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Ali Agca, detenido en Roma tras atentar contra Juan Pablo II en 1981GTRES

41 años del atentado contra Juan Pablo II

Orden soviética, un pistolero que se hace el loco y una extraña parada en Mallorca

Cuarenta y un años después de los disparos contra el Papa en la Plaza de San Pedro, la hipótesis más verosímil es que Ali Agca era un sicario contratado por los servicios secretos búlgaros, que cometieron el atentado por instrucción del GRU, la inteligencia militar rusa

Aquellos disparos cortaron el aliento del planeta y todavía no hay una luz completa sobre lo que había detrás. Cuando se cumplen 41 años del atentado a tiros del terrorista Ali Agca contra Juan Pablo II, la hipótesis de fondo parece clara: Moscú dio la orden, cuya ejecución encargó a los servicios secretos búlgaros, y el pistolero turco fue el profesional contratado para la ocasión. Sin embargo, muchos detalles del atentado siguen escurriéndose bajo la mirada de los investigadores.

«No todo ha sido revelado», comentó enigmáticamente Agca en el aniversario del año pasado, tal vez en su enésimo intento de buscar foco, pues vive de los royalties de sus autobiografías.

Las versiones de Agca han sido contradictorias. El senador italiano Paolo Guzzanti, que formó parte de la comisión que investigó el atentado en el Parlamento en tiempos de Berlusconi, cree que «Agca dio al principio todos los detalles de la trama», pero luego fue variando su versión por amenazas de los búlgaros: «Claramente fue intimidado».

Un terrorista que pasó por España

La historia de aquel atentado arranca curiosamente en España, donde se cree que Agca recibió el arma y el pago, de manos de un importante padrino del narco y las armas.

El hotel Flamboyan de Magaluf todavía sigue en pie. Hace cuarenta años, sus camareros reconocieron al instante a aquel veinteañero delgado, de pómulos marcados, mirada fosca y sombra de barba cerrada, que aparecía en televisión entre una nube de carabinieri que lo sujetaban. ¿Cómo olvidarlo? Aquel huésped de 23 años, que se había registrado bajo el nombre falso de Faruk Osgum, era muy reservado y solitario, pero daba las propinas más increíbiles: «Una Pepsi costaba 35 pesetas. Pero él nos dejaba un billete de mil y casi nunca recogía el cambio».

Ali Agca en una fotografía de 2014GTRES

Su nombre real era Mehmet Ali Agca, un joven turco que había llegado en un viaje de grupo organizado por la touroperadora italiana Alpitour. Era un bicho raro dentro de una expedición de matrimonios, que aterrizó en un vuelo desde Milán operado por la extinta compañía española Aviaco. Sus vacaciones mallorquinas duraron dos semanas, del 25 de abril al 9 de mayo. Chapurreaba un mal italiano y un pésimo inglés. Salía a correr cada día por las veredas próximas al hotel. Jamás bailaba, rechazaba las insinuaciones de las amistosas turistas británicas y solo bebía refrescos. Era simpático si se le interpelaba, pero muy retraído.

Solo cuatro días después de dejar Mallorca, el huésped de la habitación 624 del Flamboyan estaba ya alojado en otro hotel, próximo al Vaticano. Había viajado a Roma en tren desde Milán y cerraba los detalles finales para intentar cambiar la historia del mundo del modo más truculento. En la tarde del 13 de mayo de 1981, en el 64º aniversario de la revelación de los Secretos de Fátima, Ali Agca, con traje gris y camisa blanca, entra en una plaza de San Pedro abarrotada de fieles. Porta una pistola semiautomática Browning H-Power, de calibre 9 milímetros. Lo acompañaba un cómplice, Oral Celik, amigo de andanzas hamponas desde su infancia, cuyo encargo consistía en detonar una pequeña explosión para facilitar la huida de ambos y refugiarse en la Embajada de Bulgaria.

El célebre Papamóvil, un Fiat blanco descapotable tipo jeep, recorre la plaza en un grato día primaveral, con una feligresía alborozada al paso del Papa polaco, de 60 años, el primero no nacido en Italia en 456 años y que en poco más de tres años de pontificado se había elevado a la categoría de fenómeno planetario con su inmenso carisma y su valentía, una figura que incluso trasciende incluso lo religioso. A las 5 y 28 minutos de la tarde, Agca abre fuego emboscado entre la multitud.

Dos balas alcanzan a Karok Józef Wojtyla en los intestinos, otra en el brazo derecho y la última en un dedo de la mano izquierda. El Papa, con gesto de dolor, se retuerce sostenido por sus asistentes. Su sotana alba se tiñe de sangre. La consternación y los gritos retumban en la Plaza de San Pedro y pronto en el corazón de toda la cristiandad. Juan Pablo II se está desangrando.

