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Entrevista a Ginés García Beltrán

Obispo de Getafe: «La cultura contemporánea quiere acabar con la fuerza moral de la Iglesia»

Una conversación con Ginés García Beltrán, prelado de la diócesis ubicada en el territorio eclesiástico de Madrid, que señala, sin tapujos algunos de los retos que la Iglesia tiene que abordar hoy en día

Tras caracolear por una carretera que va entre pinares, llegamos al Cerro de los Ángeles. Al lado del monumento al Sagrado Corazón de Jesús, cerca del monasterio de las carmelitas descalzas, nos espera Ginés García Beltrán, obispo de la diócesis de Getafe, para abordar algunas cuestiones relativas al trabajo de la Iglesia en el extrarradio, sobre la batalla cultural y el papel de los jóvenes en la tarea de la nueva evangelización.

¿Qué singularidades tiene la diócesis de Getafe?

–Es una diócesis joven, muy populosa, marcada por lo urbano, que ocupa todo el sur de Madrid. Es un territorio donde desde los años 60 ha experimentado un crecimiento enorme por la migración nacional en un inicio y después por la migración internacional. Hoy en día tenemos cerca de 220.000 inmigrantes, lo que hace que sea una diócesis muy viva, plural y eclesial, aunque también marcada por una fuerte secularización. Estamos empezando, dando nuestros primeros pasos, pero eso no quita que sea un lugar donde se ha hecho mucho, se está haciendo mucho y se puede seguir haciendo mucho para potenciar la pastoral, la iniciación cristiana y ayudar los que está viviendo en situación de pobreza.

Hoy, 20 de febrero, se celebra la Jornada Mundial de la Justicia Social. Hace unas pocas semanas teníamos las cifras dramáticas que presentaban Cáritas y el Informe FOESSA. ¿Cuál es la tarea a acometer por parte de la Iglesia, en particular la de Getafe, respecto a la pobreza severa y la precariedad laboral?

–La Iglesia, en primer lugar, tiene que mirar de cara a la pobreza. Primero, poniéndole rostro, nombre y apellidos. Los pobres no son un concepto sociológico fruto de las estadísticas, sino que son gente con familia, con sus historias, con sus problemas. La Iglesia tiene que acercarse a esta pobreza. Es algo que toca de lleno, como decía antes, nuestra diócesis, que tiene a más de 100.000 personas que viven en el paro o con un trabajo muy precario. Nosotros hemos puesto en marcha, desde la Pastoral Obrera, un proyecto de acompañamiento a los que están en el paro. No podemos desatenderlos. Para ello hemos propuesto que en cada parroquia haya un grupo que se dedique exclusivamente a las personas que están en esta situación.

Lo vimos con el Informe FOESSA: la pandemia ha aumentado la brecha entre ricos y pobres. Y esto es algo que palpamos día a día. Por ello necesitamos estar ahí presente, ayudando en lo que sea posible y más. También quiero destacar que esta situación de enfermedad que vivimos ha hecho que se haya generado y ampliado la solidaridad entre las personas para ayudarse a salir adelante. La Iglesia de Getafe lo que quiere es vivir cerca de los pobres, sacarlos de ahí, pero no desde una actitud de superioridad, sino en la convivencia diaria.

El obispo de Getafe

Es habitual escuchar por parte de los obispos la queja de que de la Iglesia se habla, principalmente, sobre todo aquello que hace mal o no tan bien. ¿Qué respuesta dan desde dentro a la tarea, muchas veces oculta, que se lleva a cabo para atender aquello de «tuve hambre y me disteis de beber»?

–Creo que hay una pretensión por parte de cierta cultura contemporánea, del poder establecido, en desmoralizar a la Iglesia, que pretende acabar con la fuerza moral, con el peso moral que tiene la Iglesia Católica, que, sin ninguna duda, no tiene parangón con otra institución en la sociedad. Por tanto, si yo digo a todo el mundo que la Iglesia católica ayuda y afirmo que es verdad que hay corrupción dentro de ella, pues esa ayuda se va a poner en cuestión. Aquí la cuestión que debería ocuparnos es qué pasaría si de pronto la Iglesia se retirara de todas las obras sociales que tiene. Desde la educación hasta el cuidado en los hospitales, los ancianos, los presos, los que menos tienen… ¿Qué pasaría? Pues sería algo tremendo. Sin embargo, se sigue desprestigiando a la Iglesia.

La caridad en la Iglesia no es opcionalGinés García Beltrán - obispo de Getafe

Ante esta realidad, hay dos posturas. Reaccionar en contra, que lo que a uno le sale de primeras, o seguir viviendo con más radicalidad el espíritu evangélico. Es a esto a lo que estamos llamados: a vivir el Evangelio, independientemente de lo que se diga, porque está en el mismo Evangelio aquello de que nos perseguirán y que hablarán mal de nosotros. Ya estábamos advertidos. Ahora bien, esto no tiene que ser una excusa ni un freno para seguir haciendo el bien, para practicar la caridad, para adentrarnos en el corazón misericordioso del Señor. Quede claro esto: si yo quiero que mi corazón se ajuste al corazón de Dios, mi corazón también tiene que ser compasivo, tiene que ser misericordioso. La caridad en la Iglesia no es opcional. La caridad en la Iglesia es una exigencia del propio ser cristiano, pase lo que pase.

