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Javier Fernández-Cid: «Echo de menos más sensibilidad del Estado con los empresarios»

Javier Fernández-Cid

Presidente de los empresarios cristianos

Javier Fernández Cid: «Fomentar los valores cristianos en la empresa mejora la productividad»

El presidente de ASE defiende en el nuevo episodio del podcast Luz del Mundo que la doctrina social de la Iglesia es el modo más justo de conducir una compañía

¿Qué significa para un empresario católico poner en práctica los principios de la acción social de la Iglesia? Esta es la cuestión fundamental que plantea el nuevo episodio de Luz del Mundo, el podcast sobre doctrina social de la Iglesia producido por la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) y el Instituto CEU de Humanidades Ángel Ayala. A esta pregunta se enfrenta (en el podcast y en su día a día) Javier Fernández Cid, ex CEO de Mapfre Internacional y presidente de Acción Social Empresarial (ASE) desde junio de 2021.

–La doctrina social de la Iglesia otorga un papel central al bien común. ¿La actividad empresarial también contribuye al mismo?

–Sí, una empresa gestionada desde el compromiso con el humanismo y la ética contribuye positivamente al bien común. ¿Cómo? Creando empleo, produciendo buenos bienes y servicios y distribuyendo justamente la riqueza entre todos los que intervienen en la empresa: accionistas, empleados, clientes, proveedores y la sociedad en general. Para que esto sea posible, no obstante, el factor principal es que la empresa sea capaz de generar beneficios, que sea sostenible en el tiempo: por eso, las exigencias propias de una gestión con valores no han de confundirse con la gratuidad o el subsidio. Los beneficios no son el único criterio para juzgar la buena marcha de una empresa, pero sí son un termómetro interesante.

–¿Cómo afecta el entorno social que vivimos a esta visión de la gestión empresarial?

–El entorno hoy en día da cada vez más importancia a la comunidad de personas que constituye una empresa. Los integrantes de una empresa comparten un vínculo superior a un simple contrato mercantil, porque permite compromisos personales de dedicación hacia ese objetivo común. En los últimos años hemos visto la tendencia: en los 60 el centro era el producto; en los 70 apareció la idea de «el cliente manda»; en los 90, la responsabilidad social corporativa, y de ahí una petición a los empresarios de una mayor implicación social.

Los integrantes de una empresa comparten un vínculo superior a un simple contrato mercantil, porque permite compromisos personales de dedicación hacia ese objetivo común.Javier Fernández CidPresidente de ASE

–¿Qué influencia ha tenido el pensamiento social cristiano en esta evolución social?

–Bueno, no olvidemos que el primer documento a nivel internacional que marca un camino claro es la encíclica Rerum Novarum, en 1891. Tanto la Declaración de Derechos Fundamentales del Trabajo como la Declaración Universal de los Derechos Humanos vinieron después. San Juan Pablo II hablaba también de esta evolución, de la importancia dada a la persona, y los principios de la doctrina social de la Iglesia fueron fuente de inspiración para los cuerpos legislativos en los distintos países. En España, por ejemplo, esto no se materializa hasta que aparece el Fuero del Trabajo en 1938.

–Hoy en día el contexto social está muy marcado por la Agenda 2030, un tema muy controvertido. ¿Cómo afecta a las empresas y qué dice la Iglesia sobre ella?

–Podemos ver claramente el influjo del pensamiento social cristiano en la definición de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible que adoptó la ONU en 2015, pero hay que reconocer ciertas reservas que la Iglesia tiene sobre algunos conceptos usados en la Agenda 2030. Por ejemplo, la amenaza al derecho a la vida cuando no se reconoce una ley moral superior. O el uso de términos como salud reproductiva (en lugar de derecho a la vida y la procreación) o empoderar, en vez de promover. O la definición de género ocultando la existencia de dos sexos distintos… También hablaría sobre el primer objetivo, acabar con la pobreza: todo el mundo está de acuerdo en eso, pero la dificultad está en cómo se implementa. Por ejemplo, la colonización ideológica sobre los países más pobres a cambio de apoyo económico podría dar lugar a una violación de la libertad de pensamiento y de conciencia.

