Nuevos heterodoxos
Hace diez años, los progresistas dudaban del papado y ensalzaban la libertad de pensamiento teológico. Hoy, en cambio, son los conservadores los que denuncian con celo flamígero lo que ellos llaman papolatría
Andando por una biblioteca de frailes –dónde si no– me encontré un libro de Juan José Tamayo…, y me lo leí. Para quien no lo sepa, Juan José Tamayo, junto con otros teólogos, representa al sector duro de la teología española más progresista y moderna o, como decimos nosotros, liberal. Liberal, en la jerga teológica, no tiene nada que ver con el liberalismo económico o lo que se entiende por liberal en términos políticos. Significa, más bien, que son liberales porque libremente se sacuden el yugo de las imposiciones dogmáticas del aparato eclesiástico en virtud de la anchura de su propio pensamiento. El teólogo liberal, en la segunda mitad del siglo XX, era el teólogo comprometido, joven, actualizado, valiente, realista y que pensaba por y para el cristiano y la cristiana del porvenir.
Para más señas, el lector reconocerá entre los teólogos liberales a aquellos a los que el concilio Vaticano II les supo a poco. Consideran el concilio ecuménico de su época como un punto de partida, un evento eclesial de nuevo inicio, y no un punto de llegada. Más que ceñirse a la literalidad de sus textos, dicen ellos, lo correcto sería dejarse llevar por ese espíritu del concilio que ha de guiar a la Iglesia hasta la verdadera y consumada reforma. Pero, para su decepción, esa reforma nunca habría llegado. El concilio Vaticano II fue frustrado, en este supuesto, por la insuficiencia del posconcilio. Los papas, incluyendo a Pablo VI, habrían reprimido violentamente una reforma que ya parecía despuntar en el horizonte de nuestra fe.
Pero, si por algo se caracterizaba el teólogo liberal, era, sobre todo, por ser un crítico y un contestatario frente al poder inquisitorial de la Iglesia jerárquica y, muy especialmente, del romano pontífice.
Decía que lo mejor del cristianismo son los herejes y, lo que es más, que la forma propicia de ser teólogo es ser heterodoxo
Y esto me lleva directamente al punto al que yo quería llegar. Andando por las páginas del libro me encontré con algunas frases que me obligaron a sentarme, sin retirar la mirada del renglón. Una de ellas decía algo así –no lo recuerdo literalmente, y el libro se encuentra ahora en Portugal– como que un papa progresista era una contradicción in terminis, y que no iba a suceder tal cosa. Por supuesto, el libro había sido escrito bajo el pontificado de Benedicto XVI. También decía que lo mejor del cristianismo son los herejes y, lo que es más, que la forma propicia de ser teólogo es ser heterodoxo: un buen teólogo debe ir contra la enseñanza oficial de la Iglesia, en resumen, so pena de ser infiel a la realidad del cristiano del siglo XXI.
Personalmente, creo que la Iglesia debe agradecer muchísimas cosas a los teólogos liberales, como Juan José Tamayo, a los que no se les puede negar una eventual contribución a la reforma de la Iglesia en muchos aspectos. Sin ellos no podríamos haber avanzado en cuestiones capitales como el amor de predilección a los pobres, el compromiso en la justicia social, la promoción de los derechos de la mujer o la importancia de dar un sentido pastoral a todo el quehacer de la teología. Sin embargo, creo que es necesario, como ellos mismos postulan, no perder nunca el sentido crítico, ni siquiera frente a uno mismo.
Partamos del principio aducido de que la forma más propicia de ser buen teólogo es ser heterodoxo frente al poder eclesial. Reflexionemos más sobre este principio porque, para sorpresa de muchos, entre los que me incluyo a mí mismo, resulta que ahora el polo heterodoxo de la teología parece recaer sobre el sector tradicionalista de la Iglesia Católica. Si bien hace treinta años la forma más juvenil y crítica de ser teólogo era ser liberal, ahora, en un giro rápido y contrario, la Iglesia se despertó una mañana y encontró a una parte nada desdeñable de sus jóvenes en seminarios y casas de formación con una cierta tendencia heterodoxa frente al magisterio del Papa Francisco, al menos en España.
La ortodoxia es la forma más propicia y bienaventurada de ser un buen teólogo
Solo un rápido vistazo a los datos del mercado audiovisual de grandes plataformas como Youtube permite comprobar cómo el cambio de tendencia ha sido notable. Y resulta que grandes divulgadores y catequistas –para el caso, los más jóvenes y, por ello, modernos– resultan ser grandes contestatarios de documentos pontificios como Amoris laetitiae o Fratelli tuti. Algunos son incluso amantes de la liturgia de rito extraordinario que, por lo demás, ha sufrido un severo revés bajo el pontificado del papa Francisco. Que la tendencia sea hoy la recuperación de la fuerza de lo dogmático y no la acentuación del principio de adaptación parece claro. Y esto, seguramente, para gran sorpresa y decepción de los teólogos que preconizaban una creciente insurrección de los jóvenes frente al puño de la tradición religiosa del catolicismo.
Alguno podría pensar que hoy los jóvenes son antiguos. Esto es cierto, y solo quiere decir que hoy ser antiguo es lo moderno. Los jóvenes son los que establecen lo que es moderno, recordemos; y esto por definición. Y los jóvenes, como siempre, siguen teniendo una cierta tendencia a la heterodoxia, saludable o no, no lo sé. Pero es heterodoxia al fin y al cabo. Heterodoxia conservadora, si se me permite. Y al hereje hay que quemarlo –entiéndaseme, que estoy de broma y no mataría una mosca– sea o no de la propia cuerda.
La tortilla se le ha dado la vuelta a Juan José Tamayo. Casi que parece –aunque en el fondo no sea cierto– que hoy ser heterodoxo, crítico, moderno y joven es ser, precisamente, un católico tradicional. No sé qué pensará el autor de libro que cayó en mis manos, ni si ahora estará de acuerdo conmigo, pero yo creo que la forma propicia de ser teólogo es ser ortodoxo, es decir, fiel al magisterio de la Iglesia, aun en la propia creatividad teológica, y fiel al papa, sea quien sea, como el máximo representante de la Tradición católica que va impulsando el Espíritu Santo a través del curso de la historia.
Lo digo porque se ha dado un raro quiasmo eclesial en la última década. Hace diez años, los progresistas dudaban del papado y ensalzaban la libertad de pensamiento teológico. Hoy, en cambio, son los conservadores los que denuncian con celo flamígero lo que ellos llaman papolatría. ¿Quién hubiera pronosticado un cambio de tan grueso calado? Pareciera que nuestra teología fundamental está siempre al servicio de nuestras opiniones personales. Pero, como ya he dicho algunas veces, en teología las opiniones personales no sirven prácticamente para nada. Para mí, a pesar de todo y con todas las consecuencias que de ello se puedan sustraer, la ortodoxia es la forma más propicia y bienaventurada de ser un buen teólogo.