Psicología de un matrimonio católico
Dios te llama a través de esta persona en concreto, y llama a esa persona a través de ti. Esto es lo que se entiende como vocación matrimonial
Mis padres acaban de celebrar cuarenta años de casados. Lo cual en los tiempos que corren es dos veces extraño: que lleven juntos tantos años y que encima lo celebren. Cuando uno les pregunta qué ha sido lo más importante para mantener la llama viva en su vida matrimonial te dicen: la fe. Una respuesta muy vaga, y absolutamente esotérica para quien no sintoniza esa radio. En homenaje al ejemplo que han sido y son para sus hijos, intentaré decir unas palabras que ayuden a descifrar el esoterismo de su clave matrimonial.
Voy a proponer, por tanto, una psicología del matrimonio católico. Ojo, no pretendo decir nada teológico, ¡válgame Dios!, no es un idioma que maneje. Además, siempre que me arrimo a ese ámbito temo achicharrarme. No. Voy a limitarme a exponer de qué modo una visión católica del mundo define la conducta de una pareja monógama de la especie humana. Espero que los curiosos ajenos a la religión sacien un poco su curiosidad, y dejen de imaginarse a los esposos católicos como parte del elenco de El cuento de la criada.
Empecemos por el principio: el día de la boda. Los nuevos esposos comienzan a serlo sabiendo que la tarea que asumen ese día es del todo imposible. Se conocen un poco y si han tenido una formación religiosa básica, saben lo inútiles que son. Pero creen que Dios mediante –nunca mejor dicho– lo imposible es posible. Hacen, pues, un acto de fe, como el viejo Abraham. Es decir, creen en la promesa que les hace el mismo Dios, de que Él no los va a abandonar.
También les pasa una cosa muy dantesca: al igual que le pasaba a Dante, el otro es para ellos Beatriz: el primer amor. Pero no su primer amor en el sentido en que podía entenderlo un romántico, un Lord Byron, por ejemplo. Si no en el más puro sentido dantesco, como me explicaba mi amigo Javier: Beatriz es para Dante su primera experiencia nítida y fuerte del amor divino. Quien guía a Dante a través del Infierno, el Purgatorio y el Cielo es el recuerdo de esa primera vez, cuando en su juventud le asaltó el amor de Dios, Beatriz mediante.
El recién casado comprende esto y a la vez se da cuenta del revés de aquella caricia, esto es, que él/ella está llamado a cumplir para el otro eso mismo: un signo del amor divino. Es decir, uno tiene que hacer lo posible para no obstaculizar que el amor de Dios llegue al cónyuge a través de sí mismo. Psicológicamente pues, uno sabe que tiene entre manos algo muy grande, demasiado grande, vamos, la tarea de su vida: ser canal de Dios para una persona muy concreta.
Esta gente acude semanalmente –como mínimo– a un lugar donde siempre son bienvenidos, aceptados y perdonados. Donde pueden respirar sin tener que esconderse detrás de un filtro de Instagram
Empieza la vida de casados con esta idea fundamental: Dios te llama a través de esta persona en concreto, y llama a esa persona a través de ti. Esto es lo que se entiende como vocación matrimonial. Y los recién casados se van a Ikea a por unas cortinas, un colchón y una vajilla.
Lo que sigue no es nada del otro mundo. Cenas con amigos, sofá, palomitas y película, algún viaje espontáneo visitando bodegas en Cantabria, pruebas de embarazo, el primer hijo que monada, el segundo, tercero, cuarto, cacas, falta de sueño, Urgencias, agotamiento extremo, no nos alcanza el dinero, ¡Dios mío qué hemos hecho!
Las dificultades aumentan, qué le vamos a hacer, y con ello sería previsible que aumentaran también las ocasiones de desencuentro. Ahora sí que resulta imposible el matrimonio, pero… ¡Que no cunda el pánico! Ahí está la vida sacramental que los sostiene. Haciendo un flaco favor a la profundidad de lo que acabo de decir, lo traduciré al ámbito psicológico profano. Esta gente acude semanalmente –como mínimo– a un lugar donde siempre son bienvenidos, aceptados y perdonados. Donde pueden respirar sin tener que esconderse detrás de un filtro de Instagram. Entran cansados y heridos y salen sanados y reafirmados, nada menos que por el Absoluto afirmativo. Y luego está la confesión una, dos, tres, cinco veces al mes, lo que haga falta. El examen de conciencia antes de dormir, el director espiritual que te ayuda a no engañarte a ti mismo con lo que quieres escuchar, como esa señora a la que el cura increpó en la confesión: ¿vienes a confesar tus pecados o los de tu marido?
Al final, desde un punto de vista meramente psicológico, poner en el centro estas dinámicas de perdón, gratuidad y donación, repercute en todas las demás relaciones que se dan en círculos concéntricos, especialmente el primero de esos círculos concéntricos, el del encuentro conyugal.
Conscientes de la fragilidad de su unión, de la debilidad de su corazón, pero con la firme esperanza de la fe, los esposos se acercan a los ventanales de su casa, pues ya va siendo hora de cerrar las cortinas (quitaron las de Ikea y pusieron unas más bonitas) y despedirse de los curiosos. Feliz cuarenta aniversario.