–Volvamos a la gestión empresarial. ¿Cómo se concretan los principios de la doctrina social de la Iglesia en el día a día del empresario?

–Primero, promoviendo activamente y respetando la dignidad de las personas: asalariados, clientes, proveedores, accionistas… Se trata de desarrollar una cultura interna en la empresa en pro de valores como la solidaridad, la gestión prudente, la laboriosidad, la justicia social o la libertad de emprendimiento. Esto último es importante porque implica la descentralización de funciones: empoderar a las personas dándoles responsabilidad con el riesgo de que cometan errores. Es una generosidad por parte del empresario que conduce al crecimiento de esa persona.

Se trata de desarrollar una cultura interna en la empresa en pro de valores como la solidaridad, la gestión prudente o la justicia socialJavier Fernández CidPresidente de ASE

–¿Cuáles son los frutos de este tipo de cultura empresarial?

–Primero, una mejora en la productividad y en la competitividad de la empresa, porque se crea un clima de confianza y de objetivos compartidos por el conjunto de los empleados y colaboradores. La consecuencia de esta mejora en el ambiente de trabajo es una mayor implicación de todo el equipo.

–Bajemos a lo concreto. ¿Qué actuaciones puede llevar a cabo el empresario para conseguir esta cultura de valores?

–Por ejemplo, respetando la casuística de cada persona. Está muy bien que la evaluación anual del desempeño baje hasta escuchar a cada persona y sus problemas o sus objetivos personales. Se puede hacer (también en pequeñas empresas) una encuesta anónima sobre cómo están yendo las cosas en la empresa. Otro aspecto es la formación continuada (incluso a personas fuera de la empresa, como acción social) y priorizar la promoción interna, más que traer a gente de fuera: eso exige también compartir e informar de la gestión en la empresa. Tal vez no es necesario que todo el mundo entienda de todos los temas técnicos, fiscales o tecnológicos, pero sí hay un deber de informar (y un derecho a recibir) de las bases comunes del plan estratégico de la empresa. Esto, además, anima mucho a la plantilla.

–¿El compromiso llega también a la parte económica?

–Naturalmente, conocemos que una empresa está bien gestionada con valores cuando hay una buena administración y una justa distribución de beneficios derivada de la propia gestión de la empresa. Pensando en todos: los dividendos de los accionistas, el salario de los trabajadores, el precio para el cliente, los costes para los proveedores e incluso los impuestos, pensando en la comunidad. Hablando del salario, hay que tener en cuenta que el primer objetivo de la empresa es ser viable (si tira los precios o paga salarios que no puede permitirse, acabará cerrando, y al primero al que no interesa eso es al trabajador), pero suponiendo que pueda dar un poco más, hay que animar al empresario a que sea generoso en la remuneración de su plantilla. Cosa que, además, redundará en su propio beneficio en la buena marcha de la empresa.

–Existen corrientes opuestas a esta visión cristiana de la empresa.

–Claro. El posmodernismo, que rompe con lo anterior, o el individualismo, que impide trabajar en un proyecto común, buscando solo el máximo beneficio de cada uno. También está el relativismo, la cultura del depende y de la no implicación, o el utilitarismo, un «sálvese quien pueda» egoísta basado en el cálculo de ventajas y desventajas. El profesor Stefano Zamagni critica también el economicismo, una concepción por la cual el individuo sólo está determinado por la voluntad de obtener poder y dinero, resuelve la vida en costes y beneficios. Y ahora mismo encontramos lo woke y la cultura de la cancelación: el antídoto es estar muy bien formados, adherirnos a nuestros principios y encontrar el modo de salir.

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