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Fray Abel de Jesús
LOS TÉRMINOS DEL REINO

Jung, el psicoanalista que recetaba religiones

El cristiano tiene conciencia de que el disfrute de los goces de este mundo, si en algo ha quedado ensombrecido, no es por la irrupción de Dios en la historia, sino por la aparición del pecado en este mundo

El hombre sin Dios está abocado a buscar el sentido de su existencia en las formulaciones filosóficas más variopintas. Pero a todas ellas –en diversos niveles, el vitalismo, el nihilismo, el existencialismo, el panteísmo o el relativismo– les aguarda como un lobo a la sombra la certeza de la aniquilación postrera. Sin el Dios de Jesucristo, el hado de Sófocles se vuelve a cernir sobre el hombre occidental, que queda a merced del capricho de las fuerzas ciegas del destino, a las que los mismos dioses están sometidos. Así, toda sonrisa de prosperidad se amustia con el recuerdo del abismo de sinsentido que le aguarda. Y por muy bienaventurado que se sienta el pagano a la mesa de la fiesta y la alegría, el pronto ingreso en el hades le amarga los placeres y le oscurece la esperanza.

Yo hubiera preferido ser un miserable siervo medieval con la esperanza de la Vida que un patricio del floreciente imperio romano con la certeza de la Muerte.

Pero es un prejuicio infundado afirmar que el pagano disfruta más de los gozos que el cristiano. Pensémoslo desde el punto de vista natural. El dominio propio sobre los bienes engendra una libertad envidiada por aquellos que disfrutan de los bienes por coacción interior, lo que ahora se llama adicción. Esto se llama templanza, y es fruto del Espíritu y de la disposición de la ascesis. La ascesis, al contrario de lo que se suele pensar, da salud, pero el paganismo la quita. Solo la ascesis permite el disfrute pleno de los bienes. Además, ¿se disfruta más de los bienes con la conciencia de su pérdida inminente o con la esperanza de que muy pronto, tras la muerte, los podremos gozar en su plenitud? En tanto que la anticipación del gozo inminente produce más alegría que la propia satisfacción, el cristiano tiene razón en considerarse más feliz que el pagano.

Se conoce lo que es el infierno a partir de la visión del cielo y, por eso, que la vida sin Dios sea un infierno

Y es que, en definitiva, el cristiano goza ordenadamente de los bienes, sabiendo, como dice santa Teresa, que no trae cuenta sino «darnos todas al todo sin hacernos partes». Porque en la parte no hay plenitud, y el corazón del hombre, en última instancia, no se conforma sino con el todo, que es Dios mismo. Se conoce lo que es el infierno a partir de la visión del cielo y, por eso, que la vida sin Dios sea un infierno es una proposición que solo pueden formular los que han encontrado la felicidad en el Dios del cielo. Por eso un vitalista ateo es, en el fondo, un hombre camino a la desesperación y la locura. El destino de Nietzsche, abocado a la demencia, es el destino de todos los vitalistas ateos.

El cristiano tiene conciencia de que el disfrute de los goces de este mundo, si en algo ha quedado ensombrecido, no es por la irrupción de Dios en la historia, sino por la aparición del pecado en este mundo. El pecado disminuye nuestros placeres mundanos. Eso de que el cristianismo propone una moral castrante es un invento pagano o jansenista. ¿Por qué tiene que enfrentarse a tal prejuicio una religión que tiene por fundador a uno que llamaron «comilón y borracho»?

Así dice Jung: «En los últimos treinta años, personas de todos los países civilizados de la tierra me han consultado… De entre todos los pacientes que se encontraban en la segunda mitad de su vida –es decir, de más de treinta y cinco años– no ha habido uno solo cuyo problema en última instancia no fuera el encontrar una actitud religiosa para su vida. Puedo decir con seguridad que cada uno de ellos enfermó por haber perdido aquello que las religiones vivientes de todas las épocas han otorgado a sus adherentes, y ninguno alcanzó realmente la salud sin haber recobrado esta actitud religiosa».