Entrevista
Rod Dreher: «Estamos en una sociedad postcristiana donde ya no controlamos la cultura y lo 'woke' nos ata»
Para el escritor y periodista, redactor jefe de The American Conservative, da igual si uno está interesado o no por la guerra cultural, porque «a la guerra cultural desde luego le interesas tú»
Hace cinco años llegó como un torpedo en la línea de flotación de los convencionalismos católicos el libro La opción benedictina, publicado por Ediciones Encuentro. Conferencias, simposios, críticas tuiteras, congresos y conversaciones de bar de todo pelaje y condición discutieron sobre la tesis principal de la obra: ¿están las cosas tan mal para los cristianos como para retirarse al monte, criar unas gallinas, y esperar el fin de los tiempos? ¿Puede la barbarie, como le ocurrió a Roma en el siglo III, llegar hasta la puerta de nuestros hogares?
En el contexto del Congreso Internacional de la Universidad CEU San Pablo Hacia una renovación cristiana de Europa tenemos la ocasión de hablar con Rod Dreher, escritor y periodista, redactor jefe de The American Conservative.
–¿Cómo es su vida cinco años después de La opción benedictina?
–Creo que el libro llegó justo en el momento en que los cristianos de mí país (Estados Unidos) comenzaban a sentir que algo estaba cambiando. La opción benedictina ofreció un análisis sobre lo que estaba pasando y una sugerencia de cómo afrontar la situación actual. Los cristianos de 2017 no querían creer que para nosotros todo está acabado, que ya no controlamos la cultura. Ojalá fuese de otra manera, pero la realidad es que ya no lo hacemos. Si vamos a aferrarnos a la fe, entonces tenemos que cambiar la manera en la que vivimos como cristianos. Muchos de ellos piensan que en EE.UU. hacer la fe palpable en la sociedad significa votar a los republicanos, a políticos conservadores, y que así todo ira bien. Pero esto no es verdad.
–Ha viajado por todo el mundo explicando la principal tesis contenida en su obra: la del colapso civilizatorio, la de la sociedad postcristiana y la necesidad de volver a fortalecer las comunidades en torno a la fundamental. ¿Qué eco ha ido dejando en Europa La opción benedictina?
–Aquí he descubierto que es mucho más fácil para la gente entenderme que en mi propio país. El libro se vende muy bien y, tras un largo periodo de reflexión, he descubierto lo siguiente: si tienes 40 años o menos y aún vas a la Iglesia, entiendes en qué situación vives; de absoluta minoría. Me parece que los cristianos en Europa que tienen mi edad, 55 años o más, todavía se aferran a la esperanza de que, si ajustamos un poco las cosas para hacer el Evangelio más atractivo para la modernidad podremos mantener nuestra posición. Pero esto no es factible porque los más jóvenes ya ni siquiera lo intentan. Por tanto, creo que estamos en una sociedad postcristiana donde tenemos que saber cómo podemos vivir fielmente como minorías creativas, tal y como proponía el Papa Benedicto XVI. Un apunte: cuando hablo de postcristianismo no significa que Dios no esté aquí. Él sigue presente. Es más bien un término cultural y sociológico que señala que en Occidente ya no nos entendemos a nosotros mismos colectivamente como el pueblo cuya historia está en la Biblia.
–¿Cómo responde a las críticas vertidas contra su obra por pretender sacar a los cristianos del mundo?
–La verdad es que muchas personas han criticado el libro sin ni si quiera haberlo leído. Dicen: «Bueno, Dreher nos dice que tenemos que ir todos a la montaña y construir una fortaleza, y no estamos de acuerdo con eso. Por lo tanto, el libro está mal». En primer lugar, no estoy diciendo eso. No hay escapatoria para este mundo postcristiano. Tenemos que vivir en él. Pero si vamos a vivir en él como fieles, tenemos que dar testimonio de Cristo y presentar a Jesús al mundo, viviendo de forma diferente. En los Estados Unidos hemos permanecido con más fe que en Europa durante mucho tiempo, pero ahora estamos alcanzando rápidamente la descristianización que está ocurriendo aquí. Nos necesitamos los unos a los otros a lo grande. Y me alegra que el libro haya tenido tanto éxito entre los cristianos de Europa porque dentro de una o dos décadas en Estados Unidos vamos a tener que recurrir a los europeos para que nos digan cómo aferrarnos a nuestra fe cuando de repente el mundo haya cambiado.
