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Rodrigo Guerra, miembro del Consejo Directivo de la Academia de Líderes Católicos, en un evento de la organizaciónFacebook

Academia Latinoamericana de Líderes Católicos

Rodrigo Guerra, sobre los ataques a la Iglesia en Nicaragua: «El sandinismo cayó en la manipulación de la sensibilidad religiosa»

​El Debate entrevista a Rodrigo Guerra López, Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina y miembro del Consejo Directivo de la Academia de Líderes Católicos en el Vaticano

El pasado 19 de agosto, el régimen de Daniel Ortega en Nicaragua detuvo ilegalmente al obispo de Matagalpa, Rolando Álvarez, y a un grupo de sacerdotes y laicos que estaban con él. La Academia de Líderes Católicos emitieron un manifiesto –apoyado por más de 1.000 personalidades de Hispanoamérica y España– en el que pedían al Gobierno nicaragüense que cesara en su persecución a la Iglesia Católica.

Rodrigo Guerra, miembro del Consejo Directivo de la Academia de Líderes Católicos, traslada en una entrevista la percepción que, desde la institución, tienen sobre la grave situación en el país latinoamericano.

–¿Cuál es la situación actual de los católicos en Nicaragua?

–Tanto los católicos como el resto de la población en Nicaragua viven una difícil situación de restricción de libertades y de desconfianza hacia el sector gubernamental. La situación de la Iglesia Católica está enmarcada en un proceso de descomposición más generalizado que ha conducido a que diversos medios de comunicación críticos con el Gobierno o de inspiración religiosa sean clausurados y que muchos de los líderes opositores sean encarcelados.

–¿Por qué persigue el Gobierno de Daniel Ortega a la Iglesia Católica, y en concreto al obispo Rolando Álvarez?

–Las acusaciones hacia el obispo Rolando Álvarez son por, supuestamente, organizar grupos violentos con el fin de desestabilizar al Estado. El resto de los obispos del país y diversos agentes de pastoral se encuentran bajo vigilancia constante. La vicepresidenta ha hablado, sin señalar a nadie en concreto, de que se han cometido «pecados de lesa espiritualidad». Posteriormente, ha calificado la detención del obispo Álvarez como «necesaria».

–¿Cuál cree usted que son los precedentes a la situación actual en el país?

–Los antecedentes de la actual situación en Nicaragua son largos y complejos. Desde el triunfo del sandinismo en 1979 algunos sectores radicalizados de la Iglesia se sumaron al apoyo del nuevo gobierno. El Cardenal Obando y Bravo siempre medió, procurando la distensión y la paz, y ayudó a la liberación de presos políticos. Sin embargo, el sandinismo cayó en la tentación de la manipulación de la sensibilidad religiosa. Esto fue particularmente visible en la misa que presidió san Juan Pablo II en Managua en el año 1983. En plena celebración litúrgica y con un altar con imágenes revolucionarias, algunos agitadores lanzaron consignas favorables al sandinismo que visiblemente molestaron al Papa por ser irrespetuosas de la santa misa. En 1990 el sandinismo pierde las elecciones. Al regresar Daniel Ortega al poder en 2006, las tensiones incoadas con la Iglesia aumentaron. En 2018, la Iglesia defendió a quienes protestaron pacíficamente ante una reforma de la ley del seguro social. Esto fue interpretado de manera ideológica como complicidad con la oposición. Posteriormente, la cúpula gubernamental públicamente acusaría a diversos sacerdotes de terrorismo y golpismo. En época más reciente, en julio de 2018, se atacó el templo a la Divina misericordia, en Managua. Luego se gestionó la salida del país del obispo Silvio Báez en 2019. En julio de 2020 se incendió un antiguo Cristo en la catedral de Managua. Y en 2022 tenemos la expulsión del nuncio Sommertag y de las misioneras de la caridad, fundadas por la Madre Teresa de Calcuta.

–El Papa Francisco se pronunció este domingo públicamente sobre la persecución en Nicaragua, ¿qué opina de su postura? ¿Hasta qué punto puede influir el Santo Padre en la liberación del obispo detenido?

–El Papa Francisco a través de sus palabras nos ha mostrado el pasado domingo la enorme preocupación que tiene por el pueblo nicaragüense. Su «silencio» durante varios días no es omisión en modo alguno. En una coyuntura así de delicada es preciso entender que no todo se logra con declaraciones, sino creando condiciones para recuperar la posibilidad de diálogo sincero y de pacificación. Mucha de la labor de la Iglesia se realiza de manera discreta y no bajo los reflectores de los grandes medios. La misión del Papa es eminentemente evangélica y, por lo tanto, no debe ser interpretada en términos políticos convencionales.

La velocidad para reconstruir puentes rotos no es la que marca Twitter sino la que lentamente se construye con paciencia. El Papa Francisco no teme ser criticado si con ello se facilita el no poner al pueblo en riesgo. Él es el primer convencido de que hay que hacer hasta lo imposible por salvaguardar la vida de las personas reales. Con esta convicción, la Iglesia continuará anunciando con radicalidad su voluntad de encuentro y diálogo, siempre privilegiando los medios pacíficos. La lógica del evangelio no es la confrontación sino el anuncio alegre de la libertad integral que Jesucristo ha venido a traer, más allá de cualquier ideología. La eventual liberación del obispo Álvarez habrá que contemplarla en este amplio contexto.