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El párroco Michael Driscoll muestra una foto del carmelita holandés Tito Brandsma, que hoy será canonizadoEFE

Canonizaciones

Tito Brandsma, el santo carmelita que desafió a Hitler con su martirio

El autor de las palabras «vivimos en un mundo que condena el amor como una debilidad que hay que superar», será canonizado hoy junto Foucauld

Enero de 1939. Europa comienza a temblar ante el auge del nacionalsocialismo, que se extiende como una mancha oscura acogida con entusiasmo por unos, aceptada con miedo por otros e impuesta a la fuerza por la mayoría. En la Universidad de Nijmegen (Nimega), en el corazón de unos Países Bajos que todavía veían lejana la ocupación que les sobrevendría algunos meses más tarde, en un aula cualquiera, un hombre toma la palabra y exclama con firmeza...

Quien quiera ganar el mundo para Cristo debe tener el valor de entrar en conflicto con este mundo. El neopaganismo puede repudiar el amor pero la historia nos enseña que, a pesar de todo, saldremos victoriosos de este neopaganismo a través del amor. No renunciaremos al amor. El amor nos devolverá al corazón de estos paganos. La naturaleza es más fuerte que la filosofía. Aunque una filosofía rechace y condene el amor y lo llame debilidad, el testimonio vivo del amor renovará siempre su poder para conquistar y cautivar el corazón de los hombres. Si el nacismo reniega del amor, será con el amor con lo que venceremos a este nuevo paganismo.

El hombre que habla es Tito Brandsma, natural de Frisia, carmelita, doctor en mística, apasionado de santa Teresa de Jeús, ex rector de dicha universidad, periodista, profesor de filosofía y futuro mártir. Después hace una pausa y sigue con su clase, enmarcada dentro de un curso monográfico sobre el nacionalsocialismo que impartió entre 1938 y 1939.

La valentía en el martirio

Vivimos en un mundo que condena el amor como una debilidad que hay que superar. No es el amor, dicen algunos, lo que hay que cultivar, sino las propias fuerzas: que cada uno sea lo más fuerte posible, y que los débiles perezcan. Son los mismos que afirman que la religión cristiana, pregonera del amor, ha cumplido ya su tiempo y debe, por lo mismo, ser sustituida por la antigua potencia germánica. Así es, por desgracia. Os vienen con esta doctrina, y no faltan incautos que la aceptan de buena gana.

Todo acto de amor exige una consumación. Y fue quizá ahí, en aquellas aulas, donde Tito Brandsma comenzó a consumar el suyo, su martirio, su palma de la victoria.

Después llegaría la ocupación nazi de los Países Bajos, las persecuciones a los judíos y a los disidentes y las primeras deportaciones. El movimiento nacionalsocialista holandés (NSB) se ocupó de implantar las medidas que ya venían promulgándose en Alemania desde hacía algunos años, actuando con mano firme y ejerciendo un control férreo sobre la población neerlandesa. Sin embargo, el fraile de Bolsward, un hombre sobrio y tranquilo, amigable y con un gran sentido del humor, un hombre radicalmente firme en sus convicciones y en su amor por la verdad, no se amedrentó.

Titus Brandsma, en un fotograma de la película sobre su vida de 1987BNA

Rechazar el nazismo

Como profesor, siguió manifestando libremente sus opiniones acerca de la ocupación y el gobierno del NSB; como carmelita y sacerdote, defendió la igualdad de cada raza y la dignidad de toda persona, considerando «como una injusticia evidente, y como un ataque a la misión de la Iglesia y a sus escuelas, el hecho de que sean expulsados por la fuerza personas que deseen recibir una enseñanza en nuestros centros, ya que en la ejecución de su misión, la Iglesia no hace distinción alguna de sexo, raza o pueblo» (refiriéndose a los niños judíos), así como oponiéndose a «cualquier mesianismo político que tratase de sustituir la presencia y guía de Dios en la historia».

Como consejero delegado de la Asociación de Prensa Católica, se encargó de hacer saber a la dirección de los más de 50 periódicos católicos que había en aquella época en los Países Bajos que «deberán rechazar formalmente cualquier comunicado relacionado con la propaganda o apología del nacional socialismo, si quieren conservar el carácter católico de sus periódicos, incluso si dicho rechazo condujese a una amenaza, multa o suspensión, ya sea temporal o definitiva.» Será precisamente a raíz de este punto concreto, en enero de 1942, después de realizar un largo viaje por todo el país para reunirse personalmente con todos los directores de los periódicos y animarles a no ceder ante las presiones del NSB, cuando dos agentes de las policía militar lo detengan a las puertas de su convento y comience su kénosis, su pasión gloriosa, la consumación del martirio de aquél «frailecillo peligroso y subversivo».

Primero fue trasladado a la prisión de Scheveningen, cercana a la Haya, a orillas del mar del Norte, donde fue interrogado por el oficial de policía Hardeggen. Posteriormente, ante su negativa de retractarse, pasará por el campo de tránsito de Amersfoort, donde ya empezó a tomar conciencia de la gravedad de su situación y donde, sobre todo, comenzó a ser una luz para todos aquellos hombres sin esperanza con los que compartió barracón en los lagers de la muerte. Siempre con una sonrisa, con palabras de ánimo, lleno de fragilidad, a uno le daba su comida, a otro le regalaba sus cigarrillos. Como diría un compañero de su barracón, «Tito consiguió tener el paraíso en su corazón en el infierno del campo. A su lado, todo era paz y alegría». Y todo ello a pesar de que su salud, precaria desde su infancia debido a una serie de hemorragias intestinales crónicas, comenzó a deteriorarse aceleradamente por las condiciones de vida infrahumanas y las palizas a las que eran sometidos los presos. El padre Brandsma, que siempre había deseado partir a la misión pero cuyos superiores se lo habían impedido por su delicado estado de salud, «emprendía así su último viaje como misionero en un lugar imposible, en uno de los agujeros más oscuros de la tierra, siendo una víctima de su caridad y de la defensa constante de la verdad», como dijo san Juan XXIII.

Conducido a la prisión de Kleeve y, posteriormente de nuevo a Scheveningen, fue destinado finalmente al campo de Dachau, cercano a Múnich, a donde partiría con la certeza de que «también allí encontraré amigos y Dios está en todas partes», como escribió a su hermano en una de sus últimas cartas. Pasarían solamente algunas semanas hasta que fue recluido en la Revier, la enfermería del lager, gravemente enfermo pero lleno de ternura, de amor y de compasión, como atestiguó tiempo después la enfermera que le inyectó la dosis letal de ácido fénico que acabó con su vida a las dos de la tarde del 16 de julio de 1942, y a la que Tito regaló su rosario antes de morir. Mientras los otros presos la insultaban, Tito le cogió de la mano y le dijo: «Solo eres una pobre chica, yo rezaré por ti».