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Capellanes militares

Un proyectil convertido en Sagrario son algunas de las piezas disponibles en la exposiciónAlfonso Úcar

Reportaje

El artista, cura y soldado que cuenta mejor que nadie la historia de los capellanes militares en España

Hasta el 10 de abril estará disponible la exposición El Páter entre la tierra y el cielo, una muestra única que recoge obras de arte, artilugios y objetos para la liturgia de los capellanes militares

Los capellanes castrenses son los sacerdotes que han recibido del obispo la misión de ejercer su ministerio pastoral en el ámbito de las Fuerzas Armadas y desde 1986 en el Cuerpo Nacional de Policía. Trabajan en cuarteles, bases, academias, escuelas, barcos, hospitales... Y en el frente de guerra. Esto mismo se desprende y queda contando en la exposición El Páter entre la tierra y el cielo.

Hasta el 10 de abril, en el Instituto de Historia y Cultura Militar de Madrid, se encuentra una muestra que recoge la historia del capellán militar español. Entre sus curiosidades no solamente están diarios venidos desde Cuba o Filipinas, ropajes y casullas especiales, sino también proyectiles convertidos en sagrarios, maletas con todo lo esencial para la celebración de la Misa en medio de una campaña militar y las piezas y esculturas de una triple rara avis para el mundo de hoy. Hablamos del sacerdote, soldado y artista Ángel Belinchón, director de la muestra que nos enseña los entresijos del capellán castrense.

Imagen de uno de los sacerdotes oficiando en medio de una operación militar

Imagen de uno de los sacerdotes oficiando en medio de una operación militarAlfonso Úcar

«Ser soldado lo llevo con orgullo»

Afable, cuidadoso, menudo y ágil. El páter Belinchón, junto a la comisaria de la exposición, Mónica Ruiz, se detiene para explicar una a una las piezas disponibles en la exposición. Hay multitud de obras suyas, ya sean de su propia mano o restauraciones de artículos de importante valor histórico. «En mi vocación como artista, capellán militar y soldado he aprendido a escuchar los latidos de las personas con las que estoy. Cuando estuve en Afganistán, en mi diario, iba recogiendo sus sentimientos, su generosidad, su grandeza del alma y su sacrificio», señala Belinchón mientras nos detenemos frente a los cascos de unas balas de gran calibre de cuyo interior oxidado brotan unas ortigas de hierro. «Objetos olvidados, rotos, desvencijados y desposeídos ya de la utilidad para la que fueron creados. Ángel resucita lo que está olvidado en la oscuridad de la noche... que pide una segunda oportunidad de tener una nueva vida», señalaba Alfonso Leal Muñoz a propósito de esta obra plástica.

«Brotan de mi cabeza como martillazos los disparos de fusilería que tocaba a muerto en los campos de batalla de las guerras apagadas, ahora calladas. Bosnia. Afganistán. Metralla más fuego. Silencio roto. Más metralla. Por eso están las cajas de munición. Tapas rotuladas. Munición, tiro a tiro, gastada. Yo, capellán, lo he vivido», son algunos de los versos que quedan y resuenan en el folleto de la exposición.

Cuando le preguntamos a Belinchón sobre esos hombres de Dios que, en algunas ocasiones, se ven obligados a empuñar un fusil o a alentar a las tropas a que maten a un igual en dignidad, el páter nos dice que «la fuerza de tu servicio está precisamente en provocar siempre un mal menor porque, como militar, estás llamado a defender la libertad, la unidad, la integridad territorial. Lo que haces es cuidar a los que están detrás de ti. Esa es la clave», nos señala esta sacerdote y artista frente a un pequeño altar portátil.

Ante algunas de las imágenes y artilugios utilizados por los capellanes durante su misión

Ante algunas de las imágenes y artilugios utilizados por los capellanes durante su misiónA.U.

Sobre cómo se abraza esta vocación que pone contras las cuerdas a todo aquel que empuña un arma, el páter apunta que se hace «animándoles que abracen el dolor; que no aparten la mirada de la realidad, del reto que tienen por delante, del desafío y la amenaza». «Y es ahí –prosigue Belinchón– cuando les propones el modelo de Jesús abandonado en la Cruz, cuando lanza ese grito terrible donde clama por su soledad a Dios y recoge como nadie todos nuestros pesos, nuestros fracasos, nuestra tragedia personal». Es en esos momentos que el páter –sobrenombre cariñoso con el que se conoce en el Ejército al capellán militar– afirma que la oración confiada se vuelve en una «oración abierta, honda, profunda; llena de sentido, esperanza y fortaleza».

Alambres entre maderas de olivos, postes telegráficos destrozados por los explosivos en las prácticas que una vez eliminado el almidón de su carne más tierna, muestra la reciedumbre de los materiales nobles pasado por el cincel de un artista que entre los escombros de la guerra rescata la belleza del arte.

Imagen de archivo de una celebración eucarística con el ejército

Imagen de archivo de una celebración con el EjércitoAlfonso Úcar

Los héroes con Cristo al cuello

Hasta la fecha han sido seis los capellanes castrenses distinguidos con el «blasón de los valientes». Se trata de la Cruz Laureada de San Fernando: una corona de laurel y cuatro espadas que, formando una cruz, «certifican la bravura y el heroísmo de sus poseedores», señalan los organizadores de esta exposición temporal en Madrid.

Los reconocidos son los padres Pascual Flores, Francisco Figueras, Esteban Porqueras, Francisco Ocaña y Téllez, Jesús Moreno y Jacinto Martínez. También, entre los capellanes castrenses que lucharon y murieron heroicamente está el jesuita Fernando Huidobro, en proceso de canonización desde 1947. Sirvió como páter en la IV Bandera de la Legión y murió el 11 de abril de 1937 mientras asistía a los heridos en un hospital de campaña en la Cuesta de las Perdices de Madrid.

La exposición El páter entre el cielo y la tierra junto al Archivo Eclesiástico del Ejército de Tierra guarda joyas en el tiempo, pequeñas y grandes historias de miles de personas que fueron bautizadas y casadas, que perecieron en las batallas de la memoria y que tuvieron como testigo, entre sus botellas de vidrio con su epitafio escrito, entre las manos mortecinas, a un capellán que les llevó la última reconciliación con el padre y sus hermanos en Cristo.

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