En Getafe cuentan con un grupo de jóvenes inmenso. Como pastor de la diócesis, ¿Cómo se acompaña, en medio de la secularización, de tantas alternativas y credos a la carta, el tocar a los que están más alejados?

–Cuando yo llegué a la diócesis hace cuatro años y me dijeron que en Getafe hay una población universitaria de más de 125.000 universitarios, no pude sino sorprenderme. Frente a esta labor tan impresionante, creo que tenemos que transmitir la fe de la Iglesia de un modo limpio, sin edulcorantes, sin descafeinarla, con sencillez, con convicción, con claridad, exponiendo cuál es nuestra fe. Y si se hace así, engancha. Porque Jesucristo engancha y engancha a los jóvenes. Mi labor como pastor es que se acerquen al Señor que es, con mucho, lo mejor. Si les ocurre esto, ellos se ocuparán de evangelizar, de llevar la buena nueva a sus compañeros de clase, a sus amigos. El eslogan que escuchaba cuando era un sacerdote joven y que todavía repito y recuerdo es que los jóvenes son los evangelizadores de los jóvenes. Hay curas estupendos que, en efecto, llegan a muchos, pero esta es una tarea, también, de los propios chicos y chicas. Su ánimo, su ilusión, son fermento en medio de la masa. Cuando uno conoce a Cristo, lo que es una contradicción para el mundo, lo que parece que un joven de hoy no puede asumir en el campo de la sexualidad, en el campo de la economía, en el campo de la política, llega un momento en que todo encaja porque Jesucristo hace que todo encaje. Claro está que una moral sin Jesucristo no es que sea difícil de vivir, es imposible. Pero cuando está el Señor, todo eso tiene un sentido. Esto es lo que tenemos que transmitir a los jóvenes. No son las ideas ni las ideologías lo que nos une, no nos engañemos, es el amor. El corazón de Cristo. La tarea por acometer no es fácil con los jóvenes, pero es posible si seguimos teniendo esa necesidad de no callar a Dios.

¿La Iglesia debe entrar a esto que se ha venido a denominar la batalla cultural?

–La Iglesia tiene que entrar a la cultura. No sé si en plan batalla, porque en el fondo estas batallas van un poco a rebufo de una dialéctica que nos meten a todos en una espiral. Prefiero hablar de encuentro o diálogo cultural. Pero vamos. Lo que es un hecho es que la Iglesia tiene que estar en el mundo de la cultura, porque el Evangelio es cultural, porque el Evangelio se hace cultura. Si el Evangelio no impregna las artes, es que no hemos hecho bien el anuncio. No basta un barniz, una pancarta... Hay que permitir que el Evangelio, por su propia fuerza, impregne el corazón de la cultura. Es verdad que nosotros tenemos que hacer nuestra propuesta antropológica, nuestra propuesta a favor de la vida, hablar de la belleza, la bondad y la vida. De lo que hay de bueno para el hombre. Es verdad que es una tarea que tenemos pendiente y que quizá, para el ámbito artístico, cierta confesionalidad a lo mejor no es lo más positivo. Tenemos que salir con una propuesta clara que nos defina, pero no que nos etiquete.

El obispo de Getafe atiende al diario El Debate desde su despachoPaula Argüelles

–Cuando el Papa Francisco nos habla de fraternidad, ¿en qué categorías tenemos que decodificar su significad? Porque lo que entendíamos por fraternidad hace 10 o 20 años tiene poco o nada que ver...

–Cuando yo escucho `fraternidad´, la palabra me sugiere `don´. Ser hermano es algo que nos es dado. No los elegimos. La fraternidad dirige hacia la paternidad o maternidad, hacia un un tronco común, a alguien que nos une. La cultura actual está rompiendo con esta idea y esto, es pobreza, orfandad. Muchos de los movimientos ideológicos de hoy, también algunas propuestas feministas que ven la realidad desde aquí, han olvidado el valor de la paternidad. Una sociedad sin padre, sin autoridad, sin referencia, sin origen, tendrá difícil detectar la meta y tendrá más posibilidades de vivir despistada. Por tanto, para mí, la fraternidad, me lleva también a la paternidad de Dios y a lo que de esto se deriva: somos hermanos. Necesitamos, como dice el Papa en Fratelli tutti, esa expresión que referencia a san Francisco de Asis, de hacer una vida «con sabor a Evangelio». Fraternidad también remite a amistad social, también con los que no creen, o que sienten y piensan de otro modo. Que yo me sienta amigo de mis amigos, aunque no compartan la misma forma de mirar la realidad que yo, no me quita un ápice de cristianismo. Y esto también está cuando miramos a los pobres: yo no veo a un pordiosero o a alguien que me puede hacer competencia sino a un hermano. La paternidad, como consecuencia de la fraternidad, no sólo cambia el pensamiento sino que cambia el corazón.