–¿Pueden los cristianos estar vinculados con una ideología o dejarse adueñar por unas tesis que entren en conflicto con el Evangelio? ¿Cómo podemos crear una comunión con nuestro mundo cuando palabras como «libertad», «relación» o «Dios» tienen un significado radicalmente diferente para cada persona?
–Las decisiones se toman con las opciones que tenemos delante. En este sentido, Viktor Orbán es visto por mucha gente en mí país como un norteamericano que vive en Hungría. Aunque sea una figura muy controvertida en Europa, aparentemente está haciendo una fuerte y valiente apuesta por los valores cristianos. Lo hace con relación a la inmigración, donde sabe que si se abre la puerta de entrada de forma indiscriminada dentro de un tiempo no quedará cristianismo que valga. Lo hace para prohibir desde el Parlamento húngaro la propaganda LGBTI dirigida a los niños. ¿Qué es una figura desordenada? Lo puede ser. ¿Qué dicen que su gobierno es corrupto? Puede serlo. Lo que está claro es que, en cualquier caso, entiende que en este momento Occidente está comprometido en su propia supervivencia y necesita luchar por nuestra civilización.
China se las ha arreglado para enriquecerse y dar comodidad material sin libertad
Esto no es una cuestión de capitalistas, socialistas, liberales o conservadores. Estamos luchando por mantener nuestra cultura y, a mi modo de ver, este es un tipo de discurso que no suelo escuchar en intelectuales cristianos que no sé si son del todo conscientes o han entendido realmente cuán radical es este momento para Occidente. Orbán lo ha hecho y, por desordenada que pueda parecer su figura o sus políticas, que son muy similares a las de los polacos, creo que entiende y mucho mejor que nosotros, lo que está en juego.
–Samuel P. Huntington ya habló del choque de civilizaciones que ahora estamos sufriendo desde comienzos de los 90. ¿Cuáles diría que son los diferentes obstáculos que la comunidad cristiana va a tener que afrontar en los próximos 50 años?
–A diferencia de cuando Huntington hizo sus predicciones, que era un mundo más o menos predecible, ahora vivimos en lo que el sociólogo Zygmunt Bauman llamó modernidad líquida. Significa que tan pronto como las cosas se endurecen, se vuelven líquidas de nuevo. Lo transgénero es el símbolo o emblema perfecto del mundo en el que vivimos ahora. Creemos que no hay barreras naturales y que podemos utilizar la tecnología para imprimir nuestra voluntad en todo, incluso desafiando los límites naturales de la sexualidad. Como cristianos y occidentales, lo más importante que tendremos que afrontar será el transhumanismo, la idea de que podemos y debemos usar la tecnología y la ciencia para cambiar el genoma humano, para crear nuevas especies, para jugar a ser Dios. Hay personas en Silicon Valley que piensan que esto es fantástico, y el resto de la gente normal no piensa en los problemas que puede acarrear porque el individualismo radical y el capitalismo salvaje nos ha llevado a pensar que si queremos algo es porque lo merecemos y, por tanto, deberíamos tenerlo. Las generaciones más jóvenes, incluso quienes no son transgénero, lo han aceptado por completo porque no se les han enseñado valores trascendentales que marcan la existencia de los limites naturales. No veo cómo podemos encaminar una civilización de esta manera.
Yo crecí en los 70 y, por lo menos, teníamos referencias en el pasado y en la Iglesia en cuanto a valores superiores para guiarnos. Parece que eso ha desaparecido por completo con este totalitarismo woke a nuestro alrededor. Quienes gobiernan nuestras instituciones educativas, los medios de comunicación, la administración pública, las grandes empresas, el Ejército, las leyes o la medicina, han aceptado lo woke basándose en políticas identitarias muy crudas. Están tratando de hacer que la gente olvide sus raíces, que no sepan nada, y poder reconstruirlas por completo para hacer lo que los que están en el poder quieren que hagan. Cuando veo, por ejemplo, el Foro Económico Mundial, eso del Gran Reinicio... me dan escalofríos porque creo que estas personas no son conscientemente malvadas, pero no hay nada que las restrinja, sólo se mueven por su codicia y el deseo de controlar el mundo. Esto es algo a lo que tendremos que enfrentarnos los cristianos. China, por ejemplo, va a ser nuestro gran rival como civilización en este siglo. Ya lo son, en realidad, pero se va a ir a más porque se las han arreglado para descubrir cómo enriquecerse y proporcionar comodidad material sin libertad.
–Existe una vinculación muy fuerte entre el Gobierno ruso y la Iglesia ortodoxa que hace que, gobierne quien gobierne, traten de salvaguardar la nación a toda costa. Usted es ortodoxo. ¿Qué posición tiene respecto a sus líderes religiosos y al presidente Vladimir Putin?
