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14 de febrero

San Valentín: biografía del cura que casaba en las mazmorras y que acabó como tótem del cutrismo

En la orgía del consumismo sentimental, no está de más recordar lo que se sabe de esta tradición y del sacerdote que puso la heroicidad en el amor a circular

Con los primeros santos suele ocurrir que lo real, la tradición y los pasatiempos de juglares se entremezclan hasta hacer historia. Llega un momento donde las fuentes a consultar se entremezclan con el batiburrillo de citas inconexas que aunque más propias del terreno de la ficción que de la realidad, han calado hondo con el paso de las generaciones, donde el lector es más proclive a abrazar lo que suene a fantástico que a la mundanidad machacona de un santo más en el santoral.

Sea como sea, san Valentín no se ajusta –o eso dicen– a los últimos. De sus orígenes se sabe poco, aunque algo más de su final. Se trata de un sacerdote casadero que en la Roma de Claudio II, en pleno fragor de la persecución a los cristianos, frecuentaba las celdas para llevar a las novias de los recluidos y unirlos en sagrado matrimonio entre barrotes y el despiste –casual o no– del carcelero de turno.

Igual que le ocurrió a Juan el Bautista, a Claudio II, estos actos, no le importunaban demasiado, más bien le parecía una anécdota por la que, como mucho, cabía ordenar un severo correctivo para que no volviera a ocurrir. Sin embargo, los susurros que le cercaban, dispusieron que el emperador diera la orden de llevar a Valentín al cadalso.

El milagro que se le atribuye al patrón de los buenos amores ocurre precisamente en los días de su propio encarcelamiento, poco antes de citarse con la muerte. Dicen que Valentín se había fijado en la hija del juez que le había impuesto la pena capital. Por lo que dice la leyenda, la muchacha era ciega. El cura oró porque esta chica sanara y tuvo la suerte, camino al suplicio, de darle un papel y ver como la niña, intrigada, hizo el amago de leer, por lo que el santo se fue al encuentro con el Señor sabiendo que no había estado solo y que sus plegarias habían sido escuchadas. La familia de la joven quedó marcadamente impactada por el suceso y se convirtieron al cristianismo. La niña, en muestra de gratitud por la merced, plantó un almendro –o eso dice la leyenda– en su tumba, razón por la que este árbol ha quedado como símbolo de las amistades profundas y duraderas.

Ilustración que muestra la tradición pagana de vestirse con pieles de lobo e ir a azotar a las mujeres en busca de la fertilidadW.M.

Un santo para acabar con los lobos

Siglos más tarde, a la hora de santificar esta fiesta, el papa Gelasio I, le dio una vuelta de tuerca a la narrativa de san Valentín, dándole un carácter censor contra las fiestas lupercales, una suerte de orgía descafeinada donde los mancebos romanos desollaban lobos, perros y cabras, se desnudaban, se adornaban con sus pieles y salían por las calles para azotar con los pellejos restantes a las mujeres para asegurar su fertilidad y, quien sabe, si su propio provecho y titularidad en la estirpe con la práctica.

El eco del santo se metió el 14 de febrero en el calendario gregoriano, se le dio todo el valor intercesional para asuntos relativos a la fecundidad y las lupercales pasaron a ser una de esas historias tabús del tiempo de la barbarie.

Dicen que el primer registro con el que se cuenta de la primera celebración del día de San Valentín tuvo lugar en el año 494.

Amor de neónPexels

Amor capital: de san Valentín a Cupido

La fiesta de san Valentín tuvo carácter oficial en la Iglesia católica hasta que el papa Pablo IV dejó de celebrarla y finalmente en 1965 durante el Concilio Vaticano II, ya con Pablo VI se eliminó la fiesta del calendario litúrgico. De hecho, tal día como hoy, la Iglesia conmemora a los santos Cirilo y Metodio, patrones de Europa.

En cualquier caso, como se decía con anterioridad, el poder del relato es más importante que las partes que la componen y hoy en día, san Valentín o Cupido –en función de la tradición de la que se beba– han trasvasado todo tipo de preferencias historiográficas para convertirse en la mejor palanca para incentivar la economía después de la cuesta de enero y el fin de las rebajas.

Al despliegue de dulces, joyas y flores de plástico en el caso de los más cutres, hay que sumarle el despilfarro creativo para hacer un vídeo con poso y señera que pueda abrir las puertas de los corazones en duermevela o de los amores castigados por la rutina de los años.

Hollywood abrió la veda con su cutrismo cinematográfico a la hora de ponderar el amor en gastos y dispendios. A más quilates, más cariños. Y bajo esa máxima estuvieron devoradas unos cuantos millones de espectadores que vieron en ese binomio la puerta perfecta para tocar los afectos.

Luego, las crisis se sucedieron y el listón ya no llegaba ni a las primeras producciones de Matthew McConaughey por lo que hubo que empezar a tirar de Groupon para conseguir masajes con descuentos y orgías pantagruélicas en el japonés de moda a precio de saldo. Ahora que se acepta san Bizum como encauzador de romances y facilitador de golosinas, quedan por un día mitigados los desabridos amores tranquilos en lo cotidiano, que se baten el cobre el resto del año y que ese día, por fin, descansan viendo hasta las tantas alguna reposición del Gran Prix mientras el mundo sigue su curso y comprando a precio de saldo esa máxima de: «Sin flowers» y «sin pedrusco», poco me quieres y en poco me estimas, chico, chica, 'chique' Tinder.