Entrevista a Agostino Molteni, autor de 'El pensamiento de Cristo'
«Para Péguy, en Cristo se hace evidente que ser hombre era su principio de placer»
Molteni ha desarrollado una línea de investigación sobre el pensamiento cristiano de Charles Péguy: el filósofo, escritor, poeta y místico a quien los cristianos deberían leer y releer para comprender que Cristo no se avergonzó de ser hombre, sino que quiso serlo eternamente
Agostino Molteni (1958) es italiano. Impartió clase en Petrópolis (Brasil, 1989-1993) y ahora, en Concepción (Chile) desde 1993. Investigador en la Facultad de Estudios Teológicos y Filosofía de la Universidad Católica de la Santísima Concepción y doctor en Teología Dogmática en la Universidad Pontificia de Salamanca, Molteni ha desarrollado una línea de investigación sobre el pensamiento de Cristo y sobre el pensamiento cristiano de Charles Péguy: el filósofo, escritor, poeta y místico a quien los cristianos deberían leer y releer para comprender que Cristo no se avergonzó de ser hombre. Un hecho que Molteni subraya en su libro El pensamiento de Cristo (Encuentro) y en esta entrevista al afirmar, contra todo dualismo, que «Jesús se llevó a la derecha del Padre su mismo gusto por ser hombre (un certain goût de l’homme) demostrando así que había pensado permanecer para siempre en su cuerpo».
–¿Quién es Charles Péguy como escritor y qué importancia tiene para el cristianismo a 150 años de su nacimiento?
–Él mismo se definió como «el cronista del ser y del acontecimiento», lo contrario de un mero espectador externo que archiva el ser y el acontecimiento como unos hechos del pasado. En efecto, para él, ser cronista significa remontar, es decir, volver a pensar y a elaborar el «movimiento de pensamiento» que, por un lado, había heredado de sus antepasados analfabetos y, por otro lado, de los acontecimientos que más han marcado su vida, entre ellos, el affaire Dreyfus, el proceso a Juana de Arco, el encuentro con el filósofo Henri Bergson. Péguy se define como cronista porque reconoce que su pensamiento es engendrado por estas mismas filiaciones de las que se hace heredero, justamente porque vuelve a trabajarlas haciéndolas pasar por el presente de su pensamiento. A este propósito, hay un affaire que, para Péguy, jamás se podrá archivar y colocar «en la fila india, democrática, de los hechos históricos»: es el affaire Jesús. En este punto, la importancia que Péguy tiene para el cristianismo a 150 años de su nacimiento es la de mostrar el método adecuado para que la fe cristiana vuelva a ser una fides cogitata (san Agustín), es decir, una fe pensada, so pena de que esta fe sea vana, vacía. Puesto que para Péguy «conocer significa conocer en comunión», él muestra que el método sano, razonable de la fe cristiana es el de ponerse dentro del mismo pensamiento de Jesús para volver a pensar y proponer a todos la lógica, es decir, el método con que él ha cumplido su encarnación y su redención de los hombres.
–¿ Qué novedad descubre Péguy en Jesús para convertirse de socialista a cristiano?
–Yo no diría que se ha convertido de socialista a cristiano. Él mismo decía que no era un convertido, pues el suyo ha sido un camino ininterrumpido de pensamiento que ha reconocido ser coronado por Jesús, por cómo había pensado de modo sano su encarnación y redención. Si se ha escrito que Péguy «se ha hecho socialista justamente porque era cristiano» (Bernard Guyon), claro está, el de Péguy no es el socialismo de nuestro tiempo. Era el socialismo del trabajo bien hecho que había aprendido de su madre que tejía sillas de enea, el socialismo de Juana de Arco que había combatido con medios humanos para poner remedio a lo que Péguy llamaba «el mal universal». Era el socialismo de «la pobreza temporal» que Péguy vivía, a saber, el de un padre de familia preocupado por dar de comer a sus hijos. En fin, era el socialismo que quería construir una «ciudad armoniosa», es decir, sana, sin rivalidades ni luchas de clase, pues, como escribía, «toda lucha es burguesa y la lucha de clase es burguesa como todas las demás. Es una concesión del socialismo a la burguesía». Ahora bien, en su largo camino para reencontrar su fe cristiana (la que jamás había perdido), Péguy ha reconocido que Jesús había coronado con su encarnación y redención todos estos aspectos de su socialismo. Por ello, al final de su vida, reconoció que en el socialismo de su juventud había más fe cristiana que en las ricas parroquias de París.
