Podemos decir que Dios, al encontrarnos, nos «reacomoda», –dice Francisco–, de forma que, cuando el Padre, el pastor, recoge a la oveja perdida no tenga que escuchar el «tú estás perdida» de las murmuraciones farisaicas y biempensantes, sino el «tú eres una de nosotras»: nos pertenecemos los unos a los otros.