Isabel la Católica y la cultura `woke´
Isabel emprendió una defensa a ultranza por el reconocimiento de los derechos en igualdad de condiciones de los nativos latinoamericanos y canarios, sobre los que nunca consintió que fueran vendidos como esclavos
Como sabe, algunas estatuas de Colón han sido derribadas por las huestes de la cultura woke. De paso, también han caído algunas de Isabel la Católica.
Yo me he divertido queriendo hacer un recorrido por la vida de esta insigne monarca, viendo cómo y de qué manera algunas de sus virtudes podrían incluso satisfacer a los más arrebatados rapsodas del mito del progreso.
En primer lugar, podemos constatar de manera repetida cómo Isabel fue una feminista. No sé si su vida cae bajo el concepto de feminismo que se baraja hoy en día, pero, en tanto que fue una mujer tan empoderada como para negarse a ser casada contra su voluntad y para elegir ella misma el buen varón con el que quería casarse, podemos decir que nunca se dejó someter a la voluntad de ningún hombre, salvo de Nuestro Señor Jesucristo, y a veces sin la debida sumisión, digamos. Es muy notable y conocida la promoción que hizo de muchas mujeres para que tuvieran acceso a la cultura, como ella misma, que sabía tanto latín como para considerar que muchas obras debían ser traducidas a la lengua romance, como la Vita Christi, de Ludolfo de Sajonia.
Isabel gobernaba por mano propia, montaba resueltamente a caballo, salía de caza, iba al frente con su marido –para meter miedo al enemigo, como sabemos– y hacía valer sus convicciones sin dejarse amedrentar por ningún hombre, aunque tenía en alta estima la palabra de sus consejeros.
Muchos empáticos de la izquierda podrían considerar, por ejemplo, las reservas que Isabel guardaba con respecto a las corridas de toros. En esto pensaba como su santo confesor, Hernando de Talavera, según el cual el arte de los toros era una muestra de nuestra «crudeza», pues nos deleitamos en «hacer mal y agarruchar y matar tan crudamente a quien no tiene culpa». Igualmente, mandó a poner protecciones a sus astas afiladas, para que ningún hombre pudiera salir mal parado de la lidia. No estaba el reino para perder hombres.
Quizá quieran saber también que Isabel gustó de la diversidad cultural de España, vistiéndose de vizcaína en Vizcaya y hablando valenciano en Valencia.
A Isabel no le temblaba la espada de la justicia que siempre llevó bien alta
También impartía justicia a los pobres, de manera concreta y operativa, si se quiere, no consintiendo soborno de poderosos por mucho que le hiciera falta la pasta. Es famoso el caso de Alvar Yáñez de Lugo, que le ofreció cuantiosas riquezas para la guerra de Granada si no le aplicaba la pena que pedían sus injusticias contra un pobre al que mató para quedarse con su hacienda. A Isabel no le temblaba la espada de la justicia que siempre llevó bien alta, desde el día de su coronación.
Otro rasgo muy pop de la monarca es el de dar caña a la Iglesia, pues con todo el cariño del mundo le cantó las cuarenta al Papa Borgia, Alejandro VI, por medio de su nuncio, al que le hizo considerar el enojo que le producían algunas cosas del Papa que, según escribió, «engendraban escándalo». No se vino abajo al llevar adelante una reforma eclesiástica en sus propios reinos, tomándosela tan a pecho que desencadenaría la ira del general de la orden de san Francisco. Tan desabridas palabras le dijo el superior general que Isabel hubo de demostrar su santidad frente a cada una de ellas al no mandar cortarle de un tajo la cabeza.
Por último, y acaso sea la fibra más sensible de la cultura woke de nuestros días, Isabel emprendió una defensa a ultranza por el reconocimiento de los derechos en igualdad de condiciones de los nativos latinoamericanos y canarios, sobre los que nunca consintió que fueran vendidos como esclavos, y esto en perjurio de las propias arcas de la corona, de las que pagó maravedí a maravedí la liberación de la primera remesa traída por su amado Cristóbal Colón.