En dicha bula, Urbano IV establece que la fiesta se celebre «el jueves después de la octava de Pentecostés». Esto porque, antes del Concilio Vaticano II, Navidad, Pascua y Pentecostés tenían octavas, es decir, que durante ocho días se extendía dicha celebración. Actualmente, se celebra el jueves posterior al domingo de la Santísima Trinidad, y en algunos países, para favorecer la participación de los fieles, se traslada del jueves al segundo domingo después de Pentecostés.
«Nos llenamos de gozo al pensar en la Pasión del Señor, por la que hemos sido salvados, pero no podemos contener el llanto. Ante este recuerdo sacrosanto sentimos brotar en nosotras gemidos de gozo y emoción, alegres en el llanto lleno de amor, emocionados por el gozo devoto; nuestro dolor queda templado por el gozo; nuestra alegría se mezcla con el llanto y nuestro corazón rebasa de dicha, deshaciéndose en lágrimas».