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Color morado

¿Qué ha pasado hoy con la mujer? Precisamente donde más derechos tiene se desfigura diluyéndose en proyectos ideológicos que poco tienen que ver con la mujer real

No me representa el color morado, ni el griterío de aquellas que conciben su vida en competencia y enfrentamiento con el hombre. La igualdad de la que habla el feminismo radicalizado es reductiva y pierde la riqueza de la diferencia. Su mirada no resulta justa, ni realista, ni representa a una gran mayoría de mujeres que vive y entiende la vida sin esta voluntad constante de confrontación con el hombre, sino con necesidad de entendimiento, complementariedad y unión entre hombre y mujer para la tarea que hacemos juntos: crianza, educación, trabajar, mejorar y embellecer el mundo.

Doy por supuesta la igualdad entre hombre y mujer como personas en dignidad y derechos. Considero detestable cualquier tipo de violencia o prepotencia de una persona hacia otra, y con mayor motivo si se plantea desde un plano de superioridad. El hombre cuando ofende a la dignidad de la mujer actúa también contra su propia dignidad. Agradezco enormemente a las mujeres pioneras que con su lucha consiguieron los derechos de los que hoy disfrutamos. Conviene recordar a españolas como Clara Campoamor y Mercedes Formica. Mujeres que nunca fueron de izquierdas, nunca gritaron, sino que en un mundo predominantemente masculino se ganaron el respeto de propios y ajenos y nadie puede negar su aportación al estatus de la mujer en España.

La mujer mejora y matiza lo humano

La mejor tradición cristiana afirma que hay una especificidad femenina y también una singularidad propiamente masculina, sin perjuicio de que muchas personas concretas desbordan siempre los modelos al uso. La mujer tiene unas cualidades propiamente «femeninas» por qué no decirlo, que enriquecen todo aquello que toca con su intuición, ternura, comprensión y afecto. Cualidades que en muchos casos experimentan un incremento con la maternidad como, por ejemplo: la gestión de varios asuntos al mismo tiempo, la practicidad, la resolución de imprevistos, la paciencia, la agilidad, etc. La mujer está especialmente llamada a enriquecer el mundo con su enorme y singularísimo patrimonio de humanidad.

Pero ¿qué ha pasado hoy con la mujer? Precisamente donde más derechos tiene se desfigura diluyéndose en proyectos ideológicos que poco tienen que ver con la mujer real. La mujer tiene que recuperarse a sí misma, redescubrir su vocación. La mujer mejora y matiza lo humano. Juan Pablo II gran defensor de lo que él denominaba «el genio femenino» aseguraba que la humanidad se empobrece cuando no se permite a la mujer humanizar todas las dimensiones de la vida: la familia, el trabajo, la sociedad, la cultura.

¿Qué ha sucedido por el contrario con el hombre? Si no fue justo nunca, ni sigue siéndolo minusvalorar a la mujer, tampoco lo es denostar al hombre por el mero hecho de serlo. Cada generación puede conllevar una forma de daño diferente al de la anterior o la siguiente. Y, sin embargo, hoy, especialmente desde hace unos años, se viene sometiendo a la masculinidad a un juicio colectivo en el que no cabe ni la presunción de inocencia en muchos casos, ni tampoco la admiración a sus buenas cualidades como: la nobleza, la valentía o la caballerosidad. Quiere hacerse desde el poder que estas cualidades resulten hoy trasnochadas, anticuadas y profundamente incorrectas. Hoy los hombres están más desubicados que nunca. Como señala Anatrella «asistimos a una lenta pero determinante destitución de la imagen del hombre». ¿No será que la preponderancia y la insistencia machacona y empoderada de la mujer está propiciando el decaimiento del hombre? El camino para la humanidad no es la confrontación entre sus dos mitades.

En el momento desnortado que vivimos, mucho más que el color morado y divisivo que promueve la utopía feminista, se necesita de un coro en el que junto a la voz de la mujer se anude al contrapunto del hombre para interpretar juntos una melodía de esperanza y reconciliación más urgente que nunca en este tiempo incierto.