-¿En qué consiste se fundamenta el pensamiento de Péguy sobre Cristo y por qué es tan novedoso?
–La novedad del pensamiento de Péguy sobre Cristo depende de varios factores. Ante todo del hecho que es fruto de una larga elaboración que se ha nutrido de materiales «laicos»: la lección «socialista» del trabajo bien hecho, el affaire Dreyfus, la filosofía de Bergson, la lectura de la antigüedad clásica, de Victor Hugo, de Corneille. En segundo lugar, lo que escribe sobre Cristo se fundamenta en el hecho que simplemente ha elaborado lo que ha siempre trasmitido la Tradición cristiana. Por ello, en contra de los clericales que lo atacaban poniendo en duda sus ortodoxia, respondió que las fuentes de su pensamiento cristiano eran el catecismo aprendido de memoria cuando niño, la santa Misa y la liturgia (especialmente las simples oraciones), los Evangelios, las actas del proceso a Juana de Arco. A estos materiales cristianos se debe añadir la retoma de la que él definía «la gran gracia» del pensamiento hebreo-bíblico, lo que hizo con sus amigos judíos. Ahora bien, todas estas fuentes han sido trabajadas desde dentro de sus vicisitudes de padre de familia y de editor agobiado por lo que él llamaba el «estrangulamiento económico de hoy, frío, científico». Se debe a esto el hecho que nunca quiso escribir ex cathedra como lo hacen los teólogos, los que él llamaba los «pálidos intelectuales de las Sorbonas católicas» (¡habían sido los teólogos quienes habían condenado su Juana de Arco!). Es por eso que Maritain lo atacaba con una violencia típicamente clerical y sostenía que Péguy era «un imbécil, uno que despilfarra la gracia: el cree que la fe del carbonero es una fe más grande que la de santo Tomás de Aquino». En este sentido, la novedad de su pensamiento sobre Jesús me parece que consiste justamente en el hecho que Péguy no se propuso de escribir algo original, de inventar un nuevo sistema teológico. Para usar las palabras de san Pablo, Péguy no trató de «poner otro fundamento que el que ya está puesto, el cual es Cristo» (1 carta a los Corintios 3, 11). Por ello decía de su pensamiento cristiano: «Tal vez no encaje en la tradición de los teólogos, pero está en la línea y en la raza de Jesucristo». Lejos de cualquier tentativa de reducir la fe a un moralismo hecho de reglas, lo que es solo «una costra que nos hace impermeable a la gracia», Péguy reconocía que la gracia que había recibido era la de estar en la misma raza y línea de pensamiento de Jesús.
–¿Hay alguna insistencia concreta en su pensamiento?
–Sobre lo que más ha insistido es el tema de la razón, mejor dicho, del pensamiento, de la que él llamaba la autorité de compétence, la «autoridad de competencia» del pensamiento del hombre. Por ello escribió que el mismo campesino francés era capaz de «juzgar como un Papa», urbi et orbi, pues «ejerce en la realidad una jurisdicción ya que él es la suprema jurisdicción», sin estar sumiso a ninguna autoridad de mando (autorité de commandament), la de los dos bandos de «los curas anticlericales y el de los curas clericales». En efecto, para él, «no existe ningún clérigo de la razón» y la misma razón «no admite rivalidades, sino solo cooperación y colaboración». Al mismo tiempo, ha insistido sobre la imputabilidad del uso que cada sujeto hace de la razón, lo que vale ya sea para el hombre como para Dios, si es que quiere revelarse. El mismo acontecimiento de Cristo, si quiere ser «sensato y convincente» (utilizo aquí las palabras de Benedicto XVI), debe cooperar y colaborar con la razón del hombre, no debe imponerse por una «autoridad de mando», más bien, debe pro-ponerse como imputable por sus frutos por parte de la razón del hombre. Es justamente en el trabajo bien hecho para ponerse en el cuerpo del hombre (encarnación) y en su redención que el pensamiento de Jesús deberá ser tratado como una realidad imputable, ya que, para Péguy, también para Jesús se trata de «conducir el pensamiento como un acto».
Para Péguy los cristianos modernos viven totalmente acostumbrados al acontecimiento cristiano, el de Cristo y de la fe
–Y a juicio de Péguy, ¿Cuál es el pensamiento de Cristo? ¿Cómo piensa Cristo?
