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Los ponentes de la segunda jornada del encuentro Jóvenes y Compromiso Cívico

Los ponentes de la segunda jornada del encuentro Jóvenes y Compromiso CívicoCEFAS

Jóvenes y Compromiso Cívico

Gúmpert, Marín-Blázquez y Nahúm abordan los riesgos de la neolengua y sus imposiciones

«Corrección política y cancelación de la libertad», el congreso organizado por el Centro de Estudios, Formación y Análisis Social (CEFAS) del CEU, ha arrojado luz respecto a las problemáticas actuales

El primer Congreso Jóvenes y compromiso político —con el título Corrección política y cancelación de la libertad, y organizado por el Centro de Estudios, Formación y Análisis Social (CEFAS) del CEU— ha reunido en una mesa redonda, durante el mediodía de este sábado, a Mariona Gúmpert, doctora en Filosofía por la Universidad de Navarra y colaboradora en prensa; Carlos Marín–Blázquez, profesor de literatura y columnista en El Debate; y Alberto Nahum García, profesor de Comunicación Audiovisual en la Universidad de Navarra. Bajo la dirección de Natalia del Arco han mostrado sus distintos puntos de vista sobre La neolengua como herramienta de manipulación.

Marín–Blázquez ha iniciado su intervención citando a Alexis de Tocqueville y George Orwell —quien acuñó el término newspeak, vocablo que traducimos al español, precisamente, como «neolengua»—, además de Aldous Huxley, a los que ha denominado como «visionarios». Afirma que el fin de la neolengua consiste en el «dominio de la mente y no tanto coacción física». Tras leer un fragmento de 1984, la novela distópica de Orwell —«¿No comprendes la belleza de la destrucción de las palabras, Winston? Conseguiremos que el crimental sea imposible, porque no habrá palabras con las que expresarlo»— ha asegurado que esta tendencia supone «el empobrecimiento del léxico, del lenguaje y del pensamiento». Mariona Gúmpert cree que el término «neolengua» es, en cierto modo, redundante, puesto que la lengua se está reinventando constantemente y porque, al aprender en la universidad —algo muy dirigido a los jóvenes asistentes de estas jornadas—, adquirimos más palabras; y las palabras conforman lo que pensamos.

Nahum añade otros matices: «no me gusta el victimismo, pues, aunque el ejercicio de la libertad tiene un precio y ese es su valor, no existe aún en el ámbito público neolengua; todavía podemos decir lo que nos dé la gana». El profesor reconoce que hay elementos coercitivos y tabús, como siempre han existido. En referencia al polémico sistema Skolae que el gobierno socialista y nacionalista —PSN, Geroa Bai, Bildu, Podemos— ha implantado en Navarra, dice: «A mí me preocupa, porque el estado no tiene derecho a meterse en la educación de mis hijos». Por eso reclama el «derecho a sacar a mis hijos» de las clases en que se expone cierto tipo de sexualidad y que se imparten en la Comunidad Foral a los niños muy pequeños. Comentando, asimismo, la jerigonza de Skolae, apostilla: «Desde hace tres años todos los correos que mandan los colegios navarros pueden tener faltas de ortografía, pero sí o sí siguen los dogmas del lenguaje inclusivo; los colegios, por miedo a perder el concierto, duplican todo para no ser sexistas». Según Nahum; la neolengua va calando a base de miedo y de la excesiva ambigüedad de las leyes contra los «delitos de odio».

A continuación, Mariona Gúmpert, que publica columnas contra el aborto, no se considera valiente, porque dice que esas colaboraciones en prensa le reportan menos dinero que otras actividades. Y reconoce: «el dinero lo trae a casa mi marido». De esta forma, Gúmpert desdramatiza la cuestión; cuando se tienen cubiertas las necesidades, y cuando no se van a recibir represalias, declararse contra ciertos dogmas progresistas apenas pasa factura. El verdadero mérito lo tienen aquellos que sí se exponen a duras consecuencias o incluso a amenazas de muerte.

