Lucy de 'Las Crónicas de Narnia' existió de verdad y era dominica
Dedicó su tiempo a las tareas de la casa ayudando a las criadas, curando a los enfermos y amasando pan para los pobres
La reina Lucy, de Las Crónicas de Narnia existió de verdad y se llamaba Lucía de Narni, una beata dominica en la que se inspiro C.S. Lewis, escritor de la famosa saga. Lucía Broccadelli perteneció a un grupo de dominicas durante el siglo XVI, y destacó por tener una gran devoción a la pasión de Cristo y a la salvación de las almas.
El nombre de la saga proviene de una visita que hizo C.S. Lewis a la ciudad italiana de Narni, ubicada entre Asís y Roma. Le gustó el nombre en latín –Narnia– y decidió usarlo para crear su mundo fantástico. Lucía siempre fue una niña que tuvo una gran fe, gracias a la cual resistió las adversidades que la vida le puso por delante. Además, Aslan –personaje que era un león en la saga– es una versión alternativa de Cristo.
La vida de Lucía
Nació en Narni, Italia, el 13 de noviembre de 1476. Su familia pertenecía a la nobleza italiana y era la mayor de diez hermanos. Según cuenta la tradición, con siete años se le apareció Jesús con la Virgen, santo Domingo y santa Catalina. «Conserva este hábito hasta la muerte, y has de mirar a mi siervo Domingo como a padre tuyo, y a mi esposa Catalina como a madre», le dijo Cristo.
Con tan solo 14 años comenzó el calvario de Lucia. Sus padres le advertían que tenia que madurar y conocer a algún hombre para formar una familia en el futuro. Ella se niega una y otra vez, diciendo que había hecho voto de castidad. Sus tíos le propusieron a un joven llamado Alessio, apuesto, muy trabajador y conde de Milán. Nada mas oír la proposición, Lucía cae enferma, se encierra en su habitación y llora sin parar. Pasan los días y Lucía cambia por completo, aceptando el matrimonio. El motivo fue una aparición de la Virgen, diciéndole que se casara con el joven italiano.
En su nueva vida en el palacio del conde, Lucía dedica su tiempo a las tareas de la casa ayudando a las criadas, curando a los enfermos, amasando pan para los pobres... Aquel palacio parecía un monasterio. Lucia tenía el don de la premonición, y así lo demostró cuando recogió a dos capones –gallos castrados– muertos que estaban siendo asados, los escondió y más tarde aparecieron vivos.
Lucía acabo separándose de Alessio y regresó a casa de su madre. Allí tuvo problemas con sus hermanos, a los que parecía molestarles su presencia allí. Debido a esto se marchó al convento de terciarias dominicas regulares de Santa Catalina de Siena en Roma.
Un episodio divino
Allí, el 24 de febrero de 1496, rezando el salmo Miserere con otras 24 religiosas, se quedó en éxtasis, y comenzó a llorar desconsoladamente. «Ya te veo, Señor, levantado y clavado… Quiero ser crucificada contigo. Dame por lo menos parte de tus penas. Hiere mis pies, manos y corazón, y queden en mí permanentes tus llagas y dolores», dijo Lucía durante su trance.
El duque de Ferrara, Hércules I, le pidió al Papa que trasladasen a Lucía como consejera a Ferrara, donde ella y sus compañeras entrarían en un convento. La envidia de las demás monjas se hizo notar. Lucía fue depuesta y difamada, su testimonio fue considerado una patraña y nadie salió a defenderla.
Fue encerrada, con una pena de 38 años y acusada de ser corrupta. Lucía falleció el 15 de noviembre de 1544, acompañada de su confesor pronunciando las siguientes palabras: «Al cielo, al cielo». Su cuerpo ahora reposa en la catedral de Narni y en el año 1710, Clemente XI confirmó su culto.