Diez años con el Papa Francisco, diez años con el amigo del Señor
Se cumplen diez años de la elección de Jorge Mario Bergoglio como sucesor del primer Papa que, en mucho tiempo, renunciaba a la labor de sumo pontífice de la iglesia católica
Bergoglio apareció en Roma como el gran tapado detrás de los grandes nombres de la eclesialidad católica europea; discípulos casi todos del pensamiento de un Ratzinger que había atravesado con su magisterio toda la comprensión de la fe durante décadas. Pero el arzobispo argentino no era ni desconocido ni tampoco uno entre tantos cardenales de la curia, desde sus intervenciones en el santuario de Aparecida.
Hijo de emigrantes del Piamonte italiano, y quizá por eso, tan sensible al desarraigo de los descartados, Jorge Mario Bergoglio, jesuita, es nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires el 20 de mayo de 1992 por san Juan Pablo II.
Como arzobispo de Buenos Aires centra su labor en la misión a través de comunidades fraternas con un fuerte protagonismo del laicado en comunión con los sacerdotes para asistir a los pobres y a los enfermos, tal y como insiste Jesús en el evangelio.
De trato sencillo, pero sobrio, en Hispanoamérica su figura se hace cada vez más relevante y su palabra más escuchada. Aunque en 2002 declina ser presidente de la Conferencia episcopal argentina, tres años después es elegido y posteriormente reconfirmado por otro trienio en 2008. En abril de 2005, participa en el cónclave en el que es elegido Joseph Ratzinger como Papa.
Tras la histórica renuncia de Benedicto XVI, los cardenales necesitaron al menos cuatro votaciones y dos fumatas negras, hasta inclinar la votación a favor de Jorge Mario Bergoglio el 13 de marzo de 2013, convirtiendo al arzobispo de Buenos Aires en el primer hispanoamericano y miembro de la compañía de Jesús en dirigir la Iglesia católica.
A la espera de la inminente visita a Hungría en abril, Francisco ha visitado 59 países, siempre con el pensamiento de que «hay que ir a la periferia si se quiere ver el mundo tal cual es».
Bergoglio, a lo largo de estos años, ha mostrado la misma concreción del método del cristianismo tantas veces indicado por su predecesor Benedicto XVI, al poner bajo el foco de la actualidad, la realidad de la encarnación de Cristo en la realidad concreta de todos los hombres, atravesados por un deseo de plenitud que no pueden darse a sí mismos y que, por eso, buscan, actúan, obran en tantas ocasiones de una manera ciega y violenta, usando a otros hombres, a los que descartan después de haberlos esclavizado.
Por eso, como Jesús, Francisco insiste en visitar a esos hombres que sufren en sus carnes la codicia, la indiferencia y la maldad de sus hermanos.
Como Jesús, Francisco sale fuera de Jerusalén, donde no es escuchado; como Jesús, sale a los pueblos y a las periferias del Pueblo que nosotros, europeos con cierta autosuficiencia de «cristianos viejos», no queremos ver.
Como Jesús, Francisco nos enseña, si queremos, que la Iglesia sale de sí misma siempre, para ir hacia esas «periferias, no sólo las geográficas, sino también las existenciales, las del misterio del pecado, del dolor, de la injusticia, las de la ignorancia y la ausencia de fe, las del pensamiento, las de todas las formas de miseria».
Como Jesús, Francisco es y será incomprendido por aquellos que creen ya conocer el pensamiento de Dios. Pero no así por los migrantes de Lampedusa y Lesbos. No así por las minorías en los países árabes. No así por las minorías en Canadá. No así por aquellos que han sufrido la violencia en el Congo y en Sudán del Sur que, seguramente, estén toda su vida agradecidos por haber sido protagonistas de la ternura carnal de Dios a través de Pedro, el siervo de los siervos, el amigo del Señor.
Especial realizado por:
Redacción: Ricardo Franco. Diseño: Ángel Ruiz.