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Fotograma de la aclamada serie de HBO

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‘Devs’, el misterio del libre albedrío tras el metaverso

'Devs' reflexiona sobre esa pulsión tan humana de querer asomarse al otro lado para aprender a burlar la muerte. Una serie que combina el thriller conspiranoico con el drama sobre la libertad

Por su propia naturaleza genérica –siempre explorando el abismo y sus límites–, la buena ciencia ficción dibuja relatos sabrosos en lecturas metafísicas. El futuro, aunque ande emboscado detrás de naves y robots, supone un paisaje que, en última instancia, remite a una cuestión de sentido: ¿Cómo será nuestro después? ¿Qué hay más allá? ¿Cómo perdurar? De 2001 a Matrix, pasando por Blade Runner, la ciencia ficción ha elevado preguntas inquietantes, imposibles, que acaban enlazando con lo religioso.

Quizá por eso Devs (HBO Max España), la muy sugerente miniserie de Alex Garland, venga con una banda sonora repleta de cantos gregorianos. Son acordes de trascendencia para ese científico que juega a ser dios, en su lucha agónica para resucitar a su hija. Porque Devs reflexiona sobre esa pulsión tan humana de querer asomarse al otro lado para aprender a burlar la muerte. La premisa es sofisticada: Lily (Sonoya Mizuno) trabaja como ingeniera informática en Amaya, una empresa de computación cuántica. Ahí despunta también su novio, que ha sido ascendido a un puesto en el corazón de la empresa: un misterioso laboratorio que está inventando una máquina capaz de proyectar en una pantalla cualquier momento de la historia: desde la Crucifixión hasta lo que ocurrirá dentro de dos días. Con esa premisa, la serie combina el thriller conspiranoico, la crítica al poder de Silicon Valley y un drama con la libertad y el determinismo como caballo de batalla.

«Sin libertad, ¿cómo nos salvamos?»

«Este es el único principio que debes entender: nada ocurre jamás sin una razón; todo está determinado por algo previo», sentencia uno de los protagonistas. Y ahí se encuentra la tensión filosófica que convierte a Devs en una propuesta tan inédita. Si no hay libertad, ¿cómo podemos salvarnos? Si todo es mera consecuencia, ¿dónde queda nuestra responsabilidad para el bien y el mal? ¿Y Dios? ¿Y la física? ¿Qué hacemos, entonces, con los nuevos Mesías tecnológicos, como el Forest de Devs, que ansían inventar unas nuevas reglas del juego existencial? De estos intentos por cuadrar el círculo –una aporía constante– extrae la serie de Garland su extraordinaria potencia. El espectador se agarra a las desventuras de Lily en su lucha contra un destino en forma de gigante informático. En su lucha por la libertad... o por las meras consecuencias de acciones previas.

Para resolver el puzle, que es tanto metafísico como de espionaje, Devs se ayuda de iconografía divina (esas aureolas que coronan a los personajes, ese templo sagrado que es el laboratorio), de poemas que aluden al apocalipsis y a un renacimiento en Belén, de tramas donde el concepto de profecía es clave, y de códigos informáticos capaces de recrear el paraíso. Un simbolismo denso, sugerente, paradójico, incluso.

Todo ello presentado mediante una estética hipnótica, muy sentida, que combina la melancolía apagada ante la pérdida de los seres queridos con el destello de los entornos tecnológicos, que juega con violentos filtros de colores, que coreografía salvajes escenas de acción y permite trucos de montaje para ejemplificar los mundos que pudieron ser... pero que no fueron.

Imagen de uno de los capítulos de la serie de HBO Max

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El afán de trascendencia

Todos esos recursos hacen que, más allá de su discutible final calvinista, lo más apasionante de Devs sea la magnética travesía visual y narrativa que regala durante sus ocho episodios. Es un envoltorio que hace aún más apetecible darle un tiento a esta historia de ciencia ficción que traslada a imágenes en movimiento aquel apunte del inimitable G.K. Chesterton: «Siempre se ha creído que existe algo que se llama destino, pero siempre se ha creído también que hay otra cosa que se llama albedrío. Lo que califica al hombre es el equilibrio de esa contradicción». Una contradicción que, como evidencia Devs, nunca cesaremos de explorar en nuestro afán de trascendencia.

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