La plaza de San Pedro, el 13 de mayo de 1981, donde se puede ver la pistola sobre la cabeza de un hombre con gafas de solGTRES

Agca tira la pistola bajo una furgoneta. Intenta huir. Pero es atrapado por un guardaespaldas con la colaboración de algunos fieles, incluida una monja. «¡No me importa morir!», dice al ser detenido. Su cómplice Celik, asustado, huye sin completar su misión. Los disparos de Agca han alcanzado también a dos peregrinas, una estadounidense y una jamaicana. Ambas se recuperarán. El terrorista lleva encima una nota de carga política: «Mato al Papa en protesta por el imperialismo de la URSS y Estados Unidos y contra el genocidio en El Salvador y Afganistán».

«El Papa se desplomó encima de mí -recuerda su secretario, Stanislaw Dziwisz, hoy cardenal en Polonia–, traté de sostenerlo mientras veía entre la multitud a alguien que trababa de huir. Se estaba muriendo. Sufría mucho, pero estaba lúcido y rezaba».

La trayectoria inexplicable de la bala

El doctor Preziosi, que atendió a Juan Pablo II en el policlínico Gemelli, a donde fue llevado con dramática urgencia, reconoce que cuando llegó pensaron que no sobreviviría. De hecho Dziwisz le impuso la extremaunción. El médico habló de una suerte de milagro: «La bala hizo una trayectoria inexplicable en el intestino». Si hubiese tocado las arterias, «habría muerto en quince minutos». La operación se prolongó durante cinco horas y media. Le extirparon 30 centímetros del intestino delgado y recibió grandes transfusiones de sangre. Necesitó tres semanas de hospitalización.

San Juan Pablo II, canonizado en 2014, siempre pensó que su salvación había sido un milagro oficiado por la Virgen de Fátima, cuyo día celebramos este viernes 13 de mayo. De hecho acabó llevando en ofrenda al santuario portugués la bala que extrajeron de sus tripas. «Estaba convencido de que debía la vida a la Virgen», recordó el Papa Francisco el año pasado, cuando evocó el atentado en su 40 aniversario.

«¡No tengáis miedo!». De manera muy significativa ese fue el primer mensaje de Juan Pablo II cuando se asomó como Papa al balcón de San Pedro, el 22 de octubre de 1978. Comenzaba la misión de un pontífice que conquistó el mundo. Era valiente, políglota, trotamundos, poeta. Poseía una fuerte vis actoral –había hecho teatro– y ofrecía presencia imponente de un deportista.

Un Papa polaco de ideas claras, que enseguida se convirtió también en referente político, con una lucha directa contra el marxismo, fruto de sus indelebles vivencias en su país. Junto a Reagan y Thatcher conformó el tridente que acabó hundiendo al comunismo (que en realidad ya estaba implosionando por sus deficiencias económicas internas).

Es sonado que Stalin se había mofado en su día de la influencia del Vaticano: «¿El Papa? ¿Cuántas divisiones tiene?». Pero la URSS de comienzos de los ochenta se lo tomaba en serio. En 1981, Brezhnev, el líder de la URSS, estaba muy enfermo y el hombre fuerte era Yuri Andropov, ex jefe de la KGB, que lo sucedería. Andropov era muy consciente de la amenaza del Papa polaco para el imperio comunista.

Entre otros retos, daba alas a la protesta del sindicato Solidaridad de Lech Walesa (paradójicamente, aquella revuelta que abrió un boquete en el Telón de Acero comenzó en unos astilleros de Gdansk que llevaba el nombre de Lenin). Andropov creía incluso que la elección del Papa polaco había sido alentada por el Gobierno estadounidense. En 1990, el disidente Victor Ivanovich Sheymov, un ex mando de la KGB, relevó que nada más refugiarse en Estados Unidos, en 1980, alertó a la CIA sobre planes del espionaje soviético para acabar con Juan Pablo II.

Ali Agca fue juzgado en solo dos meses, tras declararse culpable y asegurar que había actuado en solitario. Lo condenaron a cadena perpetua. Solo cuatro días después de dispararle, recibió el perdón personal de Juan Pablo II a través de un mensaje grabado en el hospital. Aquel gesto conmovió al mundo: «Rezo por el hermano que me atacó y lo he perdonado sinceramente». Es el comienzo de una insólita relación. El 23 de diciembre de 1983, el Papa visita a pistolero en su celda de la cárcel romana de Rebibbia. Nunca ha trascendido lo que hablaron en aquellos 22 minutos, ambos sentados en sillas de plástico, con un Agca sin afeitar y vestido con jersey, vaqueros y deportivas. El Papa le regaló un rosario de nácar y el terrorista besó su mano.

En el 2000, tras 19 años en la cárcel, el presidente de la República de Italia, Ciampi, indultó al sicario a petición del propio Papa. Fue extraditado a Turquía, donde cumpliría todavía diez años más de prisión por el asesinato a tiros en febrero de 1979 de Abdi Ipekci, el director de un periódico izquierdista turco, y por dos atracos en bancos.

Juan Pablo II visitó a Agca en la cárcel en 1983

Dentro de su desvarío de delirantes declaraciones, probablemente una estretagema, Agca siempre ha alardeado de su supuesta relación especial con Juan Pablo II. Cuando murió Wojtyla en 2005, a los 84 años y tras una pelea heroica contra un Parkinson muy acusado, el excéntrico pistolero lo despidió con esta frase: «Lo siento como si hubiese perdido a un hermano, a mi mejor amigo».

