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Santa Elena y su hijo, el emperador Constantino

Santa Elena: de la corte de Tréveris a peregrinar en busca de las reliquias de Jesús

Madre del emperador Constantino y firme católica, influyó en las decisiones de su hijo, que cambiaron el rumbo del cristianismo, y dedicó sus últimos años a buscar las reliquias de Jesucristo en Jerusalén

Corría el siglo III d.C y los cristianos se extendían sin freno por el mundo. Las persecuciones que habían precedido los siglos anteriores no achantaron la fe de Elena, madre del emperador romano Constantino. Tras la coronación de su hijo como máximo mandatario del Imperio Romano, este la trasladó a la corte imperial donde influyó en numerosas decisiones de su hijo.

Persecución de los cristianos en el Imperio Romano

Elena pudo ver en su juventud las masacres que se realizaban a los cristianos: arrestos y torturas de todo tipo, desde ser quemados vivos hasta ser arrojados a las fieras hambrientas. En la época en la que su hijo Constantino la traslada con ella a la corte de Tréveris todavía no hay constancia de que se hubiera convertido al cristianismo, sin embargo, sus contemporáneos la describían como una mujer que desprendía una bondad y una nobleza diferentes.

«Con este signo vencerás»

En esos años, Roma era regida por un triunvirato, para la mejor organización y gobierno de los extensos territorios del Imperio. Este sistema se complicó tras las herencias de los augustos y césares. Subieron al poder Constantino, hijo de Constancio Cloro, y Magencio, hijo de Maximiliano, anteriores miembros del gobierno tetrárquico. Comenzaron ahí los conflictos entre los dos herederos más poderosos, iniciándose una cruenta guerra. Santa Elena no cesaba de rezar a diario por la salvación de su hijo y del pueblo romano.

Batalla de Puente Milvio de RafaelMuseos Vaticanos

Constantino era conocido por ser un gran estratega y sus soldados estaban muy bien preparados para luchar, sin embargo, sus tropas eran mucho menores en número que las de Magencio. Cuenta la tradición que, la noche antes de la conocida batalla de Puente Milvio, Constantino tuvo una visión de una cruz, acompañada de una voz que le decía en latín: «in hoc signo vinces», «con este signo vencerás». Según los hagiógrafos de la época, Constantino mandó pintar una cruz latina con su parte superior en forma de P, llamada crismón, en todos sus estandartes, en obediencia a la misteriosa voz celestial.

El 28 de octubre del año 312 d.C, el hijo de nuestra santa salía victorioso de la batalla en el río Tíber. Este hecho supone un antes y un después en la historia del cristianismo. Tras años de crueles persecuciones y animado por su madre, santa Elena, el ya único emperador del Imperio Romano promulgaba el Edicto de Milán en el año 313 d.C, como agradecimiento a la inesperada victoria en el Puente Milvio. Con este edicto, Constantino permitía la libertad religiosa en el Imperio y se cumplían así los deseos de su madre.

En búsqueda de las reliquias

Gracias al empeño de santa Elena, el emperador mandó construir numerosas iglesias e hizo cuantiosas donaciones a la Iglesia. En el año 326 un deseo arde en el corazón de santa Elena. Con ya sesenta años, quiere ver y tocar con sus propias manos el leño donde Jesucristo fue crucificado. Sin pensarlo dos veces, marchó para los lejanos lugares donde Jesús nació, vivió y murió por toda la humanidad.

A través de un tal Judas, Elena descubrió que las tres cruces –la de Jesús y las correspondientes a los ladrones– se habían enterrado en un pozo. Las excavaciones desvelaron que el judío le decía la verdad. Para desvelar cuál era la Vera Cruz, se trasladó una enferma al lugar, y al tocar la tercera cruz, quedó sana.

El Lignum Crucis, trozo de la Cruz de Jesucristo, que se encuentra en el convento de Santo Toribio de Liébana (Cantabria)

Pero santa Elena no frena su expedición por Jerusalén ahí. Necesita encontrar más objetos que su Señor hubiera tocado. Es así como la santa manda llevar a Roma la Escalera Santa, lugar donde Jesucristo fue sentenciado a muerte por Poncio Pilato el Viernes Santo y donde había unas gotas de sangre derramadas de Jesús. También encontró los clavos que traspasaron las manos y los pies de Jesucristo. Su incansable amor de madre hizo que en las batallas de su hijo le colocase un clavo en el caballo y otro en el casco, en señal de protección.

La santa también encontró el «Titulus Crucis», la tablilla colgada en la Cruz que dice: «Jesús Nazareno Rey de los Judíos». Asimismo halló la Santa Túnica, que utilizó Jesús antes de ser crucificado, un fragmento de la cuna del Niño Jesús, así como el lugar exacto donde Jesucristo fue enterrado y donde hoy se erige la iglesia del Santo Sepulcro, construida en tiempo de su hijo, el emperador Constantino.