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DELENDA EST CARTHAGO

La esclavitud es un derecho

Está claro que esta visión de alma y cuerpo no parece que seduzca a muchos hoy en día. Pero da la impresión de que al alma le ha tomado el relevo la voluntad

Que la esclavitud es un derecho es algo que muchos han sostenido a lo largo de la historia. No en nuestra historia reciente, sobre todo desde el triunfo de la campaña de William Wilberforce en la sociedad británica a lo largo del primer tercio del siglo XIX, desde una convicción de la dignidad humana radicalmente cristiana. Pero hasta entonces no dejó de tratarse en el mejor de los casos de una disputa intelectual y las iniciativas de emancipación un arma en el contexto de las revoluciones atlánticas. Aristóteles, en el libro primero de la Política, sostiene que una familia, para su recto funcionamiento, «debe comprender de esclavos y hombres libres». Todo el capítulo segundo del libro citado es una reflexión sobre si el esclavo lo es por naturaleza o no. El esclavo lo sería por naturaleza en la medida en que fuese inferior a sus semejantes, de tal modo que lo que mejor se ajustaría a su ser natural es someterse a su señor, como el cuerpo debe estar informado o sometido por el alma. El empleo de sus fuerzas corporales sería el mejor empeño que podría darse a su ser, y por lo tanto su esclavitud una exigencia natural, no solo útil, sino justa.

Está claro que esta visión de alma y cuerpo no parece que seduzca a muchos hoy en día. Pero da la impresión de que al alma le ha tomado el relevo la voluntad. Vivimos una época en la que el cuerpo sigue siendo sometido, pero esta vez a la voluntad. Una voluntad férrea que determina lo mejor para el bienestar corporal. El parir sometido a la decisión de la voluntad como grito de guerra cultural nos ha acompañado durante varios decenios. Sin buscarlo conscientemente, la influencia de Aristóteles pervive. La ley del bienestar personal, sustituto de la ley natural, está preparada para justificar que existen vidas llamadas a no existir en virtud de la superioridad de la voluntad sobre el cuerpo. Además, hasta sería útil y justo, tal y como lo concebía Aristóteles. ¿Que el relevo generacional de una sociedad requiere de al menos 2,1 hijos por mujer? La ley del bienestar personal lo resuelve rápido, el cuerpo social ha de ser sometido a la voluntad individual. Que el Eurostat nos recuerde que en 2020 tres cuerpos sociales como son Italia, España o Malta ocupen los lugares más bajos de tasa de fecundidad de Europa puede ser el triunfo del bienestar, en donde la vida que no llega ha quedado sometida a la voluntad.

No sé qué opinaría la sociedad americana si decidiese seguir con la aristotélica visión del derecho a la esclavitud

No sé quién será el William Wilberforce que acabe con el derecho al aborto. No sé quién será el que se suba a los estrados de los parlamentos, representando una convicción minoritaria, para legislar en favor de la mayoría. No será de entre una generación de hombres como el presidente Joe Biden, que aseguraba el pasado martes «que todas las religiones mayoritarias han llegado a la conclusión, a lo largo de la historia, de que el momento del origen del ser humano y de la vida sigue siendo un interrogante». En su adscripción al mayoritario catolicismo parece que prefiere seguir leyendo la aristotélica conclusión de Tomás de Aquino sobre el origen de la vida en el feto humano del siglo XIII que coger el Catecismo del siglo XXI. No sé qué opinaría la sociedad americana si decidiese seguir con la aristotélica visión del derecho a la esclavitud, esa «institución peculiar», como se denominaba en la entonces joven nación, hasta su abolición en el contexto de la guerra de secesión americana.

Mientras tanto la voluntad sigue con su dominio por obra y gracia de la ley del bienestar sobre el cuerpo y repercutiendo en las sociedades. Acceso cada vez más tardío a la maternidad, derecho a la voluntad de maternidad más que a la maternidad misma, tasas de fecundidad más reducidas, ceguera respecto de la responsabilidad de un relevo generacional. Gritos y demostraciones virales de derechos de la voluntad sobre los cuerpos, de la vida del fuerte sobre la del débil… «el aborto es un derecho humano» gritado a coro. No. No es así. Como con la esclavitud naturalmente aristotélica, donde el alma refinada griega se imponía sobre el cuerpo del tracio y del nubio, es ahora la voluntad refinada occidental la que se impone sobre el cuerpo que llega cual tabula rasa a empezar una nueva vida. El triunfo de la voluntad individual sobre la misma esperanza que tiene toda comunidad humana de pervivir y multiplicarse. Pero así como la voz sesuda y autorizada de Aristóteles se tambaleó más de dos milenios después, este tiempo acelerado verá caer el derecho al aborto como cayó el derecho a la esclavitud. Pero tienen que levantarse esas voces que lo cuestionen.