De la Vía Dolorosa al Santo Sepulcro, el camino de la Pasión
Las últimas palabras del último libro del Antiguo Testamento —alaquías—, llevan la misteriosa impronta de una profecía inminente.
«He aquí que llega el día, ardiente como un horno, en el que todos los orgullosos y malhechores serán como paja; los consumirá el día que está llegando, dice el Señor del Universo».
Justo después, la apertura del Nuevo Testamento de Mateo comienza con la genealogía de un hombre que se pierde en el tiempo y que desemboca en Jesús, para llevar a cabo en su propia carne el holocausto que Malaquías describe. Aunque muchos no lo supieron, ni entonces ni ahora, aquel carpintero de Nazaret, ascendido de repente a Rey de los judíos, consumía en sí mismo ese «día grande y terrible, ardiente como un horno» en el que se sacrificaba la vida de un Dios.
La Vía Dolorosa
La Vía Dolorosa es una larga calle de la época romana que marca el recorrido empedrado que hace Jesucristo llevando la cruz hacia su muerte en el Gólgota.
Según todas las investigaciones arqueológicas, desde las fechas aproximadas a la muerte y resurrección de Cristo, comienza el peregrinaje de fieles que recorren el mismo camino de Jesús hacia el Calvario. Tanto es así, que ante el fervor y la religiosidad que nace en torno a los lugares relacionados con la Pasión, el emperador Adriano hará todo lo posible por borrarlos de la geografía jerosolimitana.
Una de las fuentes más antiguas es el conocido Itinerarium Egeriae, del siglo IV. Egeria es una peregrina que viaja a Tierra Santa entre el 381 y el 384 d.C, y describe su viaje hacia los Santos Lugares, y las liturgias y oficios religiosos que se practican.
La caída de Bizancio y la dominación islámica dificultaron la piedad popular, aunque la devoción a la Pasión de Cristo no disminuyó. Tras la conquista cristiana de Jerusalén, volvería el auge del Via Crucis. En el siglo XIV, el Papa Clemente VI encomendó a los franciscanos la guía, instrucción y cuidado de los peregrinos latinos, así como de la tutela, manutención, defensa y rituales de los santuarios católicos de Tierra Santa.
Estaciones del Vía Crucis
La ruta de peregrinación partiría desde la Torre Antonia hasta las afueras de la ciudad, donde se encontraba el montículo Gólgota (hoy dentro de la basílica del Santo Sepulcro). La distancia era de unos 600 metros (unos 2.000 pasos), que Cristo recorrió cargando el travesaño –patibulum– de la cruz, de casi 70 kilos de peso.
La Vía Dolorosa consta de 14 estaciones que traen a la memoria los momentos del dramático caminar de Cristo hacia la cruz. Las llamadas «nueve estaciones de la cruz» están en el exterior; las cinco últimas discurren en el interior del Santo Sepulcro. En muchas de estas paradas de la Vía Dolorosa se han construido iglesias y capillas que rememoran cada uno de esos momentos.
Estas son las estaciones más famosas del Vía Crucis:
La condena: estaciones I y II. La primera estación del Vía Crucis refleja el juicio de Poncio Pilato a un enmudecido Jesús, seguido de la coronación de espinas y el martirio de los azotes, que dan nombre a la Iglesia de la Flagelación. En la segunda estación se encuentra la Iglesia de la Condenación, donde Cristo fue obligado a cargar el madero superior de la cruz.
Las caídas de Jesús: Las estaciones III, VII y IX. Reflejan la fatiga de Jesús por el gran esfuerzo de llevar la cruz, ya muy lastimado por el castigo de los golpes y el peso del madero. Por eso cayó al suelo, al menos, en tres ocasiones.
En las estaciones IV, V, VI y VIII, los evangelios relatan que, a lo largo de este dramático camino, Jesús se detuvo con varias personas. La estación IV representa el encuentro con su madre María; la estación V marca el momento en el que Simón el Cireneo es obligado a ayudar a Jesús a cargar con el madero; la estación VI refleja el momento en que Verónica le limpia el rostro a Jesús; y la estación VIII refleja al mismo Jesús consolando a las entristecidas mujeres de Jerusalén.
Las últimas estaciones del Vía Crucis: X, XI, XII, XIII y XIV se encuentran dentro de la Iglesia del Santo Sepulcro y representan el momento en que Jesús es despojado de sus ropas, su crucifixión, su muerte, el bajado de la cruz y el entierro.
El lugar más sagrado
La Iglesia del Santo Sepulcro es el lugar más sagrado del cristianismo, ya que en ella está la tumba y la pequeña colina (Gólgota) donde fue crucificado Jesús de Nazaret.
El Edículo, el corazón del Santo Sepulcro
El Edículo, situado en el centro del Anástasis, en la Iglesia del Santo Sepulcro, alberga el lugar de enterramiento y resurrección de Cristo.
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Capilla del Ángel, antesala que da acceso a la cámara del Sepulcro
En el altar que se encuentra en la Capilla del Ángel se guarda un trozo de la piedra circular que cerraba el Santo Sepulcro
En la cámara del Santo Sepulcro se conservan partes del enterramiento original
Bajo una losa de marmol se conserva el lecho de roca sobre el que se despositó el cuerpo de Cristo tras descenderlo de la cruz
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El templo se alzó sobre la cueva que José de Arimatea eligió para el cuerpo de Jesús y donde permaneció hasta su resurrección.
Desde que santa Elena encontró la antigua cantera enterrada por el emperador Adriano para hacer desaparecer todo rastro de la pasión de Cristo en la zona, el templo ha sido reconstruido tantas veces como imperios han ocupado Jerusalén, destruyendo y volviendo a levantar el lugar santo.
Los cuatro evangelios coinciden en ubicar ese lugar de tormento y sepultura para el crucificado. Y Marcos 15:45 describe el entierro «…comprobando esto por medio del centurión, le concedió el cuerpo a José, quien compró el lienzo de lino, y bajándole de la cruz le envolvió en el lienzo de lino y le puso en un sepulcro que había sido excavado en la roca; e hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro».
El «lugar de la calavera» era una vieja cantera destinada a lugar de ejecuciones públicas. Desde el principio, los discípulos de Jesús iban a ese lugar en peregrinación, hasta que Adriano ordenó construir un templo dedicado a Júpiter y a Venus sobre el Santo Sepulcro.
Incendios, invasiones y conflictos internos entre las distintas iglesias cristianas, que se enfrentan desde siempre por un trozo de santuario y de poder, no han podido destruir del todo la tumba de un carpintero crucificado por blasfemo y del que nació una fe y una nueva civilización.
Especial realizado por:
Redacción: Ricardo Franco. Diseño: Ángel Ruiz y David Díaz.