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DELENDA EST CARTHAGODeclan

Diario de un sínodo rural

A los miembros de la comunidad les preocupa que no puedan hablar con libertad en sus casas con su familiares no creyentes, y asisten preocupados a una indiferencia impostada que esconde una gran hostilidad hacia todo lo religioso

Este curso pastoral en la Iglesia ha estado presidido por la iniciativa del Papa de implicar a toda la Iglesia en el tema de reflexión del Sínodo de los Obispos, que es la sinodalidad. No ha sido fácil introducir a los fieles en el sentido del término, pero como con tantas palabras que se ponen de moda, podemos decir que la sinodalidad ha ido encontrando su lugar dentro del vocabulario eclesial.

¿Has llegado tarde a esta cuestión? No pasa nada, va a ser algo que nos va a acompañar durante un largo tiempo. Sínodo es una asamblea, con la connotación del sentido de los términos griegos que la componen; vendría a ser «con-camino», es decir, un grupo de personas que se junta para hacer un mismo camino. La sinodalidad, en consecuencia, es la actitud de desplazarnos juntos por un camino ya dado.

Salvo que se haya participado en alguno de los grupos de reflexión o se haya estado al tanto de la temática, lo normal es que la primera noticia con la que se ha encontrado la mayor parte de la gente es que la Iglesia española, en su documento de conclusión, le pedía a Roma estudiar las vías de acceso de la mujer al sacerdocio y el celibato opcional de los sacerdotes. Un lamentable tratamiento mediático propio de la dictadura de los clics sobre titulares morbosos, pero en el que algunos responsables de equipos sinodales no han estado exentos de culpa.

Teniendo en cuenta que en España hay 70 diócesis, y que estas son muy diversas, el titular mediático lo han propiciado archidiócesis urbanas sometidas a un fuerte desgaste secularizador como Barcelona o Zaragoza que, en los días previos a la Asamblea final de la fase diocesana del Sínodo en España, dieron a conocer sus propias síntesis. Si bien reconocen que siempre se tratan de opiniones no mayoritarias entre sus fieles, han querido reflejar las opiniones de sectores minoritarios por criterios de transparencia. Y al reflejarlas, han adquirido una notoriedad y peso que no refleja en absoluto su alcance real. Se les ha facilitado una notoriedad tal, que pocos titulares se han librado de presentar el resultado de la fase diocesana del Sínodo por medio de estas posturas minoritarias.

En mi diócesis, que es Cuenca, los intereses han ido de la mano con muchas otras diócesis que difícilmente pueden ser mediáticas. Por ser un territorio de pequeños núcleos rurales, es muy difícil no convivir, si se quiere, con un sacerdote. No se especula sobre su papel, se vive. Y acogida la presencia del sacerdote, lo que a la comunidad rural le interesa es que la comunidad no muera. A la gente, preguntándole sobre la comunidad, lo que les preocupa es que la escasez de clero hace más parcas y rápidas las celebraciones. Les preocupa darse cuenta de que lo que paraliza a una comunidad es que es muy difícil librarse de etiquetas y juicios que impiden la gestión de la diferencia de opiniones. Les preocupa que no puedan hablar con libertad en sus casas con su familiares no creyentes, y asisten preocupados a una indiferencia impostada que esconde una gran hostilidad hacia todo lo religioso.

Quizá estar pegado a la tierra y al suceder de las dos estaciones extremas de la meseta economicen los intereses de las comunidades hacia lo real y no hacia lo ideal. Y en este camino en el que se debe comprometer toda la Iglesia, la inmensa mayoría camina consciente de su ser en un mundo hostil, y que esto solo lo puede paliar la comunidad, no como santuario de ideas mundanas a las que se da una barniz eclesial, sino como lugar de la presencia de un Dios fiel por medio del Espíritu.