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Cartas de la ribera

Ver morir

No es ocultando la muerte como una vida se llena de sentido

Los hospitales ya no son solo el lugar donde se cura a las personas, sino el lugar donde van a morir. Algo tiene de natural, porque salud y enfermedad, vida y muerte, son inseparables. Pero no son lo mismo, porque vivir no es morir, y el caso es que vivir es cada vez más difícil porque se nos está olvidando lo que es morir. Morimos en los hospitales para no morir en casa, y por morir lejos de donde hemos vivido, acabamos viviendo lejos de donde hemos sido.

Lo digo ahora que el abuelo se está muriendo.

Nos hemos enfrentado a la decisión de si llevar a los niños a verle en sus últimos momentos o si, por el contrario, librarles de esa experiencia. El consejo mayoritario ha sido que mejor que no fuesen, que recordasen los buenos momentos del abuelo, que no pasasen por ese momento desagradable, que no es bueno para un niño ver la muerte. Y lo entiendo, porque un niño lo que tiene que ver es vida, vida rebosante de esperanza, un horizonte luminoso y una promesa de plenitud que le desborde. De otro modo es imposible crecer. Pero esa no es la manera. No es ocultando la muerte como una vida se llena de sentido.

Es cierto que la muerte tiene una cara fea como fea es la cara llena de arrugas. Pero la muerte tiene su cara buena como belleza tienen las arrugas. Para descubrir la belleza que hay detrás del desgaste de la vida no hay que ocultar ni la muerte ni la senectud. Un poco de cosmética es de agradecer, como el subrayado en un texto o el sombreado en una pintura, pero aplicar cirugía a la arruga es algo muy distinto.

Una persona sin vida tiene tan poco sentido como un libro en blanco. Es algo sobre lo que no ha pasado nada

La vida, la vida pura, no es lo que hacemos, sino lo que nos pasa. Si la vida es materia informe, barro amorfo u hoja en blanco, entonces sí, cuanto menos trabajada esté, mayor utilidad tendrá. Pero es que la vida es el trabajo que se hace sobre nuestra personalidad. Una persona sin vida tiene tan poco sentido como un libro en blanco. Es algo sobre lo que no ha pasado nada. No se me ocurre nada más feo que un anciano con cara de niño. Los bebés a veces tienen cara de viejo, de esquimal congelado por el frío, de salvaje alimentado por alimañas o de marinero curtido por el mar, y aun así no son tan feos como lo sería un anciano con cara de bebé. Las arrugas hablan de la vida, y son bellas cuando se ha vivido plenamente.

Hay una belleza que no es cosmética. Es la belleza del significado de la vida plasmado en un rostro. Cada arruga es un verso escrito sobre mármol, una palabra verdadera para la eternidad. Una cara apergaminada es la piedra Rosetta que contiene la solución al jeroglífico de un misterio que se desvela en cada pliegue, en cada mancha y en cada ojera.

En realidad lo único que hemos hecho es fracasar en nuestro intento de matar la muerte

En una cultura en la que la muerte está tan normalizada, convertida en una posibilidad más a nuestra elección, que habla de la eutanasia, del suicidio o del aborto como opciones a nuestra libertad, sorprende que la muerte natural se oculte. Parecía que habíamos triunfado sobre ella y que habíamos podido afirmar la vida hasta sus últimas consecuencias, pero en realidad lo único que hemos hecho es fracasar en nuestro intento de matar la muerte. El hombre, dice Patocka, «debe llevar a cabo su vida, debe portarla, debe llegar hasta el final con ella, ha de medirse con la vida». No es una opción entre otras, como quien elige entre yogur o helado de postre. No. La otra opción, la de la negación, es evitación, huida, retirada hacia lo inauténtico y hacia el alivio, y es la madre de todas las ansiedades, las tristezas y las heridas psicológicas que nos acechan. Por eso la negación de la muerte es la negación, en primera instancia, de la vida.

Lo digo ahora que el abuelo se está muriendo.

Los niños han ido a verle. Se han asomado al misterio que nos abrasa apoyándose en el alfeizar del cuerpo. Dice José Mateos en Tratado del no sé qué  que «porque eso que llamamos Dios ha ocupado el espacio de un cuerpo humano en el mundo, el cuerpo y el mundo dejaron de ser una tumba o una cárcel, para ser vidriera y templo, sabor y suavidad.» No sé qué han comprendido de esto, porque lo que queda en sus cabecitas no se ve hasta que no pasa mucho tiempo. Ellos han estado ante la muerte con mucha naturalidad, sin grandes aspavientos, y ya es mucho más de lo que podríamos ofrecerles de cualquier otro modo. Lo que sí se es que ocultar la muerte es una opción tomada libremente por un mundo adulto que se pelea con la vida. Que no es cosa de niños. Que no son más bellas las caras lisas ni son más interesantes los folios en blanco. Que los niños aprenden a leer en la cara de los abuelos.