Celibato sacerdotal: ¿qué dice la Iglesia después del escándalo de los abusos?
«A mí nadie me impuso ser célibe y no conozco a ningún sacerdote a quien se le haya impuesto. Lo he elegido libremente», asegura el profesor Laurent Touze
Al hilo de los escándalos sobre abusos, el cardenal de Múnich y el sínodo de la Iglesia Alemana han puesto en duda la eficacia del celibato sacerdotal. Frente a ellos, el teólogo de la Universidad Pontificia de Salamanca, Emilio Justo, asegura que «se suele identificar el celibato con aspectos de la ley canónica, cuando desde un punto de vista teológico, existencial y psicológico es una forma de amar. A mi modo de ver, el celibato está en sintonía muy fuerte con lo que significa estar ordenado».
Emilio Justo intervendrá en unos días en un seminario en el Vaticano en donde profundizará en esta cuestión. A su juicio, «es importante ir al fondo y pensar lo que significa el sacerdocio para precisar lo que es el celibato de los sacerdotes. En cualquier caso, el celibato no es negar el amor a otra persona; más bien lo contrario, es amar a personas concretas».
El debate sobre el celibato sacerdotal se ha mezclado en los últimos años con los casos de abusos, como si este delito fuera fruto de una sexualidad reprimida. Frente a ello, este profesor de la Pontificia de Salamanca señala que «cuando un sacerdote tiene una vida afectiva empobrecida está claro que no hay una vivencia sana del celibato. Pero la solución no pasa simplemente por el matrimonio. Las dificultades del celibato en muchos casos son similares a otras que se tienen en el matrimonio». A su juicio, «la madurez afectiva está relacionada con una vivencia personal y con las relaciones que se viven».
La visión de este teólogo de Salamanca coincide con la del profesor Laurent Touze, de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma. En su opinión «si una persona tiene tendencias perversas hacia los niños, lo último que se debe hacer es meter a esos niños en su propia casa». Por ello considera «más oportuno no aceptar en el clero a la persona que tenga esos problemas. Es preciso decirle a esa persona que la vida sacerdotal, donde tendría contacto con niños, no es su sitio».
Touze también lamenta que muchas veces se presente el celibato como una obligación impuesta. «A mí nadie me impuso ser célibe –asegura– y no conozco a ningún sacerdote a quien se le haya impuesto. Lo he elegido libremente. Libremente, como todos mis hermanos en el sacerdocio, lo he acogido con un don. Y después de 25 años de ministerio uno lo vive de forma distinta que al principio, igual que un hombre casado tiene una visión distinta de la vida matrimonial cuando se casa que cuando celebra sus bodas de oro. Pero nadie le impuso la fidelidad».
El celibato no es un dogma en la Iglesia Católica, pero sí una tradición que se vive desde los primeros tiempos. Hay testimonios escritos, también en España, que desde el siglo IV refieren esa tradición recibida de los apóstoles. Se trata de legislaciones canónicas en las que se establece que los sacerdotes deben ser célibes o, en caso de estar casados, vivir la continencia.
En este contexto, el profesor Touze asegura que «la reflexión de la Iglesia en los cincuenta últimos años es una reflexión de adecuación a la Misa. El sacerdote tiene un papel especial en la Misa. El único sacerdote es Cristo, que está presente con el sacerdote».
Esta visión no excluye que en la Iglesia Católica siga habiendo sacerdotes casados, como entre quienes provienen del anglicanismo o en algún rito oriental. Se trata de excepciones en una tradición que se mantiene constante desde los primeros tiempos de la Iglesia.