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Carmen Fernández de la Cigoña
enormes minucias

Ministerio de la soledad

El poder del Estado no se plantea que esos retos pasen por un fomento de la natalidad y un fortalecimiento de la familia

No sé si hay algún ejecutivo que tenga más ministerios que el nuestro. 22 ministerios y creo que ahora mismo no sería capaz de reproducir todas las carteras ministeriales existentes en España y tampoco el nombre de sus titulares. O al menos tardaría un rato.

Ministerios de dudosa eficacia algunos de ellos, o de probada ineficacia, y que vienen a engrosar el gasto público que sufrimos los españoles. Mal estaría si los recursos fuesen ilimitados, porque en cualquier caso el despilfarro es una mala costumbre y un muy mal ejemplo. Eso se aprende claramente en las economías familiares. Pero mucho peor cuando a los españoles se nos exige apretarnos el cinturón, mientras esos ministros siguen gastando como si no hubiera un mañana. Claro que no hay que descartar que esa sea su perspectiva.

Ese «como si no hubiera un mañana» me lleva a pensar en otros ministerios de países lejanos, o no tanto, que muestran una realidad muy decadente, y en cierto modo aterradora. Que nos lleva a los mundos distópicos que han imaginado tantos autores y que por desgracia van adquiriendo visos de realidad. Desde hace algo más de un año Japón cuenta con un «ministerio de la soledad» que curiosa y paradójicamente es dirigido por quien también ostenta la titularidad de la «Revitalización de las regiones». La sociedad oriental es muy distinta a la nuestra, a la mediterránea en general. En sus principios y valores, en su forma de vida, en sus planteamientos vitales y sociales. Si adaptáramos eso a un lenguaje más propio, sin duda nos haría pensar en la España vaciada y los retos que presenta. Claro que el poder del Estado no se plantea que esos retos pasen por un fomento de la natalidad y un fortalecimiento de la familia.

Pero si buscamos más cerca, en Reino Unido existe desde 2018 una Secretaría de Estado equivalente a ese ministerio de la soledad. Con unas cifras descorazonadoras en cuanto al número de británicos que viven y se sienten solos y que ha llevado al gobierno a buscar un intento de solucionar las consecuencias sociales que ello implica.

Hasta ahora, en una jerarquía de valores, todavía se identificaba lo importante y lo bueno, y se apreciaba lo que vale la pena

Suecia, a quién tanto se mira en materia educativa, quizá no tan acertadamente (otro día hablamos de eso) tiene unos índices de soledad, de aislamiento, de adicciones con las que se intentar paliar esa soledad, que son verdaderamente preocupantes. Que llevan, por ejemplo, a que sea frecuente que nadie se entere de los fallecimientos hasta bastante tiempo después de producirse, o que nadie se haga cargo del entierro de estas personas. Claro que no es indiferente a las políticas que ya desde los años 70 se desarrollaban en este país, y que en buena medida planteaban las relaciones familiares como gravosas y una carga, y exaltaban no solo la independencia, si no el individualismo y consecuentemente, en muchos casos, la soledad.

Es cierto que el carácter mediterráneo es muy distinto. Y aún me atrevería a decir que el español más. Aquí, socialmente, o quizá particularmente la familia sigue siendo valorada. Y no significa que en cada familia no haya problemas, que los hay. Significa que hasta ahora, en una jerarquía de valores, todavía se identificaba lo importante y lo bueno, y se apreciaba lo que vale la pena.

Pero los gobiernos, este especialmente, están empeñados en llevarnos a una globalización que exalta el individualismo. Con una agenda en la que está muy clara la devaluación de la familia y el retroceso en el valor de la vida humana. Una agenda que quiere ser muy sostenible y muy poco humana. En la que frente a lo que ha sido nuestro carácter, nuestra forma de vida y nuestro lugar seguro -la familia- se promueven otras realidades que llevan al vacío.

No tenemos un ministerio de la soledad, pero estamos fabricando una sociedad en la que esa soledad y ese aislamiento es el futuro que se proyecta. Pero mi familia, y las familias españolas, no tienen que ser lo que diga el gobierno, el ministerio de igualdad, el de educación o el de consumo. De nosotros depende que sigan siendo el lugar al que quiero volver.

  • Carmen Fernández de la Cigoña es directora del Instituto CEU de Estudios de la Familia. Doctora en Derecho. Profesora de Doctrina Social de la Iglesia en la USP-CEU. Esposa y madre de tres hijos