Doctoras y madres
A la vez que se te ensanchan las caderas también lo hace tu corazón. Descubres una fuerza, una capacidad de entrega que no sabías que tenías. Por tus hijos, das saltos al vacío que nunca hubieras dado, buscas soluciones donde parece que no las hay
Nuestra segunda hija se llama Agnès. Es el nombre de Madre Teresa de Calcuta antes de hacerse monja. Es un gran modelo para nuestra pequeña, pero no tomamos esta decisión solo por la impresionante entrega de esta santa con los más pobres. Fue por su discurso en la conferencia de Naciones Unidas en Pekín sobre la mujer. Es el texto que más veces he leído en mi vida y que más me ha influido como mujer, sobre todo este pasaje:
«(…) ningún trabajo, ninguna carrera, ninguna posesión material, ninguna visión de la 'libertad' puede sustituir al amor. Todo lo que destruye el regalo de la maternidad, destruye el regalo más preciado de los regalos hechos por Dios a la mujer: amar como una mujer».
No es fácil hoy en día encontrar voces de mujeres que te orienten en esta dirección. Cuando iba a ser madre por primera vez, leí todo lo que pude sobre la vocación de la mujer a la maternidad, y me generaba muchas dudas. Por una parte, tenía muchos sueños profesionales, en especial una gran pasión por la investigación; y tenía miedo de que por ser madre se me cerrasen todas las puertas. A menos que dejase apartados a mis hijos más de diez horas al día, no veía ninguna solución a mi alcance. Era la época en la cual salían noticias de que Facebook incluía en el seguro médico de sus empleadas la congelación de óvulos para darles «la oportunidad» de poder aplazar la maternidad y concentrase en su carrera profesional. Hoy, casi una década después y cuatro hijos en el mundo, diría a cualquier mujer joven que se está planteado la maternidad que no tenga miedo. Que será duro, sí, que no será una carrera lineal y que habrá que buscar soluciones «no convencionales», también. Se encuentran caminos escarpados, con muchos parones, pero que valen la pena y dan frutos. A fin de cuentas, mi experiencia es que nunca, a pesar de las dudas y las renuncias, me arrepentiré de haber puesto a mis hijos primero.
La vivencia física de `dar a luz´ es el comienzo para entregarse a otros más allá de la propia familia nuclear
Porque lo que una no sabe antes de serlo es lo que transforma ser madre. A la vez que se te ensanchan las caderas también lo hace tu corazón. Descubres una fuerza, una capacidad de entrega que no sabías que tenías. Por tus hijos, das saltos al vacío que nunca hubieras dado, buscas soluciones donde parece que no las hay. Y sientes que estás más cerca de este amor que «todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta». Además, este corazón de madre, si una se deja, no sólo es para sus propios hijos biológicos. Esta vivencia física de «dar a luz» es el comienzo para entregarse a otros más lejanos, más allá de la propia familia nuclear.
De hecho, Edith Stein en sus escritos sobre la mujer advierte del doble peligro que es preciso evitar: volcarse en una vida puramente física donde sólo se trate de alimentar a los hijos y olvidarse de todo lo demás, o entregarse por completo al mundo profesional y sus éxitos. La filósofa sólo ve una solución para no caer en ninguno de los dos excesos: rezar para discernir en cada momento la voluntad de Dios. Cada una tiene sus circunstancias particulares, sus talentos personales y no tiene que repetir un esquema preestablecido. Hay mucha creatividad en el amor y múltiples formas de entregarse. Es una aventura única e irremplazable, como lo es cada mujer.