La Iglesia y la inteligencia artificial: «Hará falta una encíclica sobre digitalización»
Los expertos señalan que los cambios provocados por la cuarta revolución industrial serán de tal magnitud que obligan a revisar la doctrina social
Son prácticamente diarias las noticias sobre novedades tecnológicas que impulsan la automatización y la robotización. El desarrollo de herramientas como ChatGPT dan un paso más en la creación de una verdadera Inteligencia Artificial que consiga hacer cosas para las que los humanos necesitan pensar. Escribir textos, analizarlos y hasta generar cuadros e imágenes que incluso han llegado a implicar al Papa Francisco, reproducido digitalmente con atuendos nada habituales para un Pontífice.
Más allá de ser un divertimento, esta cuarta revolución industrial tendrá implicaciones en la economía, la sociedad y en el mercado laboral. Los expertos no dejan de señalar que la nueva ola de automatización terminará con multitud de puestos de trabajo y ya se han elaborado distintas listas sobre aquellos que corren más peligro.
La idea propuesta por algunos gurús de detener seis meses el desarrollo de la IA es algo que tiene poco sentido. Para José Luis Calvo, director de innovación en Sngular, «solo serviría para que Occidente perdiese tiempo con otras potencias como China». Así, las soluciones pasan por una reflexión profunda que prepare el terreno para un nuevo modo de entender el mundo del trabajo, un análisis del que no puede quedar excluida la Iglesia y su doctrina social.
Un nuevo León XIII
El mundo se encuentra en un momento de transición hacia un modelo totalmente nuevo. En el marco del seminario permanente El trabajo se transforma que organiza la Fundación Pablo VI, el profesor Raúl González Fabre, miembro de la Cátedra de Ética Económica y Empresarial, de la Universidad Pontificia Comillas, señala que el hombre avanza hacia un tiempo en el que puede quedar «liberado» del trabajo derivado de la necesidad.
Esta nueva situación provocaría un cambio en la civilización «no menor al que dio lugar la primera revolución industrial en el siglo XVIII». Así, las estructuras económicas, políticas y sociales nacidas tras ella quedarían obsoletas y necesitarían de una refundación que es difícil de diseñar. Un tiempo nuevo en el que la propia doctrina social de la Iglesia y su magisterio en torno a la moral del trabajo y sus cuestiones antropológicas quedarían anticuadas.
González Fabre recuerda que los tiempos de Roma no están nada acompasados a los de un mundo cada vez más rápido. «La Iglesia piensa en siglos», concluye. Reconoce el profesor que todavía son útiles los postulados de la doctrina social para interpretar algunas problemáticas de la actualidad, y el Papa Francisco lo sigue haciendo.
Sin embargo, deja en manos de su sucesor (por cuestiones temporales) la elaboración de una «encíclica sobre digitalización» que consiga ver más allá y que interprete «el punto de llegada de todas estas transformaciones sin que las hayamos alcanzado aún». Será el momento de pensar en cómo defender la capacidad del hombre de desarrollarse y vivir dignamente sin la necesidad de tener un empleo.
Que ese trabajo intelectual y doctrinal es posible lo demuestra León XIII. Como explica González Fabre, su encíclica Rerum novarum, base de la doctrina social de la Iglesia, fue promulgada en mayo de 1891, cuando la primera revolución industrial ya estaba más que consolidada. El Papa «subió a otro escalón antropológico» y desde ahí observó y no pretendió interpretar aquel nuevo mundo con los postulados establecidos dos siglos antes.
Peligros y oportunidades
Son muchas las cuestiones que serán necesarias abordar a la luz del Evangelio y el magisterio de la Iglesia. Como señala el economista Enrique Lluch, profesor de la Universidad CEU Cardenal Herrera, las nuevas tecnologías, aunque en un futuro pueden suponer el final de muchos empleos, por el momento solo han conseguido que «se trabaje más que nunca» con turnos eternos y un estado de conexión permanente. También habrá que buscar soluciones para aquellos que quedan en los márgenes de esta revolución, algo que ya ha señalado Francisco.
La renta básica parece un elemento fundamental en el medio plazo y será necesario una revaluación del propio concepto del trabajo y sus consecuencias antropológicas. Si parte de la realización personal ya no puede llegar por esta vía, señala González Fabre, y el hombre queda «liberado» de esa carga laboral, la sociedad corre el peligro de sufrir una «degeneración» y ser arrastrada por el «barranco del consumismo». Frente a ello, sería posible buscar esa realización a través de otras actividades como el cuidado de los otros, la familia, los amigos y hasta un sano activismo político.