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DELENDA EST CARTHAGO

La tentación de la tregua

La paz ciertamente es uno de los atributos de Cristo. Antes de que otros ostentasen tan alto título en horas bajas, Jesús ha sido llamado en la Iglesia príncipe de la paz

De la Infanta Isabel Clara Eugenia se decía que era, de entre todos los hijos de Felipe II, la más intelectualmente dotada. Tuvo la oportunidad de demostrarlo como soberana y gobernadora de Flandes a lo largo de 35 años. Durante su gobierno tuvo lugar la tregua de los doce años, que dio un respiro a aquellas tierras, tan necesitadas de alivio. Pero para 1625 la guerra estaba de nuevo en su apogeo. No en balde la sangría de la guerra de Flandes se conoce también como la Guerra de los ochenta años.

Isabel Clara Eugenia tenía gran amistad con una carmelita descalza, Ana de San Bartolomé. Discípula de Santa Teresa de Jesús, llevó adelante las fundaciones del Carmelo descalzo en Francia primero, y en Flandes después. Desde su convento de Amberes ejercía sobre gente de todas clases –incluso entre varios de los maestres de campo de los ejércitos de Flandes– una verdadera maternidad espiritual. Lo que hoy llamamos acompañamiento. Y eso es lo que buscaba la Infanta, verdadero consejo ante tan graves retos. En una carta que le escribe el 26 de febrero de 1625, en pleno apogeo del asedio a la ciudad de Breda, le llegará a manifestar un temor bastante peculiar que le persigue en esos días: «la tentación terrible sobre la tregua, que me tiene con mucha pena». En un contexto de internacionalización del conflicto, con presencia de refuerzos para los sitiados holandeses desde Inglaterra y Dinamarca, su preocupación era que entre sus colaboradores se flaquease ante el momento de la prueba, y que se buscase más los cálculos personales –recordando la bonanza de la tregua de los doce años– que lo que la situación verdaderamente demandaba en ese momento.

La paz ciertamente es uno de los atributos de Cristo. Antes de que otros ostentasen tan alto título en horas bajas, Jesús ha sido llamado en la Iglesia príncipe de la paz. ¿Cómo es posible, entonces, que la tregua en medio de un cruento asedio, en un conflicto que se reanudaba tras casi cincuenta años de su primera fase, pueda verse como una «tentación terrible»? Independientemente de las circunstancias en que tuvo lugar dicho conflicto, ya lejano, tenemos el caudal de experiencia de quienes lo vivieron. Cómo entendían las situaciones que debían enfrentar, así como los obstáculos y los medios para vencer. Lo que queda claro es que hay momentos en los conflictos en los que hay un punto álgido en el que la tentación de dejar caer los brazos en forma de compromisos, y que estos compromisos se vean como una forma de dejar atrás la fatiga, es una posibilidad real.

La defensa del hombre y de la vida en un contexto como el nuestro es ya un conflicto de larga duración. Desde Roe vs. Wade, casi tanto como el conflicto de Flandes en tiempos del sitio de Breda. Las hostilidades se recrudecen cada cierto tiempo y la fatiga de la resistencia puede hacerse presente cuando se experimentan los aprietos mediáticos, legislativos y hasta judiciales contra la defensa del no nacido o el ejercicio del derecho a la libertad religiosa. ¿Quién no quiere tregua, al menos un respiro, cuando el conflicto aprieta? Isabel Clara Eugenia le confiaba en esa misma carta a la Beata Ana de San Bartolomé que los hay dispuestos a plantearse los problemas no desde la voluntad de Dios, sino mirando a los respetos humanos, y le rogaba orase para que Nuestro Señor mudase esos mismos corazones inclinados a la tregua.

Lo primero que hace falta es convencerse de que estamos tentados y que hace falta creer en la necesidad de la oración

Qué duda cabe que en nuestro conflicto de larga duración por la vida del no nacido existe la posibilidad de que nuestra perseverancia se vea sometida a la «tentación terrible de una tregua», a dar por bueno que determinados espacios en el debate público queden vedados, con tal de poder seguir adelante con nuestras variadas ocupaciones y nuestra vida intramuros. Por eso lo primero que hace falta, a imagen de la Infanta, es convencerse de que estamos tentados, y hace falta también creer, como ella, en la necesidad de la oración que muda «los corazones de los que quieren lo contrario».

Breda se rindió cuatro meses después. Fue tan sonoro el éxito de dicho asedio que Velázquez recibió el encargo de inmortalizar la rendición de Breda con sus artes, en el conocido cuadro de las lanzas. Otra imagen aguarda a ser inmortalizada en este conflicto de larga duración para esta generación, pero el requisito es superar la tentación de una tregua. A decir de la entonces apenada Isabel Clara Eugenia, «la terrible».