–Para Péguy el pensamiento de Cristo podría ser sintetizado en la frase con la cual indicaba el contenido y el método del pensamiento: «El árbol se juzga por los frutos». En este sentido, escribe: «Si Dios mismo se levanta, visible sobre la multitud, el primer deber del hombre será el de rechazar la obediencia y tratarlo como igual, alguien con quien se discute, no como el amo que se soporta». De este modo, el pensamiento de Cristo consiste en el hecho de que él mismo quiere ser juzgado–imputado–conocido por sus frutos, a saber, por los actos con que él hace acontecer su cuerpo (encarnación) y con que salva a los hombres (redención). Por tanto, para Péguy, no se trata de «creer» en Cristo, sino de averiguar y saber si los actos de la encarnación y de la redención pensados por Jesús son sanos, a saber, sensatos y persuasivos. Por eso, escribirá que su Jesús ciertamente no lo había buscado y encontrado en el manicomio de la Salpètrière en París. A este propósito, hay que recordar que en aquel tiempo, en 1913, había sido publicado un libro que afirmaba que Jesús tenía las más variadas psicopatologías. Por otro lado, siendo que para Péguy es el método para bien conducir la razón (Descartes) «lo que inscribe en la historia eterna», lo que más le interesó es averiguar el método del pensamiento de Cristo, es decir, cómo había pensado, cómo había elaborado la lógica con la que hacerse un cuerpo de hombre y redimir. Entonces, ¿cómo piensa Cristo? Públicamente, es decir, haciendo acontecer su cuerpo frente a todos para que fuera juzgado–imputado por sus frutos. En este sentido, Péguy dice que Jesús, «tomó, se vio forzado a tomar cuerpo, a revestirse de carne para poder pronunciar las Palabras eternas». Es por eso que Péguy subraya que Jesús no había ido a hacer ejercicio espirituales en un convento, pues su lógica ha sido la de un hombre cívico que se ha expuesto públicamente haciéndose juzgar-imputar por todos por cómo fundaba la ciudad de Dios en la tierra que, al mismo tiempo, debía ser la ciudad armoniosa de los hombres.
–¿Quiénes son los cristianos modernos de los que habla Péguy?
–El diagnóstico que Péguy hace de los cristianos modernos de su tiempo, aunque pueda parecer muy duro, vale también para nuestros tiempos. Primeramente, los cristianos modernos, para usar sus palabras, «no saben quién es Jesús». A esto añadía que los mismos curas «no tienen fe». Los cristianos modernos no saben quién es Jesús porque, para Péguy, son unos desequilibrados que, según sus palabras, solo saben engendrar «infames parodias y herejías ridículas», pues reducen el acontecimiento de Cristo (y de la fe) a una religión, mejor dicho a «una especie de religión superior para clases superiores de la sociedad». En este sentido, los cristianos modernos tienen solo una mentalidad clerical, la del amoveatur ut promoveatur que es lo opuesto del pensamiento de Cristo que ha entrado en el mundo con su cuerpo de carne, que no ha rebajado su ser hombre para enaltecer su ser Dios, que se ha hecho hombre entre los hombres de modo leal. Los cristianos modernos, al contrario, «toman distancia respecto del mundo, piensan elevarse rebajando el mundo y puesto que no tienen el coraje de estar en el mundo, creen que son de Dios, puesto que no aman a nadie, creen que aman a Dios». Por otro lado, son unos desequilibrados porque no quiere hacer un diagnóstico claro del mundo moderno que para Péguy está totalmente descristianizado. Finalmente, son unos desequilibrados porque terminan siendo, así los definía, unos «intelectuales de la felicidad» cristiana, ya sea porque su pensamiento se nutre de respuestas cristianas ya hechas, acostumbradas, ya sea porque tienen una psicología de las masas que los hace satisfechos por tener un sistema teológico en el que sentirse seguros en grupos y comunidades. Por ello escribía: «Los católicos son realmente insoportables en su seguridad mística», pues, de este modo, pierden la que Péguy llamaba «la gloriosa precariedad del presente» que es propia del pensamiento hebreo-cristiano. En fin, Péguy tenía que admitir que los católicos «tienen un Dios que no se merecen».
