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La enfermedad es la segunda más infecciosa después de la COVID-19Rome Reports

Día Mundial de la Tuberculosis

Tuberculosis, el fantasma de otra época al que la Iglesia se sigue enfrentando

La Iglesia, que lidia con esta enfermedad ultracontagiosa que solamente en 2020 supuso la muerte de 1,5 millones de personas, pide apoyos para erradicarla al ser prevenible y curable

Cada 24 de marzo se celebra el Día de la Tuberculosis. Ese mismo día, en 1882, Robert Koch describió el bacilo que causa esta enfermedad en humanos. La Organización Mundial de la Salud recoge en su página web el que fue el estertor de Europa durante siglos: la tuberculosis. Una enfermedad con un altísimo índice de mortandad, muy contagiosa y que si bien ha sido prácticamente desterrada de Occidente, sigue causando estragos en los países menos desarrollados y afectando a aquellos con un sistema inmunitario más débil. Exactamente igual que la Malaria. Según la OMS, se estima que en 2020 enfermaron de tuberculosis 9,9 millones de personas en todo el mundo: 5,5 millones de hombres, 3,3 millones de mujeres y 1,1 millones de niños.

Un total de 1,5 millones de personas murieron de tuberculosis en 2020 (entre ellas 214.000 personas con VIH). En todo el mundo, la tuberculosis es la decimotercera causa de muerte y la enfermedad infecciosa más mortífera, por detrás de la COVID-19 (por encima del VIH/Sida).

A esta realidad se enfrenta la Iglesia en su día a día.

Matando más de 200 años

Si con la pandemia del coronavirus el mundo tembló cuando solamente en 2020, según los datos oficiales, fallecieron más de 1,8 millones de nombres y apellidos, la tuberculosis, aunque no tenga el peso mediático y no nos toque en nuestro núcleo familiar, laboral y social, lo cierto es que en letalidad, año tras año, no le va a la zaga.

«La tuberculosis lleva matando más de 200 años a más de un millón, dos millones o tres millones de personas al año», cuenta Carlos Martín Montañés, investigador de la Universidad de Zaragoza. Este científico lleva 20 años desarrollando una vacuna contra la tuberculosis, la MTBVAC.

En 2019 tuvo un breve encuentro con el Papa Francisco donde le contó el avance de las investigaciones y donde resaltó ante el Santo Padre la importancia del apoyo de todos para probar su eficacia y empezar a inocularla. Sin embargo, parece que la comunidad internacional no tiene prisa para erradicar esta enfermedad.

Y es que, como es una enfermedad de países pobres, parece que no hay prisa en que llegue la vacuna. «Llevamos dos décadas, con la diferencia de que con la vacuna de la COVID-19, que empezó en febrero de 2019, en diciembre ya estaban aprobadas las vacunas para su uso masivo. Entonces, yo creo que tenemos un doble lenguaje en los países occidentales de que cuando algo nos afecta muy cerca somos capaces de reaccionar muy rápido, y cuando vemos algo que es desde la distancia...», indica Martín Montañés, que cree que todavía pasarán cinco años antes de que termine el proceso de aprobación. A día de hoy, la actual vacuna, la BCG, se administra al 90 % de los recién nacidos del mundo, pero no protege contra formas pulmonares de la enfermedad, responsables de la transmisión. «Si nuestra vacuna funciona tan bien como nosotros pensamos, estamos seguros que cada mes que pasaría con la gente con la vacunación, se irían salvando miles de vidas. Es algo muy esperanzador, pero necesitamos el apoyo de muchísima gente».

La enfermedad silenciada

«La incidencia de la tuberculosis en las prisiones brasileñas, por ejemplo, es 28 veces mayor que la de la población general», aseveraban los prelados del Ministerio de Pastoral de Prisiones en Brasil, país que vivió episodios dramáticos dentro de las cárceles con motivo de la falta de médicos, de atención sanitaria regular, el hacinamiento, el racionamiento de agua, la calidad de los alimentos y a la falta de un número adecuado de kits de higiene que obligan a los presos a compartir artículos que, tal y como recogían desde Vatican News, deberían seguir siendo personales.

Honduras, el año pasado, también vivió brotes incontrolables que llevó al Gobierno a poner en libertad, sobre todo con el auge de la pandemia, a 1.263 presos. Entre las enfermedades que se detectaron, además del coronavirus, estaba esta peste silenciosa que, sin los cuidados adecuados y las acciones preventivas correspondientes, puede escaparse de todo control.

Es a esta realidad, tantas veces silenciadas, donde la Iglesia en el mundo entero, a través de sus ONG, de sus acciones, de los miles de misioneros y misioneras que en los continentes más afectados acompañan con ternura y serenidad, dejándose la vida en prolongar a sus hermanos en Cristo.