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La adoración de los pastores de Luca Giordano

Poesía de Navidad

Unamuno y su pajarita de papel para Jesús: «¡Habla, que lo quiere el niño!»

Era Miguel de Unamuno un gran aficionado a la papiroflexia, que él llamó cocotología y al que dedicó un ensayo de alrededor 70 páginas que sirvió de epílogo a su novela 'Amor y pedagogía', de 1902

Era Miguel de Unamuno un gran aficionado a la papiroflexia, palabra inexistente en su época y creada por el burgalés Vicente Solórzano para referirse al arte y habilidad de dar a un trozo de papel, doblándolo convenientemente, la forma de determinados seres u objetos; aunque lo que le apasionaba era la cocotología, término acuñado por él mismo para definir el arte de elaborar pajaritas de papel, y al que dedicó un ensayo de alrededor 70 páginas que sirvió de epílogo a su novela Amor y pedagogía, de 1902.

Y por estar transido de ambiente navideño y manifestar claramente la profunda religiosidad de Unamuno, hemos seleccionado el poema que titula A una pajarita de papel, compuesto por 28 versos en los que se combinan octosílabos y tetrasílabos no de forma tan aleatoria como pudiera parecer, pues la posición de los tetrasílabos (versos 2, 4, 6, 8, 12, 14, 18, 20, 22, 24, 28) es fundamental para obtener el ritmo del poema, porque la secuencia de tetrasílabos en los versos pares solo se interrumpe con la irrupción de los octosílabos «¡Habla, que lo quiere el niño! / ¡Hable tu papel, mi pájaro!» (versos 9-10), «Háblale al niño que vive / en su pecho a Dios criando…» (versos 15-16) y «del niño, rey de los sueños, / ¡corazón de lo creado!» (versos 25-26). Por lo demás, dichos versos se distribuyen en diferentes agrupamientos estróficos, de 6, 4, 4 y 6 versos, respectivamente (3-8, 11-14, 17-20 y 21-26), respectivamente, y que mantienen la rima asonante /á-o/ en los pares.

El dístico inicial (versos 1-2) y final (versos 27-28) funcionan a modo de estribillo, enmarcado entre admiraciones que realzan su contenido: «¡Habla, que lo quiere el niño! / ¡Ya está hablando!». Otro par de dísticos se intercalan en el cuerpo del texto, con ligeras variantes: «¡Habla, que lo quiere el niño! / Hable tu papel, mi pájaro!» (versos 9-10) y «Háblale al niño que vive / en su pecho a Dios criando…» (versos 15-16). Y resulta llamativo el empleo de los tiempos verbales que emplea Unamuno: del presente de imperativo con claro valor conminativo («¡Habla!»), a la perífrasis verbal continuativa (estar+gerundio) en presente de indicativo, precedido del adverbio «ya», con el significado de «ahora mismo», y que sirve como respuesta a la orden terminante: «¡Ya está hablando!».

A una pajarita de papel

1¡Habla, que lo quiere el niño!
2¡Ya está hablando!

3El Hijo del Hombre, el Verbo
4encarnado
5se hizo Dios en una cuna
6con el canto
7de la niñez campesina,
8canto alado.

9¡Habla, que lo quiere el niño!
10¡Hable tu papel, mi pájaro!

11Háblale al niño, que sabe
12voz del alto,
13La voz que se hace silencio
14sobre el fango…

15Háblale al niño que vive
16en su pecho a Dios criando…

17Tú eres la paloma mística,
18tú el Santo
19Espíritu que hizo el hombre
20con sus manos…

21Habla a los niños, que el reino
22tan soñado
23de los cielos es del niño
24soberano,
25del niño, rey de los sueños,
26¡corazón de lo creado!
27¡Habla, que lo quiere el niño!
28¡Ya está hablando!

La singularidad de Unamuno estriba en que emplea un argumento tan simple como pedirle a una pajarita de papel, construida con el arte de la cocotología, que se convierta en un juguete para que con el disfrute un niño. Sin embargo, no se trata de un niño cualquiera, sino del «el Hijo del Hombre, el Verbo / encarnado que se hizo Dios / en una cuna» (versos 3-5). Además, esa palomita de papel pasa ser la «paloma mística, / tú el Santo / Espíritu que hizo el hombre / con sus manos…» (versos 17-20; adviértase la eficacia expresiva del encabalgamiento entre los versos 18-19, en los que la inversión de términos «Santo / Espíritu» viene justificado por la rima asonante /á-o/).

Creemos que vale la pena recordar cómo el escritor argentino Dardo Enrique Cúneo (1914-2011) explica las circunstancias que rodearon la composición de este poema: «Un día, en el destierro francés, un niño le pide un pájaro de papel. Unamuno -haciendo las veces de Dios- procede a crearlo a perfección; mas al ponerlo en manos del niño, este le angustia con su elemental -y tan inmediata al misterio- curiosidad: -¿No habla? Unamuno le reclama -ruego en poesía- a la pajarita de su creación el milagro de la palabra: ¡Habla, que lo quiere el niño! / Tú eres la paloma mística, / tú el Santo / Espíritu que hizo el hombre / con sus manos…! / ¡Habla, que lo quiere el niño! ¡Ya está hablando! Unamuno toma las tijeras y sigue armando pajaritas. Labor de creador, de recreador; de pequeño Dios». (Cf. Sarmiento y Unamuno, 1948; Ediciones de la Universidad de Salamanca, 1977, págs. 124-125).

Y volviendo al poema, es un pretexto para que Unamuno nos exprese el convencimiento que tiene de que «el reino / tan soñado / de los cielos es del niño / soberano, / del niño, rey de los sueños / ¡corazón de los creado»! (versos 21-26).

Y así lo manifiesta en otro poema posterior -que toma como referente la «Gruta de Navidad», en la ciudad de Belén, sitio en donde la tradición sostiene que nació Jesús, y sobre las que se alza una majestuosa basílica a la que se accede por una puerta de 1.20 metros de altura-; un poema de los que componen su Cancionero, escrito entre 1928 -en su destierro en Hendaya- y 1936 -el último poema está fechado el 28 de diciembre, tres días antes de su muerte-, y publicado de forma póstuma en 1953.

Agranda la puerta, padre,
porque no puedo pasar;
la hiciste para los niños,
yo he crecido a mi pesar.

Si no me agrandas la puerta,
achícame, por piedad;
vuélveme a la edad bendita
en que vivir es soñar.

Gracias, padre, que ya siento
que se va mi pubertad;
vuelvo a los días rosados
en que hijo no más.

Hijo de mis hijos ahora
y sin masculinidad
siento nacer en mi seno
maternal virginidad.

En palabras de Julio García Morejón: «El Cancionero le redime a don Miguel de Unamuno de todos los gritos y protestas, de todas las desconfianzas y dudas, de todas las amarguras y negaciones, de todas las hipocresías y batallas. Porque representa su entrega decidida a la palabra, que es Dios. Por la palabra los mundos se sonaron como cosa, y por la palabra de su Cancionero crea a Dios como realidad insoslayable de su sueño verdadero, de su vida verdadera, de su verdadera plenitud humana».