Permanecer para siempre en su cuerpo, en el que había estado con gusto durante sus treinta y tres años, era para él un provecho, un placer
-¿Saben los cristianos cómo piensa Cristo o están entregados a la costumbre, como dice Péguy, de tantos años de catecismo?
–Para Péguy los cristianos modernos viven totalmente acostumbrados al acontecimiento cristiano, el de Cristo y de la fe. El gravísimo problema que representa la costumbre es que, como escribe, «no solo suplanta a la razón, sino que se instala en ella, como ama de casa». En esto ha anticipado a Freud que decía que el pensamiento «ya no es amo en su propia casa». A este propósito, lo trágico para Péguy es que «existen grandes acontecimientos (en nuestro caso, el de Jesús) sin contenido (pues se remueve el pensamiento de Jesús y de la fe); y existen contenidos (el pensamiento de Jesús y de la fe) sin acontecimiento (sin que exista la experiencia cotidiana del événement-acontecimiento de Jesús)». Para Péguy hay algo peor que tener un mal pensamiento, es tener un pensamiento ya hecho, acostumbrado. Esto vale principalmente para los cristianos modernos que, en realidad, son solo unos gnósticos, pues tienen «una violencia de mala metafísica que anticipa el acontecimiento, una violencia que anticipa el acontecimiento con el deseo». Son cristianos que presuponen que su sentido religioso, su deseo de Dios, de Infinito, no puede sino encontrar de modo descontado su respuesta en Cristo. La fe de estos cristianos se reduce solo a la toma de conciencia introspectiva-intelectual-mística de verdades que son desde siempre y que no acontecen jamás. Son unos cristianos cuyo pensamiento se rige por la ley deductiva del silogismo aristotélico (Péguy acusa a Aristóteles de ser el primero de los hombres modernos) y, por ello, reducen a Cristo a mera premisa para sacar sus conclusiones theologically correct: si Cristo es Dios, está claro que ha hecho milagros, que la muerte no podía vencerlo y que por ello ha resucitado, que nos ha salvado, etc. Al contrario, para Péguy, Jesús «está en el orden del acontecimiento imprevisto e imprevisible, de ningún modo en el orden de la deducción lógica». Desconocer esto lleva a los cristianos modernos a remover el pensamiento de Cristo, la lógica con que él ha tenido que pensar cómo hacer acontecer su cuerpo y como salvar a todos.
–Quién es la persona de Cristo para Péguy?
–Péguy – y esta es la novedad de su mirada –, no entiende la encarnación solo como si se tratara de Dios que baja del cielo para asumir la naturaleza humana; más bien la entiende como la ascensión que Jesús cumple desde dentro de su humanidad. Por ello escribía que la encarnación «no es una asunción (assomption), ella es más bien, una imitación de la Ascensión». Esto significa que a Péguy le interesa más reconocer cómo Jesús ha hecho acontecer su cuerpo ascendiendo desde su linaje hebreo, ya que en Jesús «la raza de Israel culmina al producir ella misma carnalmente a Dios (culmine à produire elle-même charnellement Dieu)». Y es esta operación que es propiamente lo que él llama «el acontecimiento de Dios, l’événement de Dieu». En la encarnación, por tanto, no se debe ver solo un Dios leal y honrado, sino también a un hombre honrado, leal, pues Jesús ha mostrado ser – como escribe Péguy – «lo máximo de Dios y lo máximo del hombre». De hecho, ha demostrado ser capaz de ser Dios y capaz de ser hombre. Que Cristo sea Dios que se ha hecho hombre de modo leal y honrado sin recurrir a medios fraudulentos, se ve claramente en el hecho de que no quiso escaparse de la muerte, pues si no hubiera muerto, toda la encarnación habría terminado en lo que Péguy llama «el falseamiento del acontecimiento». Al contrario, muriendo en la cruz, ha demostrado que «se había bien encarnado hombre». Es más, a diferencia de mucha teología y predicación que considera la encarnación y la redención como un sacrificio, una pena, una molestia, para Péguy, en Cristo se hace evidente que ser hombre era su principio de placer. En este sentido, hablando de la Ascensión de Jesús al cielo – hecho que corona su resurrección –, Péguy escribe que Jesús se llevó a la derecha del Padre su mismo gusto por ser hombre (un certain goût de l’homme) demostrando así que había pensado que permanecer para siempre en su cuerpo, en el que había estado con gusto durante sus treinta y tres años, era para él un provecho, un placer.