Muere Benedicto XVI, el brillante teólogo que no quería ser obispo, y menos de Roma
Este 31 de diciembre a las 9:35, el Vaticano ha confirmado la muerte del Papa emérito Benedicto XVI a los 95 años de edad, después de que su estado de salud, según informó la Santa Sede, se agravase en los pasados días «por el avance de la edad».
Joseph Ratzinger pasó sus últimos momentos en vida en el Monasterio Mater Ecclesiae, en los jardines vaticanos, donde vivía acompañado de su secretario personal y cuatro religiosas desde que renunció al pontificado en el año 2013.
Nacido en una familia humilde, de una localidad pequeña de Baviera. Hijo de un policía local y una cocinera, Joseph Ratzinger siempre fue una persona sencilla, austera, sin interés por la propia imagen o la relevancia social. Ese origen es clave para entender su incomodidad en los grandes eventos, donde era aplaudido y admirado. Tampoco se veía elevado a puestos de responsabilidad, ya que no se consideraba a la altura y prefería dedicar horas al estudio o la enseñanza, antes que a la gestión y administración.
Desde sus primeros años como sacerdote, Ratzinger se encargó de formar a los seminaristas, así como a seguir a un grupo de jóvenes en Múnich. En esta experiencia comprende la diferencia entre la forma de vivir de algunas personas y su catolicismo ‘de fachada’, dando luz a un ensayo titulado Los nuevos paganos y la Iglesia. Es una de sus grandes preocupaciones, un desafío en una sociedad que considera formada por «paganos que aún se denominan cristianos, pero que se han convertido en paganos».
Entre 1952 y 1977 Ratzinger se dedicó con entusiasmo a la vida universitaria. Una carrera académica para la que se siente preparado y en la que adquiere a corto plazo un prestigio que le llevará a participar en el Concilio Vaticano II. Durante ese periodo romano trabajará como consultor del cardenal de Colonia, Joseph Frings, y después como perito conciliar.
Cuando en 1977 fallece el obispo de Múnich, el nuncio en Alemania apuesta por Ratzinger para sucederle. Romper con sus hábitos de estudio, con su carrera intelectual para terminar como obispo es algo que le contraría, que no encaja en sus planes como teólogo. De hecho, califica su decisión de aceptar como «inmensamente difícil». Pero entiende que su vocación no es hacer lo que él quiere, sino lo que Dios le pide en cada momento, por lo que también acepta su posterior creación como cardenal.
Su nombramiento en esa fecha es providencial, porque un año después, en 1978, participará en dos cónclaves de la Iglesia. Los que supusieron la elección de Juan Pablo I y Juan Pablo II. Y de ahí a colaborar estrechamente con este último durante años, en una labor que le llevó a ser criticado por quienes se movían al margen de la ortodoxia. El padre Federico Lombardi, su portavoz en el Vaticano, asegura que «el papel de prefecto para la Doctrina de la Fe se ha visto siempre como una figura de control disciplinar, más que de libertad de pensamiento» y por ello se le aplicó injustamente el apelativo de Panzer-cardenal. No era lo que le hubiera gustado hacer, pero era aquello que san Juan Pablo II le requería en ese momento.
Durante los últimos años con el Papa polaco le presenta varias veces la dimisión. Su sueño es dedicarse al estudio de códices de la Biblioteca Vaticana y publicar un libro sobre Jesús de Nazaret. El obispo de Viena, el cardenal Schonborn, asegura que tuvo ocasión de visitar a Ratzinger, tras haber padecido un ictus, en 1991. Su amigo alemán le confesó que «ahora el Papa debe dejar que me vaya, porque estoy enfermo y no puedo». Y una vez más, el fiel teólogo de Baviera sometió su voluntad a aquella de quien era el representante de Cristo en la tierra.
Su elección como Papa le llega a los 78 años, cuando tiene todo listo para retirarse a escribir y bajar el nivel de trabajo. Deja bien claro que ni le interesaba ni soñaba con ser obispo de Roma durante las jornadas previas al Cónclave, pero también al día siguiente de su elección. Lo hace ante sus excompañeros del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Les asegura con simpatía que «se cumple lo que el Señor dijo a Pedro: Llegará un día en que te llevarán donde no quieres ir».
Benedicto XVI fue consciente de sus limitaciones físicas, que le llevan a dimitir pocos años después. Pero antes de hacerlo deja un legado intelectual extraordinario, que culmina con su libro sobre Jesús de Nazaret. Se trata de una obra que alcanza números de venta extraordinarios en todo el mundo y que permite entender el origen del cristianismo al hombre del siglo XXI. Está considerado uno de los más grandes teólogos de nuestro tiempo, con una lucidez y claridad que han afianzado a muchos en su fe.
Ni vatileaks, ni lobby gay: la renuncia de Benedicto XVI explicada por él mismo
Frente a teorías de la conspiración, el Papa emérito Benedicto XVI explicó personalmente los motivos reales de su renuncia
La renuncia al papado por parte de Benedicto XVI causó un revuelo absoluto, no solo por el lejano antecedente medieval de Celestino V, sino por lo inesperado de la decisión.
Las teorías conspirativas y el ruido interesado sobre la renuncia se mezclaron con la incomprensión de gran parte de la Iglesia que, después de haber asistido al heroico y extenso pontificado de san Juan Pablo II, pensaba que un pontífice debía morir frente a las cámaras y comprendió el retiro del Papa alemán como un abandono de la barca de Pedro, en medio de una tormenta mediática de escándalos demasiado humanos.
Frente a un colegio cardenalicio que aún no tomaba conciencia de lo que estaba sucediendo, el Papa Benedicto les decía para anunciar su renuncia que «...en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado».
Por esto, «siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice...».
«Queridísimos hermanos, os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos...»
Posteriormente vinieron las teorías sobre las luchas de poder que toda institución divina, pero demasiado humana, lleva en sí; y vinieron las conjeturas y las hipótesis, infundadas, o no, sobre la relación entre dos papas dentro del Vaticano.
Sin embargo fue él mismo quien aseguró en 2021 que la renuncia, aunque «fue una decisión dolorosa» también fue necesaria, y reiteró, ante las continuas discusiones sobre su función, que «no hay dos papas» dentro de la Iglesia.
Especial realizado por:
Redacción: Antonio Olivié. Diseño: Ángel Ruiz.