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Qué haría un fraile en la guerra

Otras preguntas mucho más apremiantes vienen a mi memoria mientras me remuevo en mi oración, que, al caso, son las que verdaderamente importan. ¿Tendré que portar fusil sobre el hábito?

Hace un tiempo me preguntaba qué haría la generación de TikTok si fuera llamada a la trinchera de una guerra en Europa. Pero ahora me doy cuenta de que, si interviene China en ella, habrá guerra, sí, pero se acabará TikTok para nosotros. Será cancelada como Facebook en Rusia o Anna Netrebko en el Liceu de Barcelona. ¿Qué pérdida lamentaremos más los adolescentes? ¿La de la libertad o la de TikTok?

Y, para colmo, los mejores retratistas de Instagram a los que sigo son rusos. Siempre lo son. ¿Tendré que ver inactivos sus perfiles en la plataforma americana? ¿Veremos cómo una turba enfurecida saca con violencia obras de Mijaíl Nésteróv o de Iliá Repin del Museo Ruso de Málaga? Si son las de Kandinski no me importa, okey. Por mí podéis llevaros de paso todos los picassos de Málaga, con perdón. Pero, ¿alguien podría decirme por qué habría que quitar las obras de Nésterov?

Otras preguntas mucho más apremiantes vienen a mi memoria mientras me remuevo en mi oración, que, al caso, son las que verdaderamente importan. ¿Qué haría yo, siendo fraile, si estallara la guerra en Europa? ¿Seré llamado a filas o conoceré el antiguo privilegio que se le concedía a los religiosos, al menos, siendo convocado solamente como capellán? ¿Tendré que portar fusil sobre el hábito? ¿Podremos negarnos a ello en un estado de guerra total? ¿Sería acaso legítimo? ¿No sería el pacifismo solo un disfraz de mi connivencia con el invasor? ¿Qué hubiera hecho un joven Jesús de Nazaret si los muchachos de su aldea hubieran sido llamados a formar filas en una guerra?

¿Acertaremos a rezar juntos la Liturgia de las Horas con hambre en el cuerpo, frío en los huesos y miedo en el alma?

Prefiero hacerme estas preguntas antes de que un día me despierte con la noticia de que se recupera el servicio militar obligatorio en España. Porque, si hubiera tal guerra, y Dios no lo quiera, yo me pregunto: ¿debería alistarse un carmelita, al menos, a la Tropa de Montaña? ¿Tendré allí el silencio, la pobreza, la pequeña vida comunitaria y la altura contemplativa que me ofrece, en mi orden, la belleza del Monte Carmelo? ¿Acertaremos a rezar juntos la Liturgia de las Horas con hambre en el cuerpo, frío en los huesos y miedo en el alma?

Santa Teresa de Jesús, la madre carismática que me parió, lamentaba de tal suerte la inminente guerra que en su tiempo se desencadenaría entre los reinos de España y Portugal, que no pudo por menos que decir: «Deseo la muerte si ha de permitir Dios que venga tanto mal, por no lo ver».

Siempre he sentido una afinidad natural con rusos y chinos. Dios quiera que nunca tenga que matar a ninguno de ellos. Pero si mato a alguno, que sea acaso por accidente, y que lo haga amándole como a mi propio hermano de sangre –que ya es decir–, manteniendo siempre la esperanza de que se salve, y de que yo también me salve, y de que todos nos salvemos, a pesar de la barbarie, y que en la otra vida, si Dios nos lo concede, podamos hacer juntos coreografías de TikTok, que nunca las he hecho en este mundo, pero para las que en el eterno no voy a tener ninguna reserva, sea en el TikTok celeste o en lo que sea lo que sea que esté por venir.