Fundado en 1910

Anclados a la esperanza

Lo importante es el final, que es el principio de todo. En esta tensión sostenida hacia el Infinito, el ser humano va dando pasos, aunque sea arrastrándose

«La esperanza es una determinación heroica del alma y su forma más elevada es la superación de la desesperación.» En una de sus conferencias más famosas, el escritor Bernanos lanzó esta frase que a tantos nos ha consolado. No se trata de un optimismo fácil y falso con el cual se intenta inventar un disfraz para la realidad. A Bernanos le tuvo que llegar muy hondo la desesperación y casi ahogarle para que surgiera en él una declaración como esta, que suena más bien a testimonio.

Quien no ha sido nunca derrotado, no ha experimentado el sufrimiento o el agotamiento extremo, realmente no sabe lo que es la esperanza. La esperanza es esta luz que permanece cuando todo alrededor es oscuridad. Es una claridad que baja hacia nosotros porque es sobrenatural. No surge de los planes cumplidos ni de la vida perfecta. Es más cosa de los quebrados.

La esperanza no es siempre bien acogida. Allí reside la verdadera tragedia, no de nuestros fracasos ni de nuestras caídas. Es como cuando uno se organiza una vida cómoda en un mundo feliz en el que todos somos como dioses, y le da la espalda al final que, quiera o no, acabará llegando. También puede llegar de forma insidiosa una especie de letargo que nos anestesia del dolor. Es una desesperación que no dice su nombre, como un veneno lento que hay que tomar mucho tiempo para morirse de él, pero que al final mata seguro. Los Antiguos la conocían muy bien, la llamaron acedia. Para luchar contra esa perezosa tristeza, hermana del carpe diem materialista, sólo queda arrodillarse y pedir el pan cotidiano. Fuerza para el afán de cada día, constancia para 24 horas. Porque sólo existe hoy. Ayer ya pertenece a la Misericordia y mañana a la Esperanza. Sólo Ella nos lleva más allá, nos hace tener sueños grandes que superan por completo nuestra capacidad y que no pueden inspirar ni el optimismo ni el oportunismo.

Gracias a los modelos de santos «fracasados» es posible caminar en la vida

De hecho, hace unos años, hice un descubrimiento: muchos grandes santos acaban su vida como fracasados, o eso parece. Un san Francisco Javier que se muere en la orilla, justo frente a la costa china que lleva tantos años soñando evangelizar y que nunca llegará a pisar. Un Carlos de Foucauld que es asesinado, solo en medio del desierto, sin poder fundar su orden religiosa ya que nadie se quiso unir. Un san Agustín que agoniza durante el sitio de Hipona por los vándalos, viendo como se derrumba el primer imperio cristiano. ¿Dónde estaba la victoria, dónde quedaba el éxito?

Si el justo se cae siete veces y se vuelve a levantar, imaginaos los que no lo somos, cuántas veces nos toca al día… Pero gracias a esos modelos de santos «fracasados» sí es posible caminar en esta vida. Porque todos ellos, con sus fragilidades y derrumbamientos, nos orientan en un solo sentido hacia el Sol de Justicia. Lo importante es el final, que es el principio de todo. En esta tensión sostenida hacia el Infinito, el ser humano va dando pasos, aunque sea arrastrándose. Ve los años de su vida desfilar de forma vertiginosa. Como decía Charles Péguy: «los cuarenta años son una edad terrible. Porque es la edad en la cual nos volvemos lo que somos.» A punto de cumplirlos, diría que más que terrible, si uno se deja, los cuarenta son la edad de la lucidez; y de una apertura real a la Misericordia. También es el momento para comprobar si estamos en una huida o corremos hacía la Meta. Porque, ¿qué son 40 años para un alma inmortal? El horizonte es la Eternidad.