En diciembre de 2014, Agca entró de manera ilegal en Italia y se presentó en la Basílica de San Pedro con un ramo de rosas blancas y lágrimas en los ojos para visitar la tumba de San Juan Pablo II. El Vaticano lo dejó pasar, pero dejándole claro que ya estaba bien de circo. Agca llegó a pedir audiencia con Francisco (denegada) y fue deportado de Italia a los dos días.

La sombra de la URSS

El pistolero tiene hoy 61 años. Sigue soltero y su última pista lo situaba viviendo en un suburbio de Estambul, en un minúsculo apartamento, donde lo localizó en 2020 el tabloide inglés Daily Mirror. Su existencia es discreta. Sus vecinos comentan que se muestra amable y se dedica a alimentar a gatos y perros callejeros. A los periodistas ingleses les contó que vive con modestia, con los derechos de sus libros como fuente de ingresos. Lee best-sellers comerciales (desdeña a Dan Brown reprochándole que no sabe nada del Vaticano, en cambio le gusta Tom Clancy).

El año pasado, con motivo del 40 aniversario del atentado, declaró a la agencia italiana Ansa que «ciertamente no se ha arrojado toda la luz» sobre el caso. Aunque ha ofrecido media docena de versiones, esta vez vuelve a inclinarse por la hipótesis de la KGB como instigadora: «La comisión Mitrokhin ofreció algunas verdades y el mayor Victor Ivanovich Sheymov, también». Se refiere a una comisión parlamentaria impulsada en su día por el partido de Berlusconi, que en 2006 concluyó que «más allá de la duda razonable, creemos que la cúpula de la URSS tomó la iniciativa de eliminar a Juan Pablo II».

Para la comisión el atentado corrió a cargo del GRU, la inteligencia militar soviética. Pero jamás se han aportado las pruebas.

Agca nació en una familia humilde, en un suburbio de la provincia de Maltaya, en el centro de Turquía. Desde la adolescencia coqueteó con el crimen: contrabando, tráfico de drogas, robos. A pesar de esa trayectoria delincuencial llegó a matricularse en la Universidad de Estambul, donde entra en contacto con los Lobos Grises, el brazo paramilitar del neofascista y ultranacionalista Partido del Movimiento Nacional.

Ali Agca rodeado de policias y medios en 2006GTRES

Tras una fachada de organización cultural y deportiva para jóvenes, los Lobos son un grupo terrorista, que en los años ochenta lanza una brutal ola de violencia, matando a sindicalistas, kurdos, periodistas, dirigentes de izquierdas, miembros de minorías religiosas... Se los relaciona con la mafia turca de la droga y con el llamado «Estado profundo» y lo más turbio de la cúpula militar turca. Incluso hay quien los vincula a la Operación Gladio, la estrategia secreta de la OTAN para evitar con técnicas de guerrilla una crecida comunista en los países próximos al Pacto de Varsovia.

Con los Lobos Grises Agca se vuelve un criminal expeditivo y sin escrúpulos, que goza de una inexplicable protección. En 1979, mientras espera juicio en el penal militar más seguro de Turquía por matar al periodista Ipeckci, logra fugarse sin problema disfrazado de militar, lo que indica complicidades en las alturas.

Su versión del atentado ha ido oscilando, se cree que por las amenazas de los servicios secretos búlgaros. También ha cultivado las declaraciones chocarreras (tras salir de la cárcel en 2010 se presentó como «Jesucristo, el nuevo Mesías»). En su autobiografía de 2013 intentó llamar la atención asegurando que el atentado había sido orden personal del Ayatolá Jomeini. En una versión anterior llegó a acusar al propio Vaticano. Algunos investigadores estiman que su comportamiento alocado y sus declaraciones estridentes son es escudo de un hombre de viva inteligencia, que cree que fingir un trastorno mental le puede ahorrar represalias.

La versión más probable es la primera que ofreció, la del juicio de 1981, cuando declaró que fue un atentado encargado por los servicios secretos soviéticos, que exigieron a sus pares búlgaros que corriesen con el operativo. En 1986 señaló a tres búlgaros y otros tantos turcos como sus cómplices, relacionándolos además con agencias de inteligencia occidentales. A tenor de aquellas palabras se abrió un nuevo juicio. Pero fueron absueltos al echarse atrás el testigo clave, el propio Agca. En la vista, en lugar de ratificarse, se limitó a asegurar que era Jesucristo y a anunciar el inminente fin del mundo. Más tarde algunos de aquellos sospechosos aparecieron muertos en extrañas circunstancias.

¿Qué hacía Agca en Mallorca en vísperas del atentado? Se ha especulado que viajó para verse con el traficante de armas y drogas Berik Celenk, fallecido en 1985, un padrino de la mafia turca con oficina en Menorca y cuyo yate que solía navegar por aguas baleares. Celnek le habría facilitado el pago y la pistola. Aunque la hipótesis de la orden soviética y la ejecución búlgara parece clara, 41 años después el caso sigue en cierto modo abierto.