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Si estos callan, gritarán las piedras

Habrá quien escuche un testimonio y ría pero otros callarán y serán interpelados y en su interior se darán cuenta de que es el Señor el que quiere encender en ellos la luz de su presencia

Todavía hoy los judíos fieles siguen celebrando cada 25 del mes de kislev, más o menos coincidente con nuestro mes de diciembre, la fiesta de Jannukká, en la que hacen memorial de la Dedicación del templo. Esto es porque en ese mismo día pero en el año 164 a.C. aconteció un hecho milagroso en el templo de Jerusalén, el corazón del judaísmo. Un rey descendiente de Alejandro Magno, Antioco IV Epífanes, había conquistado la ciudad y durante tres años había profanado el santuario y lugar de la presencia de Dios en la Tierra. Entre otras cosas el usurpador se llevó la menorá, el candelabro sagrado de siete brazos que los judíos utilizan en la liturgia, que es símbolo de la presencia de Dios. Pero ese día 25 de kislev los Macabeos reconquistaron el templo de Dios. El milagro no fue solamente que un puñado de hombres plantaran cara y vencieran a los profanadores sino que después lograron poner de nuevo y encender la menorá. Esta tenía que ser prendida con un aceite puro especial que no tenían y fue la providencia divina la que quiso que entre las ruinas encontraran una vasija con aceite suficiente para mantenerla encendida durante un día. Milagrosamente también la luz permaneció encendida los siguientes ocho días con aquel poco aceite. Por esto a la Janukká se la llama también la fiesta de las luces y su celebración se prolonga durante ocho jornadas.

En esos días de celebración las familias judías hacen algo precioso. En las casas tienen también una jannukkiá, que es un candelabro como la menorá pero con nueve brazos. Cada uno de los ocho días al anochecer se junta la familia y van encendiendo una de sus velas mientras recitan oraciones, recordando así el milagro de los ocho días que duró el aceite cuando consagraron de nuevo el templo. La novena vela, la del centro, permanece siempre encendida y desde ella van prendiendo las demás cuando corresponde. A esta vela central la llaman shammash, que literalmente significa «siervo». Además deben colocar el candelabro cerca de la ventana para que esté en un lugar visible y que quien pase por aquella casa recuerde la dedicación del templo que fue profanado y reconquistado. Cabe señalar también que es uno de los hombres de la casa el encargado de encender las velas cada día, salvo el sábado, el día de reposo judío, que lo enciende una mujer, recordando que una mujer, Eva, fue la primera que pecó y quitó luz al mundo y que será una mujer la que devolverá la luz al mundo cuando venga el Mesías que esperan.

No podemos callar, ni aborregarnos, ni aburguesarnos. Todo eso no es cristiano

Qué preciosidad hacer la lectura cristiana de esta fiesta. El Mesías ya ha venido y ha nacido de la más grande de las mujeres, la Virgen María, la Nueva Eva, de manera milagrosa como milagrosa fue la recuperación del templo que hicieron los Macabeos. El nacimiento de Jesús fue profetizado por Isaias en el Antiguo Testamento hasta en cuatro cánticos de una profundidad inmensa a los que se llama los «Cánticos del Siervo de Yahveh». Jesús ha venido a traer la luz al mundo, a abrir un camino de misericordia a los pobres y a los pecadores, a sanar los corazones destrozados y a enaltecer las vidas de los humildes. Y lo ha hecho haciéndose siervo, hasta el punto de entregar su vida por amor a los hombres. «El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación: Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos», dice Isaias en el capítulo 53. Jesús muriendo destruyó la muerte para después resucitar y darnos la vida eterna.

Igual que las velas de la jannukkiá reciben la luz de la vela «siervo», los cristianos en la Vigilia Pascual hemos recibido la luz del Siervo de Yahveh y estamos llamados a salir a iluminar las tinieblas de los corazones y el anochecer del mundo sin Dios. Por eso, igual que la jannukkiá se pone en las ventanas para que todos la vean, el cristiano vive para que otros vean a Dios, No hay que esconder la fe aunque ello nos lleve a la burla o al menosprecio de otros. Decía el Padre Sayés, recientemente llamado por Dios a la vida eterna, que tiene fe aquel que llega a estar dispuesto y no le importa hacer el ridículo delante de los hombres por Cristo. Habrá quien escuche un testimonio y ría pero otros callarán y serán interpelados y en su interior se darán cuenta de que es el Señor el que quiere encender en ellos la luz de su presencia. No podemos callar, ni aborregarnos, ni aburguesarnos. Todo eso no es cristiano. Ya dijo Jesús, el nuevo templo a quien nos consagramos y dedicamos que «si estos callan, las piedras gritarán».

Feliz Pascua. La paz.