Patologizar al oponente

Según Marín–Blázquez, «la neolengua intenta imponerte una visión de ver el mundo, la de quien ha establecido esa lengua». Admite que «hay que tener cuidado con el uso de la palabra totalitario», aunque opina que sí hay una intención totalizadora, «porque se intenta que todos debemos pensar de la misma manera y que comulguemos con un bien absoluto que no se puede discutir». Comenta: «Si la ideología puede más que la realidad, tenemos un problema, y eso lo logra la neolengua».

Alberto Nahum García lamenta que el sufijo «fobia» se aplique de manera indiscriminada, y se emplee para «patologizar al oponente», porque a quienes se oponen al progresismo no se los considera como personas con «una opinión distinta», sino como alguien que padece de una manía o trastorno psiquiátrico. Con este tipo de tácticas, «te quieren sacar del terreno de juego». Algo parecido sucede con la palabra «facha». «Pero, si te lo tomas a guasa y te apropias de la etiqueta para quitarle hierro, le das la vuelta», da la solución. «Hay que aceptar la etiqueta; una vez que te lanzas, el agua no está tan fría», plantea. A grandes rasgos, Nahum concluye: «Soy positivo, y me siento orgulloso cuando una de mis hijas, en un texto del colegio, tacha el lenguaje inclusivo; hemos de tomarnos la molestia de pelear cuestiones que parecen nimias», explica aludiendo también a la denominación de «Progenitor 1» y «Progenitor 2» en los libros de familia. En nombre de la diversidad, debería permitirse incorporar «Padre» y «Madre», para que cada cual rellenara lo que quisiera.

Alberto Nahúm, colaborador de El Debate, durante su participación en la mesa redonda

Alberto Nahúm, colaborador de El Debate, durante su participación en la mesa redondaCEFAS

Víctimas

Gúmpert apunta a otro aspecto: la sociedad occidental sucumbe al sentimentalismo y la falta de argumentos racionales. Siguiendo las quejas de Nahum, narra: «Un chico de clase de mi hijo se autopercibe como chica y dio un beso en la boca a mi hijo, así que quise hablar con el profesor, de igual modo que si fuera una chica, pero, como el niño se autopercibía como niña, ese tema no se podía tocar». Sin embargo, «en el caso contrario, si mi hijo hubiera besado a una niña, se había abierto un expediente», continúa su anécdota esta madre, para señalar que, «cuando se llega al caso concreto, se ve quiénes son de verdad las víctimas». En su opinión, «hay que tener esperanza y ser optimista», pero también «ver dónde está el peligro».

Siguiendo con el problema navarro, el profesor Nahum critica que la obsesión de la diversidad incluso afecta a las fotografías de los manuales de texto en los colegios. Una deriva que llega hasta el extremo de «sexar los libros» en las bibliotecas, para intentar alcanzar algún grado de «paridad de género». Por tanto, la neolengua es un fenómeno también audiovisual, como se ve en series y películas: «se inculca un tipo de diversidad, pero nunca la diversidad ideológica».

En este punto, Mariona Gúmpert también aconseja evitar los movimientos pendulares, para lo cual resulta necesario el diálogo con el distinto. De manera que se pregunta: «¿hasta qué punto somos tolerantes nosotros con los demás?». Gúmpert, por este motivo, da un paso más: «¿Cómo puedo afinar lo que pienso, si no tengo enfrente alguien que piensa diferente?». «No podemos convertirnos en lo mismo que criticamos; debemos ahogar el mal en abundancia de bien, como decía san Pablo, y enseñar al que no sabe y corregir al que se equivoca es una obra de misericordia», asegura.

La filósofa Mariona Gúmpert habla de los riesgos de la "inclusión" como tótem social

La filósofa Mariona Gúmpert habla de los riesgos de la «inclusión» como tótem socialCEFAS

Según el análisis de Marín–Blázquez, la neolengua es «un instrumento para atomizar la sociedad, un elemento de discordia que borra el sustrato común». Y cita la reciente entrevista de Russell Reno en El Debate: «Si no crees que tus convicciones están enraizadas en la verdad, estableces vigilancia sobre cualquier disidencia». Marín–Blázquez cree que el progresismo lleva dentro de sí la sospecha de que «es un disparate contra la historia y los fundamentos antropológicos más básicos».

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