Condeno, sin ningún género de dudas, la guerra. De la misma manera que condeno a Putin, pero la histeria antirrusa con la que queremos expulsar a estas personas de la vida pública, despedirlos en Occidente de sus trabajos o quitarles su dinero… Solamente puedo pensar que esto mismo le puede ocurrir y le ocurrirá a los cristianos uno de estos días. Respecto a su primera pregunta, me parece oportuno decir que en los Estados Unidos algunos católicos están a favor de una nueva suerte de reunificación entre Iglesia y Estado como respuesta a la fragmentación y atomización que está surgiendo del liberalismo tardío. Como cristiano ortodoxo, señalo a la Iglesia ortodoxa rusa y digo que por eso no la queremos aquí. La Iglesia ortodoxa rusa se ha corrompido por su relación con el Estado. No quiero eso para ninguna Iglesia, prefiero que la institución quede fuera y que podamos criticarla, exigirle que sea más santa. Ahora bien, creo que el sentido de la comunidad va a ser una de las preguntas políticas más importantes del siglo XXI porque la gente está desesperada. De hecho, creo que las políticas identitarias son una respuesta a este sentimiento. La gente está ansiosa, quieren pertenecer a un grupo, quieren tener un sentido de significado y de propósito. El cristianismo solía ofrecer eso, y aún podría hacerlo de nuevo, pero el cristianismo, al menos en los Estados Unidos, no sé en España, se ha convertido en una especie de clase media conformista con el mundo y que ha perdido su espíritu. Yo quiero ver a los cristianos volviendo a sus raíces, ya sean católicos, protestantes u ortodoxos, y se den cuenta de que hay algo más del aquí y del ahora. Que Dios creó las naciones y no hay nada de malo en estar orgulloso de tu ascendencia, de tu historia, de tu identidad. Eso sí, mientras no lo conviertas en un ídolo pues sólo Dios es Dios.
–¿Cree, entonces, que el ecumenismo real y efectivo es la única alternativa?
–Creo en un tipo de ecumenismo en el que los cristianos que son fieles a nuestros credos, a nuestras confesiones, debemos trabajar juntos siempre que sea posible porque nos enfrentamos a amenazas mucho más grandes que cualquier otra confesión religiosa. Por lo tanto, no tiene sentido que los católicos y los protestantes sigan luchando. Dicho esto, creo que no podemos perder de vista el hecho de que se nos ha enseñado que, si eres buen católico, crees que la verdad reside dentro de la institución católica, de manera contraria a como sucede en las comunidades protestantes u ortodoxas. Si eres cristiano ortodoxo, como yo, tienes que creer que los ortodoxos son más veraces, están en mayor comunión con la verdad que los católicos y los protestantes. No creo que ninguno de nosotros deba abandonar los dogmas en lo que realmente cree, pero tenemos que trabajar juntos y defender que hay algunas verdades que son trascendentes y objetivas y no se pueden cambiar.
–Ante el auge del panteísmo materialista, las nuevas religiones de saldo y la pérdida de la trascendencia dentro de los esquemas de Occidente, ¿cómo potenciamos la carnalidad de la fe?
–A través de una teología vivida. No se puede convencer a la gente que sea cristiana sin mostrarles el testimonio de tu vida y lo que verdaderamente significa ser cristiano. A medida que el mundo se aleja cada vez más de Dios, las personas se van sintiendo cada vez más solas y confundidas. Si conseguimos que puedan mirar a nuestras iglesias, a nuestras pequeñas comunidades cristianas, y ver que hay cordura, estabilidad, luz y calidez, vendrán a nosotros. Tenemos que dejar que el testimonio de nuestras vidas se encarne en los demás. Una de mis cosas favoritas que dijo Benedicto XVI fue que los mejores argumentos que la Iglesia tiene para sus verdades no son proposiciones, no son premisas y conclusiones, sino el arte que hace la Iglesia y los santos. Son encarnaciones de las verdades que no se pueden expresar solo con premisas, sino que se revelan de carne y hueso. Y cuando lo ves, cuando ves a alguien que se ha comportado de una manera santa o ves algo extraordinariamente hermoso, como una obra de arte que lo manifieste a Él, sabes que Dios es real de una manera que no puedes saber leyendo un libro. Necesitamos redescubrir los sacramentos. En este sentido, creo que los católicos y los ortodoxos tenemos una gran ventaja sobre los protestantes porque nuestra fe es, ante todo, sacramental.