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LOS TÉRMINOS DEL REINOFray Abel de Jesús

Gaudí o el fin del arte sacro

Este es otro de los grandes errores de la era esta nuestra que nos ha tocado en suerte: que el genio del autor es lo que da valor a la obra misma. Quitando a Dios del proceso artístico

Lo siento por el lector pero, para mí, la historia del arte sacro terminó con Gaudí. Le tengo ojeriza hasta al bueno de Rupnik, por muy archicelebrada que sea su obra. Es que creo que participa, aunque en menor medida, de ese intelectualismo elevado del arte contemporáneo y del predominio insoportable de la genialidad del autor que, para mí, siempre suele ser superior a la supuesta genialidad de su obra. Este intelectualismo se traduce, en el caso particular de Rupnik, en un sobresimbolismo alegórico –intelectual en todo caso– cuyo código de interpretación queda, en última instancia, a la mano del guía turístico y de cuatro estudiados más.

Yo no he leído nada sobre Rupnik, ni sobre su espiritualidad, ni sobre su teoría estética, aunque me han dicho que es muy valiosa. Pero, ¿por qué habría de hacerlo? Este es otro de los grandes errores de la era esta nuestra que nos ha tocado en suerte: que el genio del autor es lo que da valor a la obra misma. Quitando a Dios del proceso artístico, quitando incluso a las musas, solo queda el autor. Y dale con el autor. No tardé ni media hora en ver todo el museo Reina Sofía, y se me hizo largo. A Rupnik mi atención le ofrece un poco más de interés, pero al final se fatiga y se marcha antes de que termine la misa.

La ruptura con este principio fundamental, la de la deuda del artista con Dios es la causa y el principio del descalabro del arte contemporáneo

En realidad, no me hace falta saber quién era Gaudí, ni cuál era el código de interpretación de su obra, ni si era santo o no lo era, para apreciar la belleza y santidad de la Sagrada Familia de Barcelona. Me importa un pimiento el simbolismo que él quiso imprimir a cada uno de los elementos compositivos del templo, y seguramente a él también. Para mí, como para el resto de visitantes desinteresados, es evidente el resplandor de belleza, santidad y sacralidad que lo envuelve todo. Salvo por las velas del súper que hay en el altar, claro, que eso vino después, y por el soberano desastre de Josep Maria Subirachs en la fachada de la pasión. El problema de Subirachs es que iba de genio, dejando su insoportable firma en cada ángulo de sus esculturas. Según me han dicho personas de gran implicación en las obras, Subirachs se enfadó mucho por que no se le concediera tanto renombre como a Gaudí; otro motivo para seguir esperando una reelaboración de su fachada. Tanta paz lleves como descanso dejas.

Gaudí dijo, según tengo entendido, que no le importaba que otros estilos, según avanzaran las obras, modificaran el proyecto original de la basílica. Lo que Gaudí probablemente no intuía era el ensordecedor descalabro de la historia del arte que se produciría en el siglo XX. Si lo hubiera sabido, ya te digo yo que hubiera sido mucho más prudente en sus declaraciones. Porque lo que vino después, como consecuencia de la suplantación de Dios por el genio del artista, fue la dictadura de la firma, la inspiración como carambola de lo aleatorio, la desconexión con los trascendentales de unidad-armonía, bondad y verdad, la imposible ruptura con la tradición, el valor artístico como especulación financiera, el hamparte y, sobre todo, la desconexión de la obra de arte con la naturaleza.

«El hombre no crea: descubre y parte de ese descubrimiento –dijo una vez Gaudí–. Los que buscan las leyes de la naturaleza para formar nuevas obras colaboran con el Creador […]. Por eso la originalidad consiste en volver al origen». Y aquí viene mi elogio a la Sagrada Familia. Este templo es un monumento que rinde homenaje al Creador, pues aplica las leyes que el Creador ha usado ya, sin superar en sus metros de altura al Montjuic, pues no hay obra del hombre que esté por encima de la obra del Creador. Y la ruptura con este principio fundamental, la de la deuda del artista con Dios, es la causa y el principio del descalabro del arte contemporáneo y el principal motivo por el que pienso que introducir obras de arte contemporáneo en la nueva catedral de Notre Dame es una blasfemia artística de las más groseras. «Que aquí el mejor artista es Dios», como canta Rosalía.