues enterrarlo bajo tierra para protegerlo de las inclemencias del tiempo no impedirá que poco a poco se vaya descomponiendo.

Las grandes alegrías de esta vida no dependen de nosotros. Ni el trabajo, ni la fama, ni el éxito ni el dinero pueden colmar nuestro corazón. Las grandes alegrías escapan, en gran medida, a nuestro cálculo y control, y vivir esto es una maravilla que nos pone en nuestro lugar.

Me decía el otro día una amiga en broma (o no): «Tu mujer y tu hija son ideales, no te las mereces». Y tenía razón, esa es la maravilla de la vida. Lo verdaderamente importante son títulos que recibimos sin merecerlos. Nuestro cometido no es ganarlos sino hacernos dignos de ellos.