Poesía de Navidad
Juan Ramón Jiménez, verso y prosa para tiempo de Navidad: «Jesús, el dulce, viene»
El tono exclamativo de algunos versos, especialmente los finales, eleva la intensidad emocional y aporta un cierto dramatismo a la súplica del poeta
Jesús, el dulce, viene…
Las noches huelen a romero…
¡Oh, qué pureza tiene
la luna en el sendero!
Palacios, catedrales,
tienden la luz de sus cristales
insomnes en la sombra dura y fría…
Mas la celeste melodía
suena fuera…
Celeste primavera
que la nieve, al pasar, blanda, deshace,
y deja atrás eterna calma…
¡Señor del cielo, nace
esta vez en mi alma!
La venida de Jesús trasforma la naturaleza toda y difunde en el ambiente un clima de pureza y placidez. El poeta aprovecha la nueva venida de Jesús –«señor del cielo»– para pedirle que, esta vez, inunde su alma o, dicho de otra manera, le permita abrirla aeneasílabos (cuatro en total: l mensaje del Salvador). El tono exclamativo de algunos versos, especialmente los finales, eleva la intensidad emocional y aporta un cierto dramatismo a la súplica del poeta. La adjetivación es enormemente sugestiva: versos 6-7: «cristales insomnes», lo que implica su humanización, ya que al estar desvelados, no pueden dormir; verso 7: «sombra dura y fría», adjetivos que sirven para crear una sinestesia múltiple de gran eficacia expresiva; versos 8 y 10; «celeste melodía»/«celeste primavera», versos en los que la anteposición del adjetivo, al reiterarse anafóricamente, potencia su significado; verso 11: «nieve […] blanda», adjetivo pospuesto al nombre al que califica, aunque separado de él mediante la construcción «al+infinitivo» –que adquiere un matiz temporal–, por lo que queda realzado significativamente; verso 12: «eterna calma», adjetivo en este caso antepuesto para facilitar la rima consonante del verso 12 con el 14 («calma/alma»).
Por otra parte, el poeta ha agrupado los 14 versos heterométricos en tres conjuntos significativos (versos 1-4, versos 5-12 y versos 13-14), combinando versos heptasílabos (siete, en total: 1, 3, 4, 5, 10, 13, 14), con eneasílabos (cuatro en total: 2, 6, 8, 12) y endecasílabos (el verso 7 es un endecasílabo heroico, y el verso 10, un endecasílabo melódico, con una fuerte antirritmia en la sílaba 7.ª); e incluso hay un verso tetrasílabo, el 9 («suena fuera»), que bien pudiera funcionar como pie quebrado. Además, la distribución de rimas consonantes es muy original: /-éne/ (versos 1 y 3), /-éro/ (versos 2 y 4); /-áles/ (versos 5 y 6); /-ía/ (versos 7 y 8); /-éra/ (versos 9 y 10); y ligando el final de la segunda estrofa con la tercera: /-áce/ (versos 11 y 13), /-álma/ (versos 12 y 14). Todo ello aporta una grata musicalidad al texto, cuya capacidad evocadora queda subrayada por la abundancia de puntos suspensivos. Este es, pues, el esquema métrico del poema: 7a-9B-7a-9B / 7c-9C-11D-9D-4e-7e-11F-9G / 7f-7g.
Navidad, en 'Platero y yo'
¡Oh la llama en el viento! Espíritus rosados, amarillos, malvas, azules, se pierden no sé donde, taladrando un secreto cielo bajo; ¡y dejan un olor de ascua en el frío! ¡Campo, tibio ahora, de diciembre! ¡Invierno con cariño! ¡Nochebuena de los felices!
Las jaras vecinas se derriten. El paisaje, a través del aire caliente, tiembla y se purifica como si fuese de cristal errante. Y los niños del casero, que no tienen Nacimiento, se vienen alrededor de la candela [el fuego], pobres y tristes, a calentarse las manos arrecidas [ateridas y entorpecidas por el fuego], y echan en las brasas bellotas y castañas, que revientan, en un tiro.
Y se alegran luego, y saltan sobre el fuego que ya la noche va enrojeciendo, y cantan:
camina José…
Yo les traigo a Platero, y se lo doy, para que jueguen con él.
Platero y yo se publicó por primera vez en 1914, precisamente el día de Navidad, en la llamada «edición menor» de la editorial La Lectura; y hasta enero de 1917 no apareció la primera edición completa, en la Biblioteca Calleja, de Madrid, con grandes diferencias en relación con dicha primera edición. Juan Ramón Jiménez describe, en este capítulo –el CXVI– la naturaleza en la tarde de Nochebuena; descripción impresionista efectuada desde la óptica modernista: imágenes originales que sorprenden por su extraordinaria belleza; sensaciones de tipo cromático, auditivo e incluso olfativo, elaboradas con exquisita delicadeza, y expresadas con un léxico culto y refinado; sugestiva adjetivación que sirve para caracterizar al paisaje; uso continuado de vocablos de gran eufonía; ritmo musical claramente perceptible al oído, logrado no sólo a través de procedimientos fónicos, sino también de tipo sintáctico... Sabemos que es Nochebuena porque los niños del casero –«que no tienen nacimiento»– se calientan en una hoguera sobre la que saltan alegres cantando villancicos; y porque el poeta exclama «¡Nochebuena de los felices!», una Nochebuena de la que él parece haberse excluido, aun cuando les lleve a esos mismos niños a su inseparable Platero para que jueguen con él. Y esos niños están cantando un villancico; probablemente el que reproducimos a continuación, y que hemos recogido del folclore popular en la localidad malagueña de Istán.
Dicen, dicen los pastores...
que este año no se siembra
porque ha muerto el hortelano
antes de la Nochebuena (bis).
Las pámpanas verdes,
la rosa encarná
la Virgen María
que guapa que está (bis).
El Dios Niño es tan hermoso
que en un cuadro está pintado
con la coronita puesta
y la bolita en la mano (bis).
La Virgen María
la mano extendió
hizo una cadena
que al cielo llegó.
Camina, María,
camina José,
que los gallos cantan
al amanecer.
Agacha la rama
y coge la flor,
María se llama
la madre de Dios.
En este villancico se combinan estrofas de versos octosílabos (la primera y la tercera con asonancia en los pares /é-a/ y /á-o/, respectivamente) con estrofas de versos hexasílabos (las cuatro restantes, con asonancia aguda en los pares (/á/, /ó/, /é/, ó/). Este juego de rimas origina una eufonía muy grata que eleva la intensidad emocional de